Aquel era uno de esos momentos en que, cuando nos lo
planteamos tirados en el sofá viendo la tele, todos creemos saber cómo
reaccionaríamos. Pero realmente no lo sabemos hasta que nos vemos directamente
en la situación.
Yo soy un chico tranquilo. Nunca me he metido en peleas,
nunca he buscado líos con nadie… Nunca he tenido que vivir situaciones límite
ni que tomar decisiones importantes bajo presión y de manera brusca.
Y nunca pensé que pudiera disparar a alguien. Nunca me creí
capaz de atentar tan directamente contra la vida de otro ser humano. Nunca he
podido entender cómo de fuera de si tiene que estar alguien para matar a otra persona.
Ahora podría intentar excusarme hablando del calor del
momento, del instinto de supervivencia, del miedo… Podría deciros que estaba en
shock y no sabía lo que hacía. Esta es mi historia, así que podría incluso
deciros que fallé el tiro y nunca sabríais la verdad.
Pero lo cierto es que cuando levanté la pistola hacia el tío
y apunté a su pecho, no estaba fuera de mi cabeza, y no fallé. Ni siquiera
tenía miedo. Cuando apreté el gatillo era completa y absolutamente consciente
de lo que hacía. Con esa claridad en que todo parece ir a cámara lenta y tú
tienes todo el tiempo del mundo.
El tío cayó sobre las baldosas del paseo como un peso muerto.
Porque un tiro entre los ojos normalmente hace ese tipo de cosas a un cuerpo. Y
Luka se llevó las manos a la brecha mientras echaba la cabeza hacia atrás,
intentando no perder más sangre.
Nadie dijo nada. Eric y yo nos quedamos mirándonos a los ojos
en silencio. Con ese tipo de miradas que deberían decir muchas cosas pero en
realidad no dicen ninguna. O que las dicen todas pero tú estás demasiado
asustado porque acabas de matar a alguien como para fijarte en los detalles.
Lucas
llegó caminando desde las escaleras que conectaban el puerto con el casco
antiguo, y aunque teniendo en cuenta lo que tardó en entrar en escena era obvio
que había visto la… pelea, no dijo nada. Con mucha tranquilidad y tapándose las
manos con las mangas de la chaqueta rebuscó en la chaqueta del traje del tío, y
sacó una cartera de cuero.
— ¿Cómo queréis llamarle?
¿Vicente, Manuel, Rodrigo, Elías…? Hay carnets falsos para escoger. —preguntó
con mucha calma.
Todo pasaba como si no pasase. Con ese tipo de ambientación
de los sueños en que todo parece irreal. Aquello más que mi vida parecía un
puto videojuego. Y yo estaba tan tranquilo que ya empezaba a acojonarme cómo
reaccionaría cuando volviese a la realidad.
—Joder, joder, joder,
joder. —masculló Eric llevándose las manos a la cabeza.
—Que no cunda el pánico. Félix,
no estás fichado, ¿no? —me preguntó Lucas
poniéndose de pie. Yo negué con la cabeza. —Pues voy a meterle la cartera donde
estaba. Que se apañe la poli identificándolo, para mi es Vince. Dame la pistola,
pagando no será difícil que alguien se deshaga de tus huellas. Obviamente, no
hace falta decir que el dinero no lo pongo yo, ¿no? —preguntó lanzándoles una
mirada a Eric y a Luka, que asintieron en silencio.
Hice lo que me dijo y, una vez arreglado, se echó al tío al
hombro lo tiró en el agua negra del muelle.
—Alguien debe de haber
llamado ya a la policía al escuchar el disparo, pero con un poco de suerte
pensarán que fue alboroto de la discoteca. Eric y Luka van a ir al hospital y
decir que las heridas de Luka son de una pelea. Entre ellos. Sin más testigos o
participantes. Félix, tú mándale un mensaje a Teresa y dile que disuelva la
fiesta. Y por Dios, no le contéis esto a nadie. —terminó de resolver
limpiándose las manos al pantalón.
—No se lo voy a ocultar a
Mara. —le corté antes de que Eric pudiera ayudar a Luka a levantarse.
—Tío, a mi me dejó por
estar metido en negocios turbios. Que se lo cuentes y que te de la patada son
todo uno. —aseguró Luka desde el suelo. Muy colaborador, el hijo de puta.
Me contuve para no darle una patada en la cara diciéndome que
no era momento. Que estaba sangrando y yo acababa de matar a alguien. Joder, yo
acababa de matar a alguien.
—Pero es que yo no estoy
metido en negocios turbios. TÚ estás metido en negocios turbios so hijo de
perra. Yo estoy metido en un marrón como una casa porque mis amigos son
retrasados y… ¿Por qué estamos discutiendo en lugar de largarnos antes de que
llegue la poli? —pregunté de repente.
Eric y Luka fueron caminando hasta la plaza del ayuntamiento,
a coger un taxi para ir al hospital. Lucas y yo echamos a andar hacia el centro
de la ciudad para alejarnos lo más posible del escenario. Yo le mandé el
mensaje a Teresa y Lucas llamó por teléfono a un tío que vino a por la pistola.
—El dinero cuando esté
limpia. Hay huellas, no hay pasta. ¿Capito?—le gruñó mientras se la daba. —Y
nada de coñas, que sé dónde duermes.
Yo lo observaba todo el segundo plano. Porque mi mejor amigo,
el tío con el que había crecido, mi hermano en todo excepto la sangre, parecía
haberse convertido de repente en el líder de una banda criminal sin que yo me
enterara.
—¿Me lo vas a explicar
o..?—pregunté bastante ofendido. Si esto era lo que se sentía ser dejado de
lado de parte de la persona en la que más confiabas, lo que había sentido
Lucas… Era una mierda.
—Voy a mandarle un
Whatsapp a Javi diciéndole que nos hacemos un aguas para recuperar el tiempo
perdido. Cuando me fui le estaba comiendo el morro a Lucía, así que no creo que
se ralle. ¿Vamos a un pub y lo hablamos bajándonos un tequila?
— ¿Dónde quedó el café y
el no emborracharse?
—Tío, son las once de la
noche, si encuentras una cafetería abierta te doy una puta medalla. —me dijo
riéndose mientras me pasaba un brazo por los hombros.
Entramos en un pub del centro y nos sentamos en una mesa
cerca del ventanal. La música era horrible, y en la pista de baile la gente se
agitaba con algo de ritmo intentando bailar. La camarera, que tenía la falda
muy corta y una camisa transparente que dejaba a la vista su sujetador de
cerecitas, vino sonriendo y se inclinó regalándole a Lucas un primer plano de
su escote.
— ¿Qué os pongo, chicos?
—Tequila, José Cuervo para
mí y…
—Jack Daniels doble. —pedí
con una sonrisa rápida. Una sonrisa de soy un chico normal y no he matado a
nadie.
Ella volvió a la barra y Lucas se giró en su sofá de cuero
apoyando la espalda en la pared. Parecía cansado. No por la noche de fiesta
sino por el peso de ocultar cosas durante demasiado tiempo. No era la cara de
un crío de diecisiete años.
—Han echado a mi padre del
taller de coches. Está con el paro, pero no nos llega. Mi madre sigue con las
clases particulares mientras espera a que salgan oposiciones a profesora. Yo…
quería ayudar.
La camarera volvió y nos dejó las bebidas, la de Lucas con
una tarjeta con su número. Yo pagué justo y ella se marchó contoneando las
caderas.
—Ellos se pusieron en
contacto conmigo. Yo… Al principio era trabajos pequeños, mensajería, tráfico,
algún robo de poco nivel… Luego al jefe
le pareció que yo tenía madera y fui… ¿ascendiendo? Joder tío, no sé. —se bebió
de un trago el primero de los tres chupitos de tequila que tenía en la mesa.
—No te lo iba a contar. Pensé que te acojonarías. Que dejarías de hablarme.
Porque… joder Félix, tú siempre has sido el calmado, el lógico, el tranquilo… Y
ahora has matado a un tío.
Le di un trago a mi whisky y esperé en silencio a que
siguiera hablando. Parecía que últimamente eso era todo lo que hacía. Esperar
en silencio a que la gente me contase sus historias. Tampoco me molestaba.
Cuando vi que no iba a seguir hablando le puse una mano en el brazo para hacer
que me mirara.
—Si te sirve de consuelo,
yo tampoco te habría contado lo de… ¿Vince? Si no hubieras estado ahí.
Él se rió agachando la cabeza y vació otro vaso de chupito.
—Somos una puta mierda de
amigos. —comentó sonriendo. Y era una sonrisa cínica y cansada, pero ahora sí
parecía un chaval de diecisiete años y no un hombre de cuarenta.
—Eh, el primer paso es
reconocerlo. —levanté el vaso y él lo chocó tomándose su último chupito.
Y yo pensé que quizás no éramos tan malos amigos. Porque nos
sentíamos mal cuando llevábamos mucho tiempo sin vernos, y al leer alguna cosa
graciosa el otro era la primera persona a quien queríamos mandársela y nos
emborrachábamos juntos y estábamos ahí el uno para el otro. Y al final del día,
son las cosas que haces las que cuentan. Las que callas no importan tanto.
Al tequila y al whisky le siguieron dos vasos de vodka. Para
cada uno. Y luego le mandé un mensaje a la madre de Lucas diciéndole que se
quedaba a dormir en mi casa para ver un partido de baloncesto de la liga
americana que echaban a las cuatro de la mañana.
Llegamos a mi casa y le inflé la cama de invitados. No nos
molestamos en poner sábanas, porque los dos sabíamos que estaba demasiado
borracho como para notar la diferencia. Nos tiramos en las camas mirando al
techo y nos dormimos en silencio.
Por la mañana salté por encima de la cama de Lucas de camino
al baño. Tiré de la cisterna rezando por no despertar a nadie, aunque no sabía
qué hora era. Me lavé las manos y la cara y me quedé un momento en silencio
mirando mi reflejo en el espejo.
Ayer había matado a alguien. Oh. Joder. Ayer me había cargado
a alguien que probablemente tenía familia o amigos. Me había cargado a alguien
a quien echarían de menos. Habría alguien destrozado por mi culpa. Porque yo
había MATADO a alguien.
Joder. Joder. Joder. Joder.
Y tampoco había llamado a Mara.