miércoles, 12 de febrero de 2014

Capítulo 33:

        Tiré de mi mano para soltarme, porque de pronto no podía evitar sentirme incómodo. ¿Qué estaba haciendo? Habíamos cortado. Ya no estábamos juntos. Seguir alimentando la ilusión del niño dentro de mí que solo quería que la gente le quisiera y no se marchara no me llevaría a ninguna parte. Mira lo bien que había salido eso con mi padre.

        No. Lo que fuera que hubiese entre nosotros había acabado en el momento en que yo le metí a Vince una bala en la cabeza. En el momento en que empecé a parecerme demasiado a un tío que le había hecho daño a una chica que ya no confiaba en nadie.

            No hay vuelta atrás de una cosa como esa.

—Lo siento muchísimo, Félix. —dijo Mara desde el otro lado de la mesa. Con un hilo de voz angustiada que parecía haber salido arrastrándose de su garganta. Y cuando me atreví a mirarla a los ojos ella no me estaba mirando. Me miraba la mano que había apartado de ella como si quemase. Y ciertamente, a mí me quemaba.

—No creo que te siga, Mara.

        Ella esperó un poco y parpadeó. Y cuando me miró a la cara tenía los ojos tan empañados en lágrimas que yo dudaba que no me viera borroso.

—Tienes razón. Tienes razón y yo he tardado meses en darme cuenta. —una lágrima le cayó por la mejilla derecha y la voz le tembló ligeramente. Y yo me odié porque no sabía lo que había hecho, pero le había hecho daño otra vez. —Tú no eres Luka. No vas a manipularme, ni a dejarme tirada, ni a meterme en líos ilegales. No vas a hacerme sentir mal conmigo misma cuando no cumplo tus expectativas. Tú no necesitas hacer daño a los demás para sentirte bien y yo te he estado acusando de exactamente eso durante meses.

        Boqueé intentando coger aire y hablar al mismo tiempo. Aunque tampoco sabía qué decirle. ¿Qué todo aquello era mentira? ¿Qué me merecía que me odiara? ¿Qué aceptaba sus disculpas y que podíamos volver a estar juntos?

        No. Las cosas no funcionaban así. Y si bien yo no era como Luka, era como mi padre. No necesitaba hacer daño a los demás, pero tampoco me importaba. No disfrutaba cuando alguien me debía algo o cuando lo pasaban mal; pero tampoco dudaría en cobrármelo o aprovecharme. Luka y yo no éramos el mismo tipo de mala persona. Pero si te ibas a lo básico, los dos acabábamos por ser lo mismo.

        Bastardos egoístas que no se merecían que alguien les quisiera.

       Me enderecé en la silla, estiré la mano para coger la suya y me preparé para hacer lo más difícil que había hecho en la vida.

—Mara. —esperé a que me mirara antes de sonreírle suavemente y seguir hablando. —puedo prometerte que hiciste bien en apartarte de mí.

        Iba a seguir hablando. A decirle que aquello no había llevado a ninguna parte en primer lugar. Que ella no necesitaba a alguien como yo. Que solo era un lastre. Que yo no necesitaba a alguien como ella. Que quizás nunca deberíamos haber estado juntos.

        Pero ella me agarró del antebrazo cuando volví a intentar apartarme y me clavó los dedos tan fuerte que estaba seguro de que al día siguiente tendría moretones.

—Sí, lo hice. Pero no por lo que tú crees. Félix Ballesteros. No te atrevas a levantarte de esta mesa pensando que no mereces que alguien te quiera. —escupió cada palabra con rabia. Con odio. Expresó mis propios pensamientos como una acusación. Como si le pareciera el peor sacrilegio posible. — Tu padre debería haber estado ahí y no estuvo. Se marchó y no sabías porque y eso te dio puerta a dudar sobre todo lo que eras o tenías. Sé lo que se siente. Y sé que eso no es culpa tuya.

—Mara…

—Tu madre te culpó inconscientemente porque para ella representabas todo lo que tu padre le había quitado. Y si bien nunca te pegó los dos sabemos perfectamente lo que una buena madre hace y no hace. Y en qué categoría cae la tuya. Eso no es culpa tuya.

— ¿Pero tú puedes imaginarte lo que tuvo que ser vivir con una copia del hombre que le arruinó la vida? —intercedí. No tanto para defender a mi madre como para que parara. No corregí el "nunca te pegó" porque eso solo le daría más argumentos.

—Y yo intenté echarte de mi vida a patadas desde el principio. Te juzgué antes de conocerte y me aferré a esa idea preconcebida con todo lo que tenía porque no me atrevía a conocerte como realmente eras y que me gustases. —paró para coger aire y cuando yo intenté recuperar mi brazo apretó el agarre aún más. Tenía los nudillos blancos y era evidente que le estaba costando hacer tanta fuerza, así que dejé de tirar. —Te busqué todos los defectos que se me ocurrieron, pensé lo peor de ti a cada oportunidad que tenía. Y aun así te quise. —No me di cuenta de que yo también estaba llorando hasta que me pasó la mano por la cara para secarme las lágrimas. —Todo el mundo habla del primer amor, pero es el segundo el que cuenta de verdad. El que después de que te arrancasen el corazón y lo pisotearan te hace volver a creer en toda esa mierda. ¿Sabes cuánto hay que querer a una persona para arriesgarte a volver a pasar por eso cuando ya te han roto?

        Que me jodan si en ese momento no quise abrazarla hasta que volviera a sentirse entera. Y no dejar que nadie le volviese a hacer daño. Y no soltarla nunca.

—Tú no estás rota. No eres un caso de caridad. No necesitas que venga un gilipollas en un caballo blanco a matar a tu madrastra y decirte cómo vivir tu vida. Tú eres una luchadora, no una princesa desvalida. ¿Y si te han hecho creer que lo peor de cada persona es siempre lo que vas a llevarte? Que les den. Es normal que te lo creas. —bajé la vista al suelo un momento. Porque podría defenderla ante un huracán sin titubear, pero esto… —es solo que me gustaría que no tuvieras que creértelo.

        Ella sonrió y parpadeó hasta que ahuyentó todas las lágrimas. Y yo me sentí bastante nenaza por no poder hacer lo mismo.

— ¿Ves? —me preguntó con esa risa suave que me llenaba el pecho como si fuera la mía. — Tú no te pareces en nada a Luka. Ni a tu padre. Ni a tu madre. Ni a mí, gracias a Dios. Félix, nunca me he arrepentido de haberme atrevido a quererte. ¿Entiendes  lo que digo?

        Perfectamente. Siempre es más fácil ver las cualidades positivas en las personas a las que queremos. Más cómodo, más agradable, más apetecible. E igual que yo nunca iba a verla como a una cría frágil y perdida, ella nunca me vería como un despojo que no merecía la pena recoger.

        Aunque quizás eso fuese exactamente lo que éramos.

—Absolutamente. —carraspeé para aclararme la garganta y le eché una mirada de reojo a la camarera, que nos miraba intentando ser disimulada. — Deberíamos irnos, si seguimos aquí cinco minutos más esa pobre mujer pensará que esto va a ser una telenovela regular.

        Mara se echó a reír y pagó mientras yo me ponía la chaqueta. Cuando fui a darle el dinero, me cerró el puño y me obligó a volver a guardarlo.

—Puedes invitarme a algo mañana.

        Me cogió del brazo mientras salíamos y caminábamos sin prisa ni rumbo.

—No me constaba que mañana tuviésemos planes. —comenté. Porque tenía esa sonrisa de listilla repelente y no podía dejarlo estar.

—A las 14:00. —afirmó ella sin quitar esa expresión de “sé más que el resto del universo y me hace muchísima gracia que intentéis  mantenerme el ritmo”. —No estarías en este marrón si yo no os hubiese presentado. Sé lo que es confiar en Luka y acabar de mierda hasta las narices sin saber siquiera por dónde te vino o cómo salir. No debería haberte dejado solo para lidiar con ello cuando me lo contaste y no puedo cambiarlo. Pero no voy a dejarte solo ahora, ¿vale?

        Así que ese fue el trato. Al día siguiente tomaríamos café juntos y luego iríamos a casa de Luka. Juntos. Y de solo imaginarme la cara que pondría al vernos me daban ganas de echarme a reír. Pero saber que ella no iba a dejarme solo me hacía poder respirar con facilidad.

        Quizás no estuviésemos juntos. Pero estábamos juntos en esto.

—Vale, princesa. —contesté. Solo por joder.

        Nos despedimos y yo eché a andar hacia mi casa. Sin tener claro si quería darle de puñetazos a una pared, gritar de alegría o echarme a llorar y arrancarme la piel a tiras.

        Y en lugar de plantearme que quizás Mara tuviese razón y yo tuviese alguna cualidad redentora invisible a mis ojos; me planteé que ella tampoco las tuviese. Que yo estuviese haciendo con ella lo que ella estaba haciendo conmigo. Centrándome solo en cómo me hacía sentir y no en lo que había de verdad.

        Porque yo no era una buena persona. Y aunque ella no se arrepintiese de lo nuestro… había estado enamorada de Luka. ¿Cuánto criterio puede tener una persona que ha estado enamorada de Luka?

        Sacudí la cabeza intentando despejarme y encendí un cigarrillo. Mientras lo encendía me acordé de una conversación en la terraza de Mara.

“—Dime que no fumas.
—No fumo.
—Chico listo. Al menos más que yo”

        Sí. Eso era. Exactamente. No era más listo que ella. Si en algún momento lo había sido, desde luego ya se me había pasado. Si ella quería idealizarme, que me idealizase. Tenía que ser agradable, eso de que alguien te defendiera hasta de ti mismo. Pero yo no iba a idealizar nada, porque ya no sabía cómo.

        Joder. Ni siquiera sabía si ahora yo podría volver con ella. ¿Cómo iba a dejar que me quisiera si yo no me quería? ¿Cómo iba a dejar que me sonriese como si fuese el mismo sol cuando la había hecho llorar? ¿Cómo podía dejar que me dijese que yo merecía la pena cuando sabía que era mentira?


        Cerré los ojos y dejé de caminar. ¿Cómo podía quedarme con ella cuando ni siquiera quería quedarme conmigo mismo? 

sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 32:

        Mel se rio mientras uno de los tíos que había estado pateando a Lucas se giraba apuntándome con una pistola. El otro se apartó de él y nos rodeó saliendo al pasillo con la pistola en alto.  Otro se movió desde la esquina, cerrando la puerta detrás de su compañero y apuntando a Carolina. Yo tuve una vaga sensación de deja vi y un flash del cadáver de Vince en las noticias.

— ¿Quién cojones sois y quién cojones os ha invitado a la fiesta? —preguntó el tío sobre el que había estado sentada Mel hacía un momento levantándose y dirigiéndose hacia nosotros.

—Soy un amigo de un amigo tuyo. —me presenté señalando a Lucas con un movimiento de cabeza —Y quería asegurarme de que todo sale de la mejor manera posible para todos.

        Álex, o así me había dicho Lucas que se llamaba el jefe de su banda, sonrió quitándose el pitillo de la boca y dio un paso hacia mí.

—No soy amigo de traidores. —me echó todo el humo en la cara, y mientras se me irritaban los ojos me esforcé en recordar que darle una hostia solo conseguiría que me matasen.

—Yo tampoco. —le aseguré levantando la cabeza. Porque de perdidos al río, joder.

        Me cogió del cuello y me estampó contra una de las paredes cerrando la mano sobre mi garganta. Apretó hasta que me fue difícil respirar y los ojos se me pusieron aún más llorosos. Yo no me moví, no le pateé, no le di un codazo, no me defendí. Solo vas a conseguir que os maten a los tres. Cálmate y no hagas el gilipollas. Cálmate y piensa antes de hacer las cosas.

—Mira, niñato. No creo que tengas ni idea de dónde te estás metiendo. Ese cabrón de ahí —me dijo señalando a Lucas con un movimiento de cabeza y pegándose a mí hasta que nuestras frentes se tocaron —es material de jodida clase A, ¿me entiendes? Y no voy a renunciar a él porque sí.

— ¿Y por qué renunciarías? —la voz era segura y firme. De Carolina obviamente, porque yo apenas podía respirar, olvídate de hablar. El tío tenía la pistola apoyada en el lado de su cabeza, pero ella solo miraba a Alex con la cara en blanco. No como una niña asustada o alguien que sabe que lleva las de perder. No como yo. Carolina tenía puesta la cara de negocios, y yo me alegré la hostia de que estuviese allí conmigo.

—No lo sé, Barbie. ¿2 kilos de buena coca? —dijo haciendo que Mel y los dos tíos se rieran.

        Yo recordé una de las fiestas de Luka, cuando Eric me contó que estaba metido en todo tipo de negocios sucios, desde tráfico de drogas hasta venta de armas.

—Puedo conseguírtelo. —aseguré, y la presión de mi garganta aminoró considerablemente. Alex me miró a los ojos un segundo antes de llevar el extremo encendido del cigarrillo a mi cuello y apretarlo haciéndome gruñir.

— ¿Vas por ahí con dos kilos de coca en el pantalón, campeón? ¿O es que los tiene Barbie en el bolso?

— ¡Conozco un tío! Puedo conseguirte dos kilos. Y si quieres más, es un contacto seguro. —aseguré entre dientes, haciéndolo lo mejor que podía para mirarle a los ojos y no echarme a llorar. Dolía como una perra.

        Alex se rio soltándome y apartando el cigarrillo de mí y me miró evaluándome. Sus ojos estaban a medio camino entre los de un asesino frío y calculador y un esquizofrénico que estaba viendo una orgía de los Teletubbies en directo. No me dio buen rollo.

— ¿Por qué no? Habéis sido lo bastante gilipollas de venir hasta aquí solos y sin armas. Quizás la próxima vez hasta me hagáis galletitas. —se burló echándose hacia atrás. — Y de todas formas, sé dónde vive nuestro amigo común. Largaos y lleváoslo. Él sabe cómo contactar conmigo. Si el viernes no me habéis llamado me pasaré por su casa.

        Me aparté de él y ayudé a Lucas a levantarse mientras Carolina le agarraba por el otro lado. Uno de los matones nos abrió la puerta y yo le lancé una última mirada a Alex, que había vuelto a llevarse el cigarrillo a la boca y sonreía.

—Mel, cariño. ¿Por qué no les acompañas fuera y te aseguras de que no hagan el idiota?

        Ella se apartó de la pared dónde se había mantenido todo el encuentro y salió detrás de nosotros siguiéndonos por el pasillo en silencio. Nos abrió la puerta de la salida y nos dejó pasar cargando a Lucas para después salir detrás de nosotros y cerrar la puerta detrás.

—Tiene la nariz rota y lo de las costillas no sonó muy bien, aunque no creo que sea una fractura. Probablemente esté escupiendo sangre  un buen rato, pero no le ha saltado ningún diente. Mañana habrá moretones bastante feos, pero nada del daño es permanente o irreversible. —comentó mirándome a mí y la quemadura en el cuello. —Intenta que eso no se te infecte, ¿vale?

— ¿De qué va todo esto? —preguntó Carolina, que ya había sacado un pañuelo de papel y lo estaba apretando contra la nariz de Lucas mientras le echaba la cabeza hacia atrás.

—Estudia medicina. —explicó Lucas apoyándose más en mí.

—Ten cuidado, Campanilla. Creo que lo que hacéis ahí dentro va en contra del juramento hipocrático. —le contesté sonriendo. Era una sonrisa falsa y tensa y si no era bastante evidente por mi nulo interés en ocultarlo, lo era por mi mirada llena de odio. Porque ella había estado allí sentada, riéndose mientras a Lucas le daban una paliza.

—Él sabía dónde se metía cuando decidió unirse. —devolvió mirándome a los ojos. Y a mí se me revolvió el estómago solo de pensar que me había acostado con ella.

— ¿Lo ves como un trabajo de por vida, Mel? Porque lo que le ha pasado a él será lo que te pase a ti cuando quieras apartarte de todo esto. —contestó Carolina sin apartar la vista de Lucas. —Y él por lo menos es bueno en lo que hace, ¿cómo de sustituible eres tú? ¿Qué pasaría si se les va la mano contigo?

        Mel apretó los labios y me miró ignorando a Carolina.

— ¿De verdad puedes a conseguir dos kilos de coca para el viernes, o es un farol? Porque si era un farol no va a ser solo Lucas el que acabe jodido. Su familia y vosotros dos caeréis justo detrás.

— ¿Estás preocupada? Que tierno. Aun así no va a llamarte. —gruñó Carolina, que andaba lanzando mordiscos al aire intentando quitarle a Lucas toda la sangre de la cara.

—Dile a tu jefe que esos dos kilos están a una llamada de teléfono.

—No preguntaba por Alex. No quiero que os pase nada. Lucas es mi amigo. Y tú... bueno.

—Félix, te juro que si no nos vamos de aquí ahora mismo voy a arrancarle la cara a arañazos. —murmuró Carolina entre dientes.

—Sí tío. Tumbarme y tomarme un par de calmantes suena de puta madre para mí. —colaboró Lucas agarrándome del brazo y tirando ligeramente.

—Claro vámonos.

        Mel se giró sin mirarnos y volvió a entrar en el pasillo. Y yo me giré y ayudé a Lucas a llegar hasta un taxi. Una vez en su casa y tras asegurarme de que no había nadie, le tumbamos en la cama y yo intenté mantenerlo despierto mientras Carolina calentaba sopa de pollo.

—Siento haberte metido en esto. —me dijo en voz baja intentando no mover mucho la cabeza. —La he jodido pero bien.

—Eh, tío. Tú solo mandaste un mensaje. El que te rastreó como un perro y decidió jugar a los soldados fui yo. No me quites mérito, ¿eh?

        Carolina volvió a la habitación y obligó a Lucas a tragarse toda la sopa antes de darle los analgésicos y sentarse en el sillón al lado de la cama con cara de no decidirse entre echarse a llorar y romper cosas. Yo asentí con la cabeza desde mi silla al otro lado de la cama y resistí la tentación de ir a ducharme y arrancarme por lo menos dos capas de piel. Solo pensar en las manos de Mel me daba arcadas.

— ¿Cuándo pensabais decirme que estáis saliendo? Vaya, que no es que no sea obvio; pero no estaría mal que mis mejores amigos me contaran esas cosas. —bufé mirando a Carolina. Y realmente era más un intento de distraerme que de reprenderle nada, pero ella pareció entenderlo.

—Nos pareció que tenías otras cosas en la cabeza que eran más… prioritarias. Y que era mejor no decirte nada hasta que supiésemos que iba en serio.

        Yo sonreí inclinándome hacia delante en la silla y ella frunció el ceño.

—Entonces, ¿vais en serio?

—Dios, Ballesteros. Cállate. ¿Por qué no solucionas tu vida amorosa antes de meterte en la mía? —me gruñó tirándome uno de los cojines que habíamos tirado de la cama al suelo.

—Madre de Dios. ¿Vida amorosa? ¿Tú hablando de amor? Oh, Caro. ¡Tienes sentimientos! —exclamé levantándome para seguir tocándole los huevos. Lucas gruñó en la cama por el ruido, pero estaba medio dormido. —Abrázame. ¿Quieres que nos pintemos las uñas y hablemos de cómo te sientes? Oh, no, no. Espera. ¿Necesitas expresarlo artísticamente? ¿Que todo el mundo sepa lo feliz que eres y lo rosa que ves el mundo? Eso te gustaría, ¿verdad?

—Félix, si no te callas ahora mismo voy a pegarte y no será bonito.

        No lo decía en serio. Probablemente. Pero de todas formas yo tenía una llamada que hacer y dos kilos de cocaína que conseguir. Así que le di un beso en la frente, me despedí de Lucas y me fui. Preguntándome exactamente cuánto me iba a costar cobrarme el favor que me debía Luka.

        La respuesta, por supuesto, vino cuando pasé por delante de uno de los grafitis que habíamos hecho para Mara.

“He visto tus días buenos y tus días malos. Y escojo ambos.”
Cronicasdelhumo.com

        Ya, bueno. Ella no los escogió ambos. Pensé sacando el móvil del bolsillo y seleccionando su contacto. Contestó al tercer pitido, y no sonó para nada como si todo lo que alguna vez hubiese habido entre nosotros estuviese roto y cortase.

— ¿Félix? Dime.

— ¿Te apetece tomar un café? Vaya, voy a pedirte un favor, e invitarte a un café me parece el mínimo de educación. —avisé. Parado en medio de la calle como un absoluto idiota. Una chica pasó a mi lado en bici y me insultó cuando tuvo que hacer un giro brusco para apartarse.

        Al otro lado de la línea Mara se rio, y por un segundo yo pude olvidar por qué estaba haciendo esa llamada.

—Me alegra saber que no estás perdiendo las maneras, Félix. ¿Hora y sitio?

— ¿Te funciona dentro de media hora en la cafetería de las fotos sobrevaloradas?

        Ella volvió a reírse y a mí se me encogió el corazón pensando en que daba igual el tiempo que hubiera pasado, haría lo que fuera por hacerla reír.

—Funciona para mí. Te veo allí.

        Colgué al instante, porque Mara siempre se quedaba unos segundos al teléfono después de despedirse. Por si la otra persona quería decir algo. Y escucharla respirar sabiendo que todavía podía hacerla reír parecía saltar de un precipicio al que no me había dado cuenta de que estaba asomado.

        Caminé hasta allí con un nudo en el estómago que se parecía peligrosamente a la sensación de haber comido algo en mal estado y estar teniendo un ataque de pánico en medio de un examen que tuve antes de nuestra primera cita.

        No. No vallas por ahí. No.

        La cafetería estaba más llena que de costumbre, y al abrir la puerta me llegó el olor a café recién hecho y el sonido de una canción de Vitamin String Quartet. Mara estaba sentada en un sofá hacia el lado izquierdo, cerca del ventanal pero sin estar pegada, lo bastante alejada de las demás mesas ocupadas como para que nadie fuese a escuchar nuestra conversación.

        En cuanto me vio se puso de pie sonriendo y al acercarme se estiró para darme un beso en cada mejilla. Y yo contuve las ganas de girar la cabeza y comerle la boca allí en medio porque de algún modo todavía me quedaba algo de decencia humana. No. Podía haber matado y chantajeado. Podía ser un mal hijo, un mal hermano y un mal amigo. Pero no iba a pedirle una segunda oportunidad a una chica que ni siquiera creía en las primeras.

—Te he pedido café solo, porque en realidad eres un viejo gruñón de ochenta años que no toma azúcar porque se le caerían los dientes. —me comentó volviendo a sentarse y dándole un sorbo a su batido de fresa.

—Joder, Mara. Yo también te echaba de menos.

        Sonrió detrás del vasito de plástico de su batido. Una de esas sonrisas que salían torcidas porque había hecho el esfuerzo consciente de no sonreír pero no le había funcionado.

        Pero cuando me miró a los ojos se puso seria y carraspeó un par de veces. Para aclararse la garganta o ganar tiempo, no lo sé.

—Bueno, ¿qué querías pedirme?

        Racionalmente sé que no debería haberme sentido como si me tirasen un cubo de agua helada por encima. Porque yo sabía que esto no era una cita. Que ella no quería volver. Que si estaba ahí era porque algo dentro de ella creía que me debía algo.

—Necesito un favor de Luka. Y aunque moralmente sea innegable que me lo deba; intuyo que si se lo pido por mi cuenta va a mandarme a la mierda.

Dudé si decirle qué favor en concreto. Porque no quería que se enterase en qué movidas me había metido. No quería confirmarle que había hecho bien alejándose de mí. Pero la posibilidad de que se lo contase Luka, otra vez, era demasiado probable. Así que terminé por contárselo por encima. Omitiendo amenazas de muerte, polvos con estudiantes de medicina psicóticas y las jodiendas extrañas de mi familia.

        Mara no se levantó y se fue, como subconscientemente había estado temiendo que hiciese durante toda la historia. No me miró con espanto. No me dijo que era gilipollas. Simplemente sacó el móvil, marcó un número y cuando se lo cogieron ladró un par de frases en serbio.

        Cuando la otra persona contestó, puso cara de disgusto y me pasó el teléfono con brusquedad. Yo me lo llevé a la oreja y esperé.

—No sé quién cojones te crees que eres. Pero te aseguro que si no fuera por ella no te daría una mierda. Me da igual lo que creas que te debo. —me gruñó Luka al otro lado de la línea. Cuando se cabreaba el acento se le hacía más fuerte y lo impregnaba todo.

— ¿Has recuperado las pelotas, Luka? Porque la última vez que nos vimos no parecías tener demasiadas. —le contesté. Y Mara abrió los ojos mirándome sorprendida. Y yo, que soy anormal, me crecí. —Estaban debajo del sofá, ¿verdad? Siempre es donde no se te ocurre mirar.

—Pásate mañana por mi apartamento y te doy los dos kilos. Si te pillan yo no he tenido nada que ver. Si se te ocurre dar un chivatazo me encargaré de que te den la paliza de tu vida.

— ¿Cómo se me iba a ocurrir tal cosa? —pregunté fingiendo estar desconcertado. —No soy tú. No necesito arruinar las vidas de los demás para reafirmarme en mi propia mierda. —Luka fue a contestar, pero lo corté antes de que el intercambio de insultos pudiera seguir creciendo. Más que nada, porque Mara estaba pagando la llamada. —14:00. Procura estar en casa.

        Colgué y le devolví el móvil a Mara, que lo guardó sin mirarlo siquiera. En su lugar me miró a mí. Y cuando yo levanté la vista de mi regazo, que había estado fulminando intentando retrasar la conversación, me cogió de la mano y me dio un ligero apretón.


        No era una confesión de amor innegable y eterno, ni un beso de película ni sexo de reconciliación. Pero estaba ahí y era más de lo que yo me habrá atrevido a pedirle.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Capítulo 31:

        Al tocar fondo solo se puede ir hacia arriba. Para abajo no hay nada. Es hacia arriba sí o sí. Al menos eso es lo que no dejé de repetirme a mí mismo la semana siguiente.

        Llevaba dos años preparándome para este momento. Ansiándolo, imaginándolo, agarrándome a él las noches que tenía que quedarme estudiando hasta las tres de la mañana. Aun así, mi graduación pasó demasiado rápido y de repente me desperté una mañana a dos semanas de la PAU, tres de mi cumpleaños y el mundo patas arriba.

        Hoy reconozco que quizás es simplemente parte de ser adolescente. Levantarte en medio de las ruinas de lo que el día anterior era tu vida y prometerte, mirando tu reflejo de ojos llorosos en el espejo, que esta vez vas a hacerlo bien. Solo para volver a levantarte exactamente igual a la mañana siguiente. Una y otra, y otra vez.

        Yo empezaba a estar harto de las resoluciones vitales que morían a las pocas horas. De que mi mejor intento no fuera bastante. Harto del drama, de los intereses ajenos. Harto de que cada vez que arreglaba algo en mi vida el resto parecía desmontarse automáticamente.

        Tampoco es como si el hecho de que yo estuviese harto cambiase nada.

        Después de hacer cuentas mi madre dejó uno de sus turnos en el trabajo y yo me acostumbré bastante rápido a llegar a una casa con la cena hecha y mi madre ayudando a mi hermana a hacer los deberes.

        Pasé menos tiempo estudiando del que debería. Fue como vivir indeterminadamente en esa semana antes de vacaciones en la que realmente te da igual todo. Suspender, aprobar, entregar o no un trabajo. Solo quería que llegase el verano para poder guardar mis libros en una caja para mi hermana, quemar los apuntes y dejar que se me vaciase la cabeza.

        Los exámenes empezaron un lunes a las doce del mediodía. Así que a las diez y media ya estábamos todos delante del aulario de la universidad, tirados en la hierba histéricos perdidos. Cuando Lucas y yo bajamos del autobús, Carolina estaba sentada en el bordillo de uno de los jardines, fumando mientras repasaba los apuntes de lengua. Estaba despeinada y al lado de la piel oscura de Sandra, que estaba sentada mirando el móvil,  parecía tan blanca como un fantasma. Javi paseaba frenéticamente delante de ella mascando chicle de manera sonora. Había un par más de compañeros de clase sentados alrededor. Repasando, hablando sobre exámenes… Yo me senté delante de Carolina y le quité el cigarrillo, que sin duda me había quitado a mí.

—Félix Ballesteros, si no me devuelves eso ahora mismo…

        Lucas se sentó en el bordillo al lado que no ocupaba Sandra y cogió los apuntes que tenía en el regazo para poder mirarlos él también.

—Caro, tú no fumas.

        Ella se quedó mirándome con expresión de querer arrancarme el cigarrillo de la mano, y de paso el brazo del tirón. Luego parpadeó y volvió a mirar sus apuntes.

—Tienes razón. Quédatelos si quieres, no es como si me hicieran falta. —dijo refiriéndose a los apuntes. Y era un farol para no admitir que estaba histérica, pero en realidad no le hacían falta.

— ¿Asustada, Aguilar?—la piqué dándole una calada.

—Soy un ser emocionalmente inteligente que entiende que el miedo a lo desconocido es normal en el ser humano y que denota percepción del medio e instinto de supervivencia. —lo masculló con una sonrisa tensa, sin apartar la mirada. —De todas formas, yo lo llamaría nervios.

—Lo que sea que te ayude a dormir por la noche.

        Me fulminó con la mirada, pero cuando se giró hacia Lucas y sus apuntes ya no le temblaban las manos y no parecía a punto de arrancarle la cabeza a alguien de un mordisco.

        Cuatro días más tarde, después de pegarme con un número indefinido de tiras de pegatinas, descansos intercambiando cigarrillos con extraños y noches estudiando hasta las tres de la mañana; quedamos todos para ir a la playa por primera vez ese verano.

        Sandra se puso un biquini blanco solo para hacernos parecer yogures recién sacados de la nevera a su lado, en serio no es justo que cuando alguien negro se pasa el año encerrado en casa estudiando no parezca un enfermo terminal. Hacían trampa de alguna forma, aunque Sandra nunca reconociese cómo.

        Carolina y yo nos tumbamos en las toallas y amenazamos con matar a cualquiera que se acercara mientras los demás se iban a tocar los cojones al agua con una pelota de playa. Y hacía sol y un poco de brisa, y acababa de pasar el señor de las cervezas y la vida era buena.

— ¿Qué ha sido de la chica? —preguntó de repente apoyándose en los codos para poder mirarme por encima de sus gafas de sol.

— ¿Cuál? —pregunté confuso. Porque por primera vez en bastante tiempo no había una chica predeterminada a la que fueran dedicados el 80% de mis pensamientos diarios. Y aunque me hiciese sonar como un capucho, se sentía bien.

—La única importante.

        Suspiré y también me apoyé en los codos para incorporarme un poco y poder mirarla a la cara sin ser brutalmente deslumbrado.

—No la he vuelto a ver desde el día de la cafetería. Porque ella no quiere que nos veamos.

—El día de la cafetería —me cortó ella sentándose en la toalla y girándose hacia mí —pensó que estábamos juntos y parecía a punto de ir a echarse a llorar allí en medio. Si algo de lo que me ha contado Lucas sobre ella es verdad, ese no parece mucho su estilo.

—Por Dios, ¿Cuánto tiempo llevabas queriendo hablar de esto? —pregunté riéndome un poco. —Cortó ella, ¿vale? No quiere nada conmigo, y yo respeto su decisión. Y me está empezando a parecer bien. No es la única persona en el mundo. No es un ángel caído del cielo para arreglarme la vida. Es una chica inestable con un montón de problemas emocionales que no quiere resolver y una visión del mundo que asusta más de lo que inspira. ¿Que merece la pena luchar por ella? Por supuesto. ¿Que la quiero? También. Pero ya dejaré de quererla. Con el tiempo.

        Carolina se mordió el labio y apartó la vista de mí girando la cabeza hacia donde nuestros amigos estaban haciéndose aguadillas y chillando.

—Es evidente que ella te quiere. ¿Eso no cuenta para nada?

—No si ella no quiere que cuente.

        Volvió a girarse hacia mí y me dio un puñetazo suave en el hombre.

—No tengo muy claro si estás madurando o tirando la mejor oportunidad de ser feliz que vas a tener en la vida por la borda.

— ¿Cuándo lo decidas me lo cuentas?

        Fingió pensárselo un momento antes de sonreírme y salir corriendo.

—No. Que te den.

        Salí corriendo detrás de ella y la levanté por la cintura dejándola caer donde el agua cubría lo bastante como para que se sumergiese hasta la cabeza.

        Dos semanas después subieron las notas a la página de la universidad y me quedé mirando mi 7,25 como si fuese un monstruo alienígena que no tuviese nada que ver conmigo. Quedé con Melisa para tomar café y ella me enseñó tanto mi expediente académico como los test de aptitud que había hecho.

—Bueno, ¿Qué va a ser, suicida a los cuarenta o tiburón triunfador?

—Creo que voy a matricularme en Derecho.

        Sonrió complacida, porque Ciencias Jurídicas era la primera o segunda recomendación de todos mis test.

— ¿Puedo saber por qué?

—El conocimiento práctico y útil es el único que me gusta. Me tranquiliza saber lo que puedo o no hacer y hasta dónde pueden llegar las consecuencias. Me agrada la idea de poder manipular un hecho para adaptarlo a lo que a mí me dé la gana… No sé, creo que es lo que quiero hacer con mi vida.

—Es una buena carrera para un tiburón. Y si al final te decides por el suicidio a los cuarenta, siempre te queda opositar a funcionario.

—Estaba muy equivocado contigo. Eres una consejera genial y me alegro muchísimo de haberte conocido. Gracias por todas las molestias que te has tomado conmigo.

—Ya bueno, es mi trabajo. —respondió, aunque los dos sabíamos que se había extralimitado una y otra y otra vez —Solo promete que pasarás a verme de vez en cuando y que me llamarás si vuelves a hacer una estupidez catastrófica.

—Tienes mi palabra.

        Me abrazó más fuerte de lo que me había abrazado mi abuela en la vida, me miró a los ojos como si realmente estuviese orgullosa de mí y me arregló la camisa antes de insistir en pagar y marcharnos cada uno por un lado.

        Cuando salí de allí y miré el móvil vi un solo mensaje de Lucas y noté un escalofrío de pánico recorrerme la columna casi de inmediato.

Lucas: voy a decirles que lo dejo. Se acabó.

        Era de hacía dos horas, la última vez que se había conectado al whatsapp. Le llamé tres veces intentando no ponerme absolutamente histérico y perder los nervios. Tenía que pensar con calma. Respirar. Pensar. Respirar…

        Llamé al número de atención al cliente de su compañía telefónica y esperé.

—Hola, sí. Me han robado el móvil y quería saber si era posible activar la función de localización para saber dónde está…. Sí, soy el titular de la línea. —le dije el nombre completo de Lucas y su DNI y esperé 5 eternos minutos bufándole al aire y mirando a mi alrededor intentando no parecer un pirado. — ¿Sí? Muchísimas gracias… Aham, lo tengo, gracias… No, no hace falta que avise a la policía. Primero quiero asegurarme de que no haya sido el idiota de mi hermano… Doce, a esa edad son insoportables, sí… Muchas gracias, que pase un buen día.

        Salí corriendo hacia una parada de taxi mientras le escribía un mensaje a Carolina.

Félix: Lucas me dijo que iba a dejar la banda y ahora no coge el teléfono. Los de la compañía telefónica han localizado el teléfono, es uno de los trasteros que hay al lado  de la biblioteca de la playa. Llámame cuando puedas.

        No había atravesado dos calles cuando me sonó el móvil y su nombre apareció en pantalla. Fruncí el ceño y cambié correr por caminar rápido empujando gente.

— ¿Tú no tienes una audición importantísima o algo? —pregunté mientras descolgaba.

—Empieza en diez minutos. Le he llamado pero a mí también me salta el buzón de voz. ¿Te veo en la entrada de la biblioteca? Estoy subiendo al taxi, en cuatro o cinco minutos estoy ahí.

— ¿Y la audición?

—Puedo hacerla el año que viene. Y de todas formas, mis padres tienen dinero, no es como si necesitase una beca. —Y vale, eso ya lo sabía, pero le vendría bien. Estudiar en París no es lo más barato del mundo. — ¿Puerta cinco minutos?

—Claro.

        Llegamos allí casi al mismo tiempo. Bajamos de los taxis y salimos corriendo hacia el lado derecho del edificio, donde se bajaba a los trasteros que se alquilaban por meses para almacenamiento. La puerta abrió sin llave y antes de que Carolina pudiera echar a correr, le puse una mano en el hombro.

—No hagas ruido, no hables si no es necesario. Vamos a caminar muy despacito y con la espalda pegada a la pared, ¿vale? Los ángulos muertos y las esquinas son tus amigos. Si hay que correr, te quiero agachada y haciendo eses. ¿Entendido?

        Asintió con la cabeza y con los ojos muy abiertos me dejó pasar delante de ella, agarrándome de la mano e intentando no hacer ruido. Al no escuchar el taconeo me fijé en sus bailarinas. Carolina odiaba sentirse bajita. Sacudí la cabeza intentando centrarme y arrimé la puerta a nuestra espalda empezando a caminar por uno de los pasillos llenos de puertas.

        Se oían ruidos amortiguados por el pasillo de la derecha, así que giramos y nos pegamos a una de las puertas de la que parecían salir gruñidos y pasos.

—No tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo, vamos a intentar coger a Lucas e irnos de aquí lo más rápido posible. Si algo sale mal quiero que salgas corriendo y llames a la policía. Solo como último recurso, porque Lucas puede acabar jodido. ¿Vale?

—Correr agachada y haciendo eses y llamar a la policía. Lo tengo.

        Sonreí, y pensando en que yo lo único que quería hacer era dejar de meterme en movidas raras donde no me llamaba nadie, abrí la puerta de un tirón.

        Lucas estaba tirado en una esquina en el suelo, le sangraba la nariz y estaba doblado sobre si mismo como si le doliesen las costillas. Había dos tíos a su lado, uno con la pierna a media patada. A la derecha, un tío de unos veintimuchos se sentaba sobre una caja de madera y fumaba con una chica rubia sentada en el regazo.

        Tenía el pelo rizado en lugar de liso como en la fiesta, y no iba tan maquillada. Pero ahora que yo no estaba borracho y sacado de contexto reconocí a Mel enseguida.

—Hostia, Campanilla. Iba a llamarte.