sábado, 5 de octubre de 2013

Capítulo 26:

         El jersey volvió completamente a la normalidad después de que siguiese con exactitud los pasos que encontré en un foro de madres primerizas que me sugirió Google. Y cuando Sara lo llevó a clase Diego le volvió a decir que estaba muy guapa.

        Si no lo hubiese hecho probablemente habría ido a darle una paliza, porque no sé si alguna vez habéis intentado que un jersey rosa, rosa feo, volviera a ser gris; pero no es tan fácil como parece y lleva una cantidad de tiempo ridícula que podría haber aprovechado para jugar al Call of Duty o mirar el libro de Matemáticas sin hacer ningún problema.

        Carolina me llamó y me dijo que se encargaba ella de hablar con José, ya que era la más lista y la que más experiencia tenía chantajeando gente. No me esforcé en rebatir que era más lista que yo y no pregunté por los chantajes. Porque, en serio, cuanto menos supiera mejor.

—Vale, guay. Ahora mismo te paso el video por whatsapp.

        Una vez que me quité el asunto del chantaje de las manos y que el jodido jersey volvió a su estado original me quedé sin muchas cosas urgentes que hacer. Es extraño como después de un par de semanas agitadas parece que dejas de saber qué hacer con los momentos “en blanco” de tu vida.

Yo cogí una bolsa de deporte, llamé a Lucas y me fui al gimnasio. Porque convertirme en fumador asiduo para aclararme las ideas no era una buena idea y el ejercicio siempre había tenido más o menos el mismo efecto para mí.

        A la segunda serie de pesas se me habían soltado todos los músculos, lengua incluida, así que en cuanto pude coger aire le conté mi detallado plan para encontrar a mi padre. 

—Hoy cuando llegue a casa voy a revolverle todos los cajones a mi madre a ver si hay algo sobre mi padre.

        Lucas agarró la barra que yo estaba levantando y la apoyó en su sitio, mirándome en silencio hasta que recuperé la respiración lo bastante como para contestarle cuando me hablara.

— ¿Eso es que quieres ayuda violando descaradamente la intimidad de tu madre o solo quieres que lo sepa porque no tienes un diario donde apuntar tus elucubraciones y sueños de joven mujer adulta?

—Vete a la mierda. —Me incliné a por la botella de agua que tenía al lado y después de dar un trago largo me giré para dársela. —Ni que tuvieras nada mejor que hacer.

— ¿A las cuatro? —preguntó quitándome la botella de agua.

—A las cinco y media, le prometí a mi hermana que la acompañaba a comprar un vestido para no sé qué fiesta de no sé quién.

—Guay, pues a las cinco y media en tu casa, cuando te vuelvan a crecer las pelotas. Prometo no juzgarte si vienes con las uñas pintadas.

        Después de comer, mi hermana me paseó por unas doce tiendas mirando toda la ropa con cara de asco y quejándose en voz alta haciendo que todas las dependientas me miraran mal a mí. En la tienda número trece encontró tres vestidos que le gustaban, así que no podía decidirse, aunque se los probó todos por lo menos dos veces.

—Sara, en serio, tengo prisa. ¿Tan difícil es escoger un vestido? Si estás guapa con todos.

        Esa fue la frase que desató el infierno. En menos de un minuto pasé de ser “el mejor hermano del mundo” a un “cerdo machista y chovinista que ni la comprendía ni la dejaba expresarse como mujer”. Lo cual, teniendo en cuenta que tenía doce años, significaba más que nada que ella pasaba demasiado tiempo en internet.

        Suspiré y me pasé las manos por el pelo repitiéndome a mí mismo que era mi hermana y que yo la quería, y que, no, meter un tenedor en un enchufe no era una solución razonable a nada. Iba a abrir la boca, probablemente para meter la pata aún más y conseguir que Sara dejase definitivamente de hablarme cuando Ella me salvó la vida.

—Cielo, tú has visto cómo se viste. No esperarías en serio que lo entendiese, ¿no?

        Había pasado por lo menos un mes desde que había hablado con ella. Un mes sin mandarle mensajes, escucharla parlotear sobre temas absurdos ni escucharla reír. Pero su voz seguía siendo exactamente igual, y como siempre, yo no pude evitar estar agradecido.

        Mara llevaba un jersey azul, vaqueros y deportivas. Lo cual probablemente no dice mucho en mi favor cuando reconozco abiertamente que se me cortó la respiración de golpe. Cuando me sonrió antes de volver a girarse hacia mi hermana pensé que me moría. En el mejor de los sentidos. Quizás. No lo sé.

— ¿Puedo preguntar para qué es el vestido?

        Mi hermana no lo dudó un momento, porque supongo que Mara le gustaba más que yo y tendría que aprender a vivir con ello.

—El sábado es el cumpleaños de Diego, un… amigo. —dijo poniéndose roja. Y, en serio, iba a cortarle las pelotas al tal Diego. —Y va a hacer una fiesta en su casa y pues…

—Vale, pues si tu hermano tiene prisa yo puedo quedarme contigo y ayudarte a escogerlo. —resolvió Mara colocándole un mechón de pelo detrás de la oreja. Inmediatamente después, como si acabara de darse cuenta de lo que había hecho, se giró hacia mí ligeramente sonrojada. —si a él le parece bien, claro.

        La mirada de mi hermana dejó muy claro que a mí me parecía bien, y que si no me parecía bien podía ir poniendo pestillo en la puerta de mi cuarto porque no iba a salir vivo de aquella.

—A las siete en casa, tiene deberes. —advertí mirando a mi hermana. Luego saqué la cartera y le di dos billetes de veinte a Mara para cubrir lo que costase el vestido.

—Eres el mejor.

        Dijo Mara, mientras mi hermana decía:

—Eres un plasta.

        Sara le dio la mano y se la llevó hacia otro perchero para enseñarle el primer vestido que le había gustado. Y yo me di la vuelta y me fui de la tienda antes de que pudiera pararme a pensar en nada de lo que había pasado.

        Cogí el bus y corrí hasta mi casa. No me preocupé lo más mínimo al ver a Lucas tirado en mi sofá jugando a la PSP, porque tenía llave desde que teníamos catorce años. Ver a Eric leyendo en una de las butacas, por otro lado, sí que me extrañó un poco.

— ¿Hola?

—Hey, tío. —dijo Eric poniéndose de pie y acercándose a mí para darme una palmada en el brazo. —Lucas me ha contado lo de tu padre, quiero ayudar.

— ¿Así, sin más? ¿Por qué? —porque vale que Eric nunca había sido tan capullo como Luca, pero tampoco habíamos vuelto a hablar desde que Mara y yo habíamos cortado.

        Los dos me miraron como si me hubiese vuelto gilipollas esporádicamente.

— ¿Cómo que sin más? ¿Estás tonto? Somos amigos —me cortó mirándome raro — De no ser por ti estaría muerto, anormal. Así que si te puedo ayudar en algo, soy el primero en la lista. Y Katerina dice que cuentes con ella para lo que sea, capullo.

        No me cabreó que dos personas a quienes no había planeado contárselo se hubiesen enterado del plan porque mi mejor amigo era incapaz de cerrar la bocaza. Más bien me sentí un capullo por pensar que al cortar con Mara ellos dejarían de ser amigos míos.

—Cuantos insultos, sí que te debo hacer tilín, hijo de puta.

        Eric me sonrió y Lucas, que se había mantenido al margen porque es un idiota con clase, se levantó y guardó la PSP en su mochila.

— ¿Por dónde empezamos?

—Cuando se conocieron ella estaba acabando el instituto, así que buscad lo que sea de esa época. Fotos con amigos, anuarios… lo que sea.

        Nos dividimos las habitaciones y empezamos a revolver intentando dejarlo todo donde lo habíamos encontrado.  Cuando Eric nos llamó desde el salón yo estaba revisando la caja llena de fotos que mi madre guardaba en su mesilla de noche. Salí corriendo y me choqué con Lucas por el pasillo y los dos llegamos al salón al mismo tiempo. Eric me dio una fotografía en color sepia con una esquina un poco quemada.

        En la fotografía tres jóvenes sonreían a la cámara. Mi madre llevaba una camiseta sin tirantes y unos pantalones tobilleros, y estaba sentada en las escaleras de la playa intentando darse un poco de sombra a los ojos con la mano. Mi padre estaba a su lado, era difícil no reconocerle, porque era igual que yo. Tenía un cigarrillo entre los labios y sonreía con un brazo por encima de los hombros de mi madre. Y no parecía un hijo de puto que pretendiese arruinarle la vida.

        Al otro lado de mi padre había una chica rubia con un vestido largo y un sombrero que sujetaba con una mano intentando que el viento no se lo llevase. Le di la vuelta a la foto y leí en la letra torcida de mi madre Junio, 1993. Clara, Andrés y Julia.

        Supongo que debió parecer que estaba un poco en shock, porque Eric me hizo sentarme en el sofá y me trajo un vaso de agua. Andrés. Mi padre se llamaba Andrés. Ya no era un ser aleatorio e intangible que nunca había estado presente. Ahora era alguien. Una persona, con nombre y cara. Con mi cara.

        Lucas volvió a la habitación con un anuario polvoriento en la mano y yo me pregunté cuándo se había ido. Lo dejó abierto en mi regazo y me señaló una cara.

—Sabía que esa tía me sonaba de algo.

        Clase de 1991, colegio Santa María del Mar.

        Era la orla de graduación de mi madre, y la había visto cientos de veces. Pero nunca me había fijado en la chica de la esquina superior izquierda, con el pelo claro recogido en un moño y los dientes un poco de conejo.


        Julia Álvarez Cortázar