El jersey volvió
completamente a la normalidad después de que siguiese con exactitud los pasos
que encontré en un foro de madres primerizas que me sugirió Google. Y cuando
Sara lo llevó a clase Diego le volvió a decir que estaba muy guapa.
Si no lo hubiese hecho probablemente habría ido a darle una
paliza, porque no sé si alguna vez habéis intentado que un jersey rosa, rosa feo, volviera a ser gris; pero no es tan
fácil como parece y lleva una cantidad de tiempo ridícula que podría haber
aprovechado para jugar al Call of Duty o mirar el libro de Matemáticas sin
hacer ningún problema.
Carolina me llamó y me dijo que se encargaba ella de hablar
con José, ya que era la más lista y la que más experiencia tenía chantajeando
gente. No me esforcé en rebatir que era más lista que yo y no pregunté por los
chantajes. Porque, en serio, cuanto menos supiera mejor.
—Vale, guay. Ahora mismo
te paso el video por whatsapp.
Una vez que me quité el asunto del chantaje de las manos y
que el jodido jersey volvió a su estado original me quedé sin muchas cosas
urgentes que hacer. Es extraño como después de un par de semanas agitadas
parece que dejas de saber qué hacer con los momentos “en blanco” de tu vida.
Yo
cogí una bolsa de deporte, llamé a Lucas y me fui al gimnasio. Porque
convertirme en fumador asiduo para aclararme las ideas no era una buena idea y
el ejercicio siempre había tenido más o menos el mismo efecto para mí.
A la segunda serie de pesas se me habían soltado todos los
músculos, lengua incluida, así que en cuanto pude coger aire le conté mi
detallado plan para encontrar a mi padre.
—Hoy cuando llegue a casa
voy a revolverle todos los cajones a mi madre a ver si hay algo sobre mi padre.
Lucas agarró la barra que yo estaba levantando y la apoyó en
su sitio, mirándome en silencio hasta que recuperé la respiración lo bastante
como para contestarle cuando me hablara.
— ¿Eso es que quieres
ayuda violando descaradamente la intimidad de tu madre o solo quieres que lo
sepa porque no tienes un diario donde apuntar tus elucubraciones y sueños de
joven mujer adulta?
—Vete a la mierda. —Me
incliné a por la botella de agua que tenía al lado y después de dar un trago
largo me giré para dársela. —Ni que tuvieras nada mejor que hacer.
— ¿A las cuatro? —preguntó
quitándome la botella de agua.
—A las cinco y media, le
prometí a mi hermana que la acompañaba a comprar un vestido para no sé qué
fiesta de no sé quién.
—Guay, pues a las cinco y
media en tu casa, cuando te vuelvan a crecer las pelotas. Prometo no juzgarte
si vienes con las uñas pintadas.
Después de comer, mi hermana me paseó por unas doce tiendas
mirando toda la ropa con cara de asco y quejándose en voz alta haciendo que
todas las dependientas me miraran mal a mí. En la tienda número trece encontró
tres vestidos que le gustaban, así que no podía decidirse, aunque se los probó
todos por lo menos dos veces.
—Sara, en serio, tengo
prisa. ¿Tan difícil es escoger un vestido? Si estás guapa con todos.
Esa fue la frase que desató el infierno. En menos de un
minuto pasé de ser “el mejor hermano del mundo” a un “cerdo machista y
chovinista que ni la comprendía ni la dejaba expresarse como mujer”. Lo cual,
teniendo en cuenta que tenía doce años, significaba más que nada que ella
pasaba demasiado tiempo en internet.
Suspiré y me pasé las manos por el pelo repitiéndome a mí
mismo que era mi hermana y que yo la quería, y que, no, meter un tenedor en un
enchufe no era una solución razonable a nada. Iba a abrir la boca,
probablemente para meter la pata aún más y conseguir que Sara dejase
definitivamente de hablarme cuando Ella me salvó la vida.
—Cielo, tú has visto cómo
se viste. No esperarías en serio que lo entendiese, ¿no?
Había pasado por lo menos un mes desde que había hablado con
ella. Un mes sin mandarle mensajes, escucharla parlotear sobre temas absurdos
ni escucharla reír. Pero su voz seguía siendo exactamente igual, y como
siempre, yo no pude evitar estar agradecido.
Mara llevaba un jersey azul, vaqueros y deportivas. Lo cual
probablemente no dice mucho en mi favor cuando reconozco abiertamente que se me
cortó la respiración de golpe. Cuando me sonrió antes de volver a girarse hacia
mi hermana pensé que me moría. En el mejor de los sentidos. Quizás. No lo sé.
— ¿Puedo preguntar para
qué es el vestido?
Mi hermana no lo dudó un momento, porque supongo que Mara le
gustaba más que yo y tendría que aprender a vivir con ello.
—El sábado es el
cumpleaños de Diego, un… amigo. —dijo poniéndose roja. Y, en serio, iba a
cortarle las pelotas al tal Diego. —Y va a hacer una fiesta en su casa y pues…
—Vale, pues si tu hermano
tiene prisa yo puedo quedarme contigo y ayudarte a escogerlo. —resolvió Mara
colocándole un mechón de pelo detrás de la oreja. Inmediatamente después, como
si acabara de darse cuenta de lo que había hecho, se giró hacia mí ligeramente sonrojada.
—si a él le parece bien, claro.
La mirada de mi hermana dejó muy claro que a mí me parecía
bien, y que si no me parecía bien podía ir poniendo pestillo en la puerta de mi
cuarto porque no iba a salir vivo de aquella.
—A las siete en casa,
tiene deberes. —advertí mirando a mi hermana. Luego saqué la cartera y le di
dos billetes de veinte a Mara para cubrir lo que costase el vestido.
—Eres el mejor.
Dijo Mara, mientras mi hermana decía:
—Eres un plasta.
Sara le dio la mano y se la llevó hacia otro perchero para
enseñarle el primer vestido que le había gustado. Y yo me di la vuelta y me fui
de la tienda antes de que pudiera pararme a pensar en nada de lo que había
pasado.
Cogí el bus y corrí hasta mi casa. No me preocupé lo más
mínimo al ver a Lucas tirado en mi sofá jugando a la PSP, porque tenía llave
desde que teníamos catorce años. Ver a Eric leyendo en una de las butacas, por
otro lado, sí que me extrañó un poco.
— ¿Hola?
—Hey, tío. —dijo Eric
poniéndose de pie y acercándose a mí para darme una palmada en el brazo. —Lucas
me ha contado lo de tu padre, quiero ayudar.
— ¿Así, sin más? ¿Por qué?
—porque vale que Eric nunca había sido tan capullo como Luca, pero tampoco
habíamos vuelto a hablar desde que Mara y yo habíamos cortado.
Los dos me miraron como si me hubiese vuelto gilipollas
esporádicamente.
— ¿Cómo que sin más?
¿Estás tonto? Somos amigos —me cortó mirándome raro — De no ser por ti estaría
muerto, anormal. Así que si te puedo ayudar en algo, soy el primero en la
lista. Y Katerina dice que cuentes con ella para lo que sea, capullo.
No me cabreó que dos personas a quienes no había planeado
contárselo se hubiesen enterado del plan porque mi mejor amigo era incapaz de
cerrar la bocaza. Más bien me sentí un capullo por pensar que al cortar con
Mara ellos dejarían de ser amigos míos.
—Cuantos insultos, sí que
te debo hacer tilín, hijo de puta.
Eric me sonrió y Lucas, que se había mantenido al margen
porque es un idiota con clase, se levantó y guardó la PSP en su mochila.
— ¿Por dónde empezamos?
—Cuando se conocieron ella
estaba acabando el instituto, así que buscad lo que sea de esa época. Fotos con
amigos, anuarios… lo que sea.
Nos dividimos las habitaciones y empezamos a revolver
intentando dejarlo todo donde lo habíamos encontrado. Cuando Eric nos llamó desde el salón yo estaba
revisando la caja llena de fotos que mi madre guardaba en su mesilla de noche. Salí
corriendo y me choqué con Lucas por el pasillo y los dos llegamos al salón al
mismo tiempo. Eric me dio una fotografía en color sepia con una esquina un poco
quemada.
En la fotografía tres jóvenes sonreían a la cámara. Mi madre
llevaba una camiseta sin tirantes y unos pantalones tobilleros, y estaba
sentada en las escaleras de la playa intentando darse un poco de sombra a los
ojos con la mano. Mi padre estaba a su lado, era difícil no reconocerle, porque
era igual que yo. Tenía un cigarrillo entre los labios y sonreía con un brazo
por encima de los hombros de mi madre. Y no parecía un hijo de puto que
pretendiese arruinarle la vida.
Al otro lado de mi padre había una chica rubia con un vestido
largo y un sombrero que sujetaba con una mano intentando que el viento no se lo
llevase. Le di la vuelta a la foto y leí en la letra torcida de mi madre Junio, 1993. Clara, Andrés y Julia.
Supongo que debió parecer que estaba un poco en shock, porque
Eric me hizo sentarme en el sofá y me trajo un vaso de agua. Andrés. Mi padre
se llamaba Andrés. Ya no era un ser aleatorio e intangible que nunca había
estado presente. Ahora era alguien. Una persona, con nombre y cara. Con mi
cara.
Lucas volvió a la habitación con un anuario polvoriento en la
mano y yo me pregunté cuándo se había ido. Lo dejó abierto en mi regazo y me
señaló una cara.
—Sabía que esa tía me
sonaba de algo.
Clase de 1991, colegio
Santa María del Mar.
Era la orla de graduación de mi madre, y la había visto
cientos de veces. Pero nunca me había fijado en la chica de la esquina superior
izquierda, con el pelo claro recogido en un moño y los dientes un poco de
conejo.
Julia Álvarez Cortázar