viernes, 29 de noviembre de 2013

Capítulo 29:

      Caminé. Y caminé. Y caminé. Y podría haber cogido un autobús, pero habría quedado menos poético y si hubiese tenido que quedarme quieto en la parada de autobús esperando probablemente me habría dado un ataque.

        La dirección estaba en las afueras, al otro lado de la playa, cerca de los merenderos y el club de tenis. Así que fui caminando por el paseo marítimo intentando que el viento y el olor a salitre me aclarasen la cabeza.

        En la arena una clase de principiantes aprendía a subirse a la tabla de surf, las parejas paseaban dejando correr a sus perros y un par de valientes de daban un baño. Pensé en todos mis compañeros de clase, estudiando para los exámenes finales. Sonreí y seguí caminando mucho más confiado.

        Sabía a lo que iba. Lo controlaba. Desde que había decidido encontrar a ese cabrón me había preparado para tenerlo cara a cara. Ese hijo de puta le había arruinado la vida a mi madre, y por muy bien que ella me hubiese educado, algo dentro de mí quería sangre.

        Ahora que sabía que Julia y mi padre eran hermanos, buscar en Google Andrés Álvarez Cortázar fue lo más simple del mundo. Y cuando apareció el primero en un artículo del periódico que explicaba que la compañía de la que era director ejecutivo había sido multada por contaminación al medio ambiente… me sentí como si me hubiese tocado la lotería.

        El portal que me había apuntado Julia estaba en un edificio de ladrillo rojo con aspecto de construcción moderna. Parecía un sitio bonito para vivir. Un sitio caro para vivir. Notando como empezaba a cabrearme, piqué un timbre al azar y me aclaré la voz.

—Cartero comercial.

        Me abrieron. El portal tenía suelo de mármol, y era más grande que el salón de mi casa. Con buzones de madera oscura alineados, plantas de verdad, alfombra, un espejo enorme y un ascensor a cada lado de las escaleras.

        Piqué para llamar al ascensor. Me sentía absolutamente fuera de lugar, con mis vaqueros y mis converse. Y no podía dejar de imaginarme como mi padre debía de entrar cada día por esa puerta con un traje e hincharse de orgullo. Las puertas se abrieron dejándome escuchar un hilo musical suave y estéril que no hizo más que cabrearme más.

        Para cuando llegué al cuarto piso me había enfadado yo solo hasta el punto de hacerme hervir la sangre en las venas y querer liarme a puñetazos con cuanta persona me encontrase. ¿No es hermosa la mente humana?

        Piqué al timbre agachando un poco la cabeza para que no se me viera la cara por la mirilla. Tuve que esperar unos minutos que fueron probablemente segundos, y se escucharon pasos. La puerta se abrió completamente, y un hombre con un traje gris dio un paso hacia adelante. Llevaba zapatos negros y un anillo de casado.

        Levanté la vista despacio. Porque antes de mirarle a la cara ya sabía que era él. Era una seguridad absoluta que me envolvía y me hacía querer correr y encogerme y gritar y…

        Me estiré y le devolví la mirada. Era algo más alto que yo, pero en cuanto supo quién era pareció encogerse. Joder, tampoco es que hubiese mucho margen de error. Cuando ves tu cara en alguien dieciocho años más joven que tú y hace ese mismo tiempo que abandonaste a una mujer embarazada… no hay muchas posibilidades, la verdad.

        Supongo que llegados a este punto ya sabéis que no soy un cabrón. No soy intrínsecamente mala persona. Mi madre me enseñó a compartir, a ayudar a los demás, a tener empatía. Yo no jodo a la gente porque sí. Soy medianamente educado la mayor parte del tiempo y normalmente no salto sin provocación.

        Si tenemos en cuenta que he asesinado a un hombre que ni siquiera conocía, amenazado al director de mi colegio con destrozarle la vida, y puesto a un tío al que perseguía gente armada contra las cuerdas… Creo que ya no puedo decir que sea un chico tranquilo. Y es bastante evidente que hay una vena dentro de mí que obtiene un placer particular en cabrear y ofender a la gente que me ha jodido. Así que sonreí de medio lado, burlándome de su traje, su edificio y su cobardía en su jodida cara.

—Buenos días, papá. Parece que hace años que nos vemos.

        Abrió los ojos en una mueca de incredulidad que me habría sacado una carcajada si no hubiese estado muy ocupado fingiendo ser un tipo duro. Lanzó una mirada sobre su hombro y dio otro paso hacia adelante, arrimando la puerta hasta casi cerrarla.

        Había algo dentro que no quería que yo viera o que no quería que me viera a mí. Perfecto.

— ¿Qué...? —empezó a preguntar, para simplemente parar en seco y mirarme. No se lo había esperado y ahora no sabía qué hacer conmigo. Ese era un hombre al que las consecuencias de sus actos nunca habían vuelto para morderle el culo. Bien, pues yo le iba a arrancar un buen cacho.

—Podría enajenarme y pensar que eso es el comienzo de “¿Qué tal estas, querido hijo?” o “¿Qué quieres para los dieciocho cumpleaños que te debo?”. Oh, no. Incluso mejor: “¿Qué crees que pensará mi mujer cuando se entere de que tengo un hijo al que no he visto en la vida?”. Pero como de momento no me pareces una persona especialmente brillante, apuesto por “¿Qué haces aquí?”. ¿Es correcto?

        Frunció el ceño ante la flagrante falta de respeto y su boca se retorció en una mueca de desprecio. Esa que ponen todos los adultos cuando se encuentran con un listillo. Y la sorpresa abandonó su cara por completo. Se estiró para remarcar la diferencia de altura y me miró con un brillo inteligente en los ojos.

—No sé quién eres ni qué quieres, niño. —aseguró cuadrando los hombros.

— ¿Seguro que quieres ir por ahí? Porque según la legislación española si la madre o el hijo solicitan una prueba de paternidad, el supuesto padre está obligado a concederla.

        La furia que se extendía por sus facciones de manera lenta y constante era evidente. Estaba en sus fosas nasales dilatadas, los puños tensos, los nudillos blancos. Quería darme un puñetazo por atreverme a entrar en su escena perfecta. Sabía que podía joderselo todo, y tenía miedo.

        Bueno, siempre supe que alguien acabaría rompiéndome la boca por hablar de más. ¿Por qué no mi padre? Así todo quedaba en familia.

— ¿Qué quieres?, ¿dinero? Tengo dinero. ¿2000 euros y olvidamos el tema? —preguntó echando mano del bolsillo de su pantalón.

— ¿2000 euros? —pregunté incrédulo. Y el gilipollas asintió porque debió de pensar que me parecía mucho. —Vale, es evidente que crees que soy idiota. Pero tranquilo, que me la sopla. El artículo 154 del Código Civil recoge que la manutención del hijo no emancipado es tarea de ambos padres. Así que puedes empezar a ser mucho más generoso o podemos ver qué piensa tu mujer cuando te lo reclame delante de un juez.

        Clic. Limite sobrepasado. ¡Cortocircuito! ¡Cortocircuito!

      Me agarró del cuello de la camiseta y me estrelló contra la pared que tenía más cerca. Me levantó un poco del suelo y se pegó a mí, echándome el aire caliente de sus fosas nasales justo en la cara.

—Mira niñato. ¡No eres nadie! —explicó. En esa forma tan concreta de susurrar y gritar al mismo tiempo. — No puedes aparecer de repente y amenazar todo aquello por lo que he trabajado. Si la zorra de tu madre decidió tenerte en lugar de abortar es su jodido problema, no el mío. Yo lo he hecho bien en la vida, y si sigues jodiéndome te arrepentirás. —me aseguró sacudiéndome, haciendo que me diese un cabezazo contra la pared. Hablaba rápido y le temblaba el puño por el que me sujetaba.

—Llevas anillo de casado, y en cuanto me has visto has mirado sobre tu hombro y cerrado la puerta. Tu mujer está en casa. Y si grito tú lo pierdes todo. Así que suéltame, da un par de pasos hacia atrás y hazme una oferta que no me haga querer escupirte en la cara.

        No esperaba que lo hiciera. Pero me soltó y dio tres pasos hacia atrás en el rellano. Manteniendo los brazos a ambos lados del cuerpo e intentando calmar su respiración.

— ¿Cuánto quieres?

—Si no lo he calculado mal, cobras unos dos mil euros al mes. Dejando al lado dietas, comisiones y movimientos ilegales. —esperé a que me lo confirmase y él asintió con la cabeza en un movimiento robótico debido a la tensión en sus hombros y su cuello. —Si reclamara en los tribunales asignarían unos cuatrocientos cincuenta euros al mes. Así que eso es lo que vas a darme.

        Apretó los puños y me miró con odio, pero en cuanto consideré que el mensaje había calado seguí hablando.

—Eso quiere decir que ya me debes ocho mil cien euros. Sin contar los intereses que conllevaría la multa por no haber pagado todos estos años… Así que te voy a dar un número de cuenta en el que vas a ingresar 450 euros al mes desde el día de hoy hasta que yo diga que basta. Y si lo haces todo bien, tu mujer no tiene por qué enterarse.

        Si las miradas pudiesen matar yo estaría en el suelo ahogándome con mis propias vísceras y retorciéndome mientras lloraba.

        Tal y como estaban las cosas, sonreí y contuve las ganas de darle un puñetazo. Porque la invisibilidad era la clave. Siempre y cuando su mujer no supiese que yo existía, le tenía cogido por las pelotas.

—El primero lo quiero en cheque, gracias.

        Entró en su piso y mientras esperaba a que saliese con mi cheque, me pasaron imágenes por la cabeza en las que él abría la puerta con una escopeta y me volaba la cara de un tiro al grito de “Muere niñato de mierda”.

        Cuando abrió, aun con los puños apretados y la mandíbula tensa, me extendió la mano con el cheque firmado en un movimiento espasmódico. Pude notar la sonrisa presuntuosa morir en mi cara al darme cuenta de a quien estaba extendido.

        Al portador.

        El hijo de puta probablemente ni siquiera sabía cómo me llamaba.

      Le pasé el papel con el número de cuenta y me metí el cheque en la cartera.

—Gracias, papá. Espero que no haga falta que vuelva a pasarme por aquí.

        Cerró la puerta antes de que yo llegara al ascensor. Y mientras bajaba hacia el portal no podía decidir si quería echarme a reír o a llorar. Si me lo planteaba con calma probablemente ganaría llorar, así que salí del portal, metí las manos en los bolsillos de mis vaqueros y cogí un bus hacia mi casa.

        Le mandé un mensaje a Lucas, completamente seguro de que en cuanto lo supiese él, lo sabría Carolina.

Félix: Todo bien. Os cuento mañana en clase.

        Cuando llegué a casa, el maletín de mi madre estaba tirado en el salón, al lado de sus tacones. Y el mini bar estaba abierto. Ella estaba sentada en la cocina. Mirando a la pared mientras bebía de una botella de Jameson.  

— ¿Dónde has estado toda la tarde? —preguntó mientras entraba y me sentaba enfrente de ella. —Tu hermana quería ir al cine y no ha cerrado la boca ni un momento.

        De pronto el cheque en mi cartera se volvió pesado mientras me lo cuestionaba todo. ¿Cómo se lo tomaría mi madre? “No sabes lo mucho que echo de menos a tu padre” ¿Habían sido solo las palabras de una borracha o de verdad lo pensaba? “No sabes lo mucho que echo de menos a tu padre” Dios, dios, dios, dios. “No sabes lo mucho que echo de menos a tu padre”.

—Tenía una cosa que resolver.

        Apartó la vista de la pared para mirarme un momento en silencio antes de cerrar el puño sobre la botella y ponerse de pie enfadada.

— ¿Una cosa que resolver? ¿En serio, Félix? —gritó dando un paso hacia mí. — ¿Qué cojones te pasa? ¿Quién te crees que eres? ¿Te crees que puedes pasar por casa cuando te dé la gana y esperar que esté echa la comida y todo limpio y recogido? —movió el brazo en un movimiento brusco y la botella salió disparada hacia la pared haciéndose añicos.

        Mi madre gruñó con frustración y se llevó las manos a la cabeza gesticulando con los brazos y mirándome con los ojos entrecerrados.

— ¡Niñato malcriado y egoísta!... yo no te eduqué así. No te importa nadie excepto tú mismo. No te importa tu hermana, no te importo yo. ¡No te importa nada!

        No le grité. No le dije que en lugar de pasarse la tarde bebiendo podría haber pasado algo de tiempo con su hija. Que a su padre, el que estaba trabajando fuera del país le encantaría poder escucharla hablar sin parar. No le dije que  si alguien recogía y limpiaba éramos sus hijos. No le dije por qué había estado fuera toda la tarde.

        Agaché la cabeza y clavé la vista en la unión de las baldosas en el suelo aguantando las ganas de llorar. Porque era mi madre.

        Ella suspiró y salió de la cocina. Y yo me quedé allí sentado mirando al suelo hasta que escuché cerrarse la puerta de su habitación.

        Entonces me levanté, fui a por el recogedor, la escoba, y una bayeta. Y me aseguré de que no quedara ningún cristal en el suelo porque mi hermana siempre entraba en la cocina descalza por las mañanas.

        Salí a la terraza y encendí un cigarrillo. Y mientras el humo se alejaba de mí di un puñetazo a la cornisa empezando a llorar. Apoyé los antebrazos en la cornisa y me encorvé llorando en silencio.

        Dicen que nadie te conoce mejor que tu madre. ¿Y acaso no es verdad? Había pasado la tarde fuera de casa, persiguiendo un fantasma. Había estado buscando una venganza a la que creía que tenía derecho en lugar de estar con mi hermana. Había chantajeado a una persona para conseguir dinero en lugar de buscar un trabajo. Había chantajeado a mi director para aprobar el curso en lugar de ganármelo.

        No era una buena persona. Era un niñato malcriado y egoísta. Mi madre tenía razón. Era una decepción. Era un cumulo de fallos cada vez más grande. Iba en un coche directo a un precipicio y no hacía más que pisar el acelerador.

        Era como mi padre.

        Que lo traigan. Pensé. Soy una mierda de hijo. Una mierda de hermano. Una mierda de amigo… Si voy de cabeza a un precipicio que me lo traigan. Abrochaos los cinturones hijos de puta, porque voy a saltar. 

sábado, 16 de noviembre de 2013

Capítulo 28:

        El sonido de la tetera me despertó un poco y me hizo apartar la vista del suelo hacia Carolina, que me miraba incómoda desde su silla al otro lado de la mesa de la cocina de Julia. Los dos habíamos declinado el café y ella había decidido que un té parecía mejor idea para calmar sus nervios. Así que allí estábamos. Sentados en su cocina, envueltos y arropaditos en un silencio incómodo que me estaba comiendo por dentro.

        Julia volvió a la mesa con una taza en la mano en se sentó en la banqueta entre Carolina y yo. Levantó la vista de su té y abrió la boca para volver a cerrarla y suspirar negando con la cabeza.

—No creo que pueda hacer esto. Por favor…—comenzó a decir echando hacia atrás su banqueta. Y yo sabía que esa frase acababa con “por favor, vete”. Pero el sonido de la puerta la interrumpió y la hizo abrir los ojos con sorpresa.

— ¡Cariño, hemos salido antes! —anunció una voz conocida desde la entrada. No sabía por qué me sonaba aquella voz, pero el hombre parecía delirante de felicidad ante la perspectiva de llegar pronto a su casa.

        Julia se puso de pie mirándome con odio, como si esperara poder fulminarme con la mirada antes de que su marido llegase a la cocina. Y se giró justo a tiempo de dejar entrar a un hombre con uniforme de policía y una sonrisa de oreja a oreja.

—Hey, princesa. ¿Qué… —se cortó al mirarnos a Carolina y a mí y volvió la vista a su mujer con expresión de confusión antes de que pareciese darse cuenta de algo y me sonriese dándome una palmada en la espalda. —Hombre, ¡chaval! ¿Has estado manteniéndote alejado de los problemas?

        Fue en ese momento en que me di cuenta de por qué me sonaba su voz. Porque preguntó en el mismo tono de padre preocupado que cuando me había preguntado si estaba drogado en la barandilla del paseo marítimo.

—Todo lo que he podido, señor.

        Carlos sonrió y me revolvió el pelo con la mano. Luego le dio un beso en la boca a su mujer e hizo un gesto con la cabeza hacia Carolina.

—Bueno, pues dime. ¿Quién es esta encantadora señorita y qué hacéis en mi casa?

        Fue la buena persona dentro de mí la que mintió. Por contradictorio que suene. Vi la cara de Julia. Una mueca de pánico que gritaba el miedo que tenía de que su marido supiera quien era. De que la juzgara. Y no pude tirarla a los leones. Porque aunque mi padre fuera un cabrón y estuviese claro que ella lo sabía y no había hecho nada al respecto; yo tampoco era un santo y no podía juzgarla.

—Esta es Carolina, una compañera de clase. Estábamos dando un paseo cuando se mareó por el golpe de calor y su mujer nos invitó a entrar para que pudiera tomar un poco de agua. —ofrecí. A lo que Carolina sonrió tímidamente y asintió. Ni siquiera pareció sorprendida un solo momento.

        Carlos sonrió aún más si se podía y le dio un beso en el pelo a su mujer mientras le pasaba un brazo por los hombros. Hinchado como un pez globo de orgullo.

—Mi Julia es todo un ángel. —afirmó sin una pizca de duda. — ¿Estás mejor, jovencita?

—Mucho mejor, señor. Gracias a los dos por ser tan amables. —afirmó Carolina poniéndose de pie y alisándose el vestido. —Bueno… no querríamos importunarles más.

        Yo me puse de pie y extendí el brazo sosteniéndola por el codo como si aún estuviese débil y me asustase que se desmallase camino a la calle. No tengo claro cuando aprendí yo a fingir, pero desde luego Carolina me dejaba a la altura del betún. Cuando abrí la puerta se estremeció como si le diera un escalofrío y se apoyó un poco más en mí.

        Julia nos acompañó a la puerta. Sola. Y me miró con el ceño fruncido. A medio camino entra la preocupación y la vergüenza. Su cara era un cuadro de emociones encontradas en que la lástima goteaba por cada esquina.

—Dame tu móvil abierto en las notas. —me dijo extendiendo la mano. Y como no tenía por qué no hacerlo, se lo di. Ella se peleó un momento con el teclado y cuando estuvo satisfecha con lo que había escrito me lo devolvió. — Esa es la dirección de mi hermano. Si quieres asegurarte de que esté en casa vete el fin de semana. También te he apuntado mi número de móvil. Supongo que te lo debo, ¿no? —me preguntó apoyándose en el marco de la puerta. —Gracias por no contárselo a Carlos.

—Es un buen tío. Si alguien va a joderle el matrimonio, desde luego no seré yo.

        Julia entornó los ojos mirándome fijamente y luego sonrió. Era una sonrisa diminuta, el músculo en la comisura de su boca tensándose de manera casi invisible.

—No te pareces en nada a tu padre. O a mí, para el caso. —me aseguró. Y como no dije nada continuó hablando. —Me alegro de que no te parezcas. Te diría que saludases a tu madre, pero…

— ¿No vas a preguntar qué quiero de él? —me negué a llamarle mi padre. No había tenido un padre en diecisiete años y no necesitaba uno ahora.

—Tienes diecisiete años y el cabrón de mi hermano no ha ido a verte siquiera una vez en tu vida. Ya asumo que no quieres un abrazo o un reencuentro feliz. —respondió ella. Cortante, fría, cínica… no sé cómo cojones acabó semejante víbora con un marido como el que tenía. —Sea lo que sea lo que quieres, se lo merece. La jodió y no se responsabilizó. Por su culpa yo perdí a mi mejor amiga y la oportunidad de conocer a mi sobrino. Por su culpa he tenido que mentirle a mi marido. Que le jodan.

        No le dije que mi madre probablemente habría seguido siendo amiga suya porque era una persona racional que no echaba culpas al aire. Ni que si quisiese conocer a su sobrino podría haber llamado o venido a casa alguna vez en diecisiete años. O que si le mentía a su marido era porque le daba la gana, porque él jamás la dejaría por algo que no era culpa suya. Si quería seguir auto engañándose y sintiéndose una víctima, no era asunto mío y yo no quería que lo fuera. 

—Gracias.

        Esa fue la primera vez que vi a mi tía. La primera vez que tuve contacto con alguien de la familia de mi padre. Y la primera vez que empecé a pensar si no habría sido algo bueno que el bastardo se hubiese alejado de nosotros.

        Sí. Julia me había ayudado. Y más o menos me había dado lo que había ido a buscar. Incluso había dejado entrever que estaba arrepentida por lo que hizo su hermano y que le gustaría que las cosas fueran de otra manera. Pero no me engañaba a mí mismo. Me había ayudado porque ella se sentía ultrajada. Porque los actos de su hermano había influido en su vida de una manera que no le gustaba. No porque creyese que abandonar a tu hijo estuviese mal o porque hubiese dejado colgada a una chica de dieciocho años embarazada.

        Me había ayudado porque me veía como una herramienta para castigar a su hermano por algo que le había hecho a ella. Así que por mí podían joderles. Tanto al hijo de puta que nos había abandonado como a la zorra manipuladora y rencorosa. Si había un poder superior, que se apiadara de los anormales que se habían dejado engañar para compartir su vida con ellos.

        A medida que nos alejábamos caminando, Carolina se negó a soltarme el brazo. Incluso cuando tiré ligeramente para intentar zafarme de ella. No era un gesto de cariño, o de interés romántico o de amistad. Era un gesto de “tío, tu familia es una puta mierda y me gustaría que no fuera así”, así que me callé y seguí caminando hacia el centro para dejarla en su casa.

— ¿Vas a ir hoy a su casa? —me preguntó cuándo se dio cuenta de hacia dónde estábamos caminando. Y no dijo “a casa de tu padre”. Y bendita Carolina.

—Probablemente. Primero voy a llamar a Lucas. Lo dejé con una pequeña… situación y quiero saber si necesita ayuda.

—Melisa. —dijo. Y no era una pregunta. Supongo que el desconcierto en mi cara era evidente, porque se rio un poco antes de soltarme del brazo. —No eres mi único amigo, Ballesteros.

— ¿Hemos vuelto a los apellidos? Y yo que pensaba que estábamos a un paso de huir de la mano hacia la puesta de sol, Aguilar.

        Frunció el ceño al escuchar el apellido de su padre. Nunca le había gustado y yo sabía que muchas veces había pensado en cambiárselo por el de su madre. Pero a mí me parecía que le pegaba mucho. Un ave de presa que se mantenía alejado del mundo y destrozaba a picotazos a cualquiera que se acercase a lo que consideraba suyo.

        Mierda, había dicho que no iba a llamarla animal de presa, ¿no?

       Se giró para decirme algo, probablemente insultante, pero el sonido de llamada entrante de su móvil la interrumpió.

You took me to your favourite place on earth
To see the three they cut down ten years from your birth
Our fingers traced in circles round its history
We brushed our hands right back in time through century’s eyes

        Fulminó su móvil con la mirada por la interrupción. Pero no parecía seriamente molesta. Supuse que tenía bastante que ver con que esa no era la canción que tenía por defecto para sus llamadas. Era alguien que se merecía una canción concreta.

— ¿Sí? —preguntó descolgando. Yo hice un gesto de alejarme para darle privacidad, pero me agarró de la manga de la chaqueta. —Sí, todavía está conmigo… Aham… Nos dio la dirección de su padre y su número de móvil por si necesitábamos algo más… A mí me pareció una zorra… —se río un momento por algo que había dicho la otra persona — Ahora mismo. —extendió el teléfono hacia mí. —es Lucas. Cógelo y luego quítale el silencio a tu jodido teléfono.

— ¿Lucas? —pregunté llevándome el teléfono a la oreja.

—Hey tío, ¿qué tenemos? —los dos hablaban en plural. Porque éramos un equipo o algo. Y eso me quitó un peso de los hombros.

—Es mi tía. Bueno, la hermana de… ya sabes.

— ¿Vas a ir hoy?, ¿prefieres ir solo o que te acompañemos?

        Me lo pensé con cuidado. Porque Lucas era un amigo cojonudo y decidiera lo que decidiera lo respetaría y me apoyaría. Y aunque Carolina se muriese de curiosidad, podría esperar hasta que yo decidiera contarles lo que pasaba. Así que era por entero cosa mía.

—Creo que prefiero ir solo.

—Perfecto. Si cambias de opinión llámame.

        Y eso fue todo. Me despedí de Carolina prometiéndole que le contaría como había ido tan pronto como me sintiese cómodo con ello y que tendría cuidado. Y me dirigí a la dirección que había apuntada en el papel. 

martes, 12 de noviembre de 2013

Capítulo 27:

        Julia Álvarez Cortázar salía en las páginas amarillas. Número de teléfono, dirección, código postal… todo.

        Había esperado diecisiete años por una pista de mi padre. Un nombre, una cara, una historia; cualquier cosa. Y aun así aquello parecía demasiado fácil. Demasiado pronto. Arranqué la página de la guía de la biblioteca pública más cercana a mi casa sin poder evitar una punzada de culpabilidad por destrozar un libro. O derivados. Lo que sea.

        Carolina mandó un mensaje por el grupo de whatsapp, que había creado Matías como “Los vengadores”, diciendo que ya había hablado con José y que todo estaba hecho. Firmado por escrito en un contrato legal que le había pedido al abogado de sus padres y grabado en una nota de voz en su móvil que nos mandaba.

        Así que con la seguridad de la tercera evaluación ya aprobada me centré en estudiar con calma y preparar las asignaturas que pensaba presentar a la PAU. Bueno, y en intentar no morir de taquicardia antes de los veinte.

        Aquel día tenían puestas las noticias en la cafetería del instituto. La policía había encontrado en el puerto en cadáver de un hombre no identificado. Y mientras mis compañeros de clase murmuraban incrédulos yo me quedé mirando la foto de Vince y pensando en si tendría una familia que le estuviese echado de menos. O una mafia que fuese a abrirme una sonrisa de oreja a oreja con una navaja.

        Cuando fui a ver a Melisa después de clase, me ofreció galletas y disparó la pregunta, con una voz tranquila carente de ninguna emoción excepto por la simpatía.

—Ese fue el lío en el que te metió tu amigo, ¿no? El cadáver del puerto.

        Yo me senté mirándola con cuidado. Pero no parecía tener miedo ni ir a lanzarse a por el teléfono para llamar a la policía.

—Todo lo que digo es secreto de consulta y la ley te impide contarlo, ¿no? —devolví. Porque lo había leído en alguna parte y si tenía que huir a vivir en México quería saberlo.

        Ella sonrió, aparentemente… orgullosa y se reclinó en la silla negando ligeramente con la cabeza.

—Sabía que eras de los míos, campeón. Ahora, ¿te sirvió de algo hacerme de chico de los recados?

        Yo me relajé en la silla y sonreí sacando el móvil del bolsillo.

— ¿Quieres ver el video?

—Por favor.

        No fue mal. Comimos galletas, y por primera vez me preguntó si había pensado en algo que me gustaría estudiar. Yo le contesté que había tenido otras cosas en la cabeza y le hablé de la foto de mis padres.

—A ver, déjame aclarar. ¿Vas a presentarte en la casa de esa mujer sin más y a preguntarle por tu padre? —y vale, así sonaba ridículo, pero estaba trabajando con opciones bastante limitadas. —Tienes que estar preparado. Tienes que estar preparado para que no quiera decirte nada, para que se lo diga a tu madre, o para que ella y tu padre hayan perdido el contacto. Es una opción. Tienes que estar preparado.

—Lo estoy. —mentí descaradamente. —No he sabido nada de mi padre en diecisiete años, no voy a morirme por esperar un poco más.

        Lo cierto es que estaba ávido. Me había acostumbrado a no saber nada, a considerarle un ente ajeno a mi vida. Algo que rozaba las fronteras de la irrealidad y que no me definía. Ahora que se había convertido en una realidad, en algo verdadero… necesitaba más.

        Melisa no me creyó, por supuesto, pero cambió de tema como si nada.

     Lucas estaba esperándome sentado en las escaleras de entrada del colegio, tecleando en su móvil con una sonrisa bailándole en la cara. Cuando le pregunté, me dijo que me callara y se guardó el móvil en el bolsillo frunciendo el ceño.

—Ya tengo tu pistola. —comentó como si nada. Yo miré a ambos lados de la calle paranoico, pero me dio un puñetazo en el brazo y siguió caminando. —Tío, tienes que dejar de hacer eso. Pareces culpable.

—Uno: no es mí pistola. Es de Vince. Dos: soy culpable. Por si se te había olvidado.

—La mujer del Cesar no solo debe ser honrada sino que debe parecerlo, o lo que sea. —Me miró un momento, y al ver que no le seguía siguió hablando — que da igual que seas culpable mientras no parezcas culpable, ¿vale? No hay testigos, no hay pruebas en tu contra, no hay nada que te relacione con el escenario ni con la víctima. Estás limpio.

—Me alegro la hostia de que seamos amigos.

        Caminamos hasta nuestras casas, que realmente no estaban tan lejos la una de la otra ni del instituto, como cuando éramos pequeños y su madre se negaba a dejarle ir solo por la calle a las siete de la mañana.

        Esperando en la esquina de su portal había una chica mirando el móvil con desgana. Tenía el pelo rubio rizado y muy corto, y llevaba una sudadera enorme y una gorra que no me dejaba verle los ojos.

—Mel, ¿qué haces aquí? —preguntó Lucas dando un paso para ponerse delante de mí.

        Ella levantó la cabeza y le dedicó una sonrisa amplísima. Hasta que se dio cuenta de que yo estaba allí.

—Alex te ha estado llamando y no lo coges. Cris ha estado soltando mierda sin parar, sobre que nos has vendido y ahora vas por libre; pero yo no me lo creo. —aseguró separándose de la pared y dando un paso hacia nosotros. —Alex tampoco se lo cree, pero tienes que cogerle el teléfono.

        Lucas no dudó un momento, sonrió y le pasó el brazo por los hombros. Parecía tranquilo y relajado; pero era mi mejor amigo y si no podía reconocer en él los hombros tensos y la posición, todavía separándome de ella, supongo que me daría mucha pena a mí mismo.

—He estado liado con una cosa de clase, ya os contaré. Vais a estar orgullosos. —dijo con una sonrisa de medio lado y riéndose ligeramente. —Félix, te llamo luego, ¿ok? Dile a Carolina que te acompañe a lo de esta tarde, o algo. Fijo que no le importa.

        Quería quedarme y asegurarme de que iba a estar bien. Quería alejarla de él, envolverlo en una manta y asegurarme de que nunca más tuviera que acercarse a ellos. Pero Lucas siempre fue el más listo de los dos y yo siempre he sabido cuándo sobro. Así que asentí con la cabeza, me despedí y seguí caminando hacia mi casa.

—Claro, tío. Nos vemos.

        Cuando llegué a casa, sorprendentemente, el maletín de mi madre estaba en la entrada, y ella estaba dormida en el sofá con una manta. En la cocina había espaguetis y una nota que decía que Sara se quedaba a comer en casa de un amigo de clase. Así que me calenté la comida, me cagué en los muertos de Diego (porque era él, ¿vale? Yo lo sabía) y llamé a Carolina, que probablemente tenía cosas mejores que hacer esa tarde pero aceptó porque estaba extrañamente interesada en mí desde lo de la piscina.

        Nos reunimos en un café convenientemente cerca de la dirección que había encontrado en las páginas amarillas, porque si iba a ayudarme lo menos que le debía era una explicación medianamente consistente de qué cojones estábamos haciendo.

        Llegó “Elegantemente tarde, Félix. Cállate.” Con unos tacones que la hacían casi tan alta como yo y un vestido muy corto del mismo color que sus uñas y su pintalabios. Yo me di una bofetada mental por darme cuenta de eso y luego le di dos besos y le sujeté la puerta para que entrara. Gracias a Dios, me devolvió los besos en la mejilla sin girar la cara ni hacer nada raro.

        Escogió una mesa y se sentó cruzando las piernas y dando un par de palmaditas en el sofá a su lado para que no me sentase en la silla de enfrente. Una camarera se acercó tan pronto como me quité la chaqueta.  Carolina pidió una de las bebidas extrañas de la carta, que debía tener un… ¿2% de café? Y puso cara de asco cuando pedí café solo.

—Bueno, Lucas se ha ido un poco de la lengua sobre lo de tu padre. —me calló antes de que pudiera expresar en voz alta lo que me ofendía. —Me lo ibas a contar igual, ¿qué más te da?

—La Constitución reconoce el derecho a la privacidad o algo así.

—No seas llorica. Vamos a ir a casa de esa amiga de tu madre, ¿y después qué? ¿Tienes algo pensado? —preguntó apartándose ligeramente para que la camarera nos dejara el pedido sobre la mesa.

        Lo cierto es que lo había estado pensando desde el momento en que Lucas me había puesto la orla delante y la había señalado. Le había dado vueltas una y otra vez pensando en todas las posibilidades. El mejor tono de voz, el momento del día, la posición del cuerpo… todo. Pero en el fondo sabía que esta era una de esas cosas para las que no hay segunda oportunidad. Que si salía mal, podía olvidarme de encontrar a mi padre.

—Tengo todo un discurso trágico memorizado. ¿Contenta? —contesté al final. Porque Carolina podía ser lo más parecido a una amiga mujer que tuviese, pero preferiría luchar a cuchillo con un tiburón debajo del agua que hablar de sentimientos con ella.

—Y orgullosa.

        Así que tomamos café ignorando deliberadamente que yo sentía que iba a darme un ataque de ansiedad a cada vuelta que daba la manecilla de mi reloj de pulsera. Carolina me distrajo lo mejor que pudo. Me contó que estaba preparando una versión a violín de “He’s a Pirate” de Piratas del Caribe y que ya había convencido a una de las chicas de último curso para que le hiciese el acompañamiento a percusión. “Convencido” sonó más que nada a chantajeado, pero lo dejé pasar porque me estaba haciendo un favor.

        Acabábamos de ponernos de pie para irnos cuando ella entró por la puerta. No sé por qué siempre que la veía me sorprendía que no hubiese cambiado desde la vez anterior. Supongo que me era imposible comprender cómo una persona que me había cambiado tanto no se cambiaba a sí misma.

        Se quedó de pie mirándome con la boca ligeramente abierta, como si fuese a decir algo pero no supiese el qué. Su amiga se sentó cerca de la puerta y siguió su mirada en nuestra dirección. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que Carolina me había cogido del brazo y apoyado la cabeza en mi hombro mientras se reía de algo. Probablemente de mí.

        Los dos abrimos y cerramos la boca, y su amiga se puso de pie a su lado. Carolina paró de reírse, pero no me soltó en brazo. Enarcó una ceja y miró a Mara de arriba abajo sonriendo de medio lado como si hubiese ganado algún tipo de competición. Me asusta lo mucho que quise estrangularla en ese momento.

        Mara tenía los ojos brillantes. Y me devolvían la mirada con cierto… reconocimiento. Como si acabase de entender algo que se había negado a creerse. Me destrozó casi tanto como el día en que me dejó. Quizás más, porque ese fue el momento en que dejó de creer en mí.

—Hey. —dijo con un hilo de voz. Me miraba solo a mí. No a Carolina, no a su amiga, no al vacío o al suelo como aquella última vez. Me miraba y me veía, y creo que nunca me asustó más que alguien llegara a verme como era en realidad. —¿Tu hermana se lo pasó bien en la fiesta?

—Sí. Sí. Muy bien. Bailó con el chico que le gusta y llegó a casa chillando de felicidad y reventándome los tímpanos. Todo como debe de ser.

—Sí —murmuró despegando la vista de mí para posarla en Carolina y tragar saliva —como debe de ser.

        La incomodidad del momento se apoderó de mí. Solo quería encogerme y desaparecer. Bueno, en realidad quería acercarme los dos pasos que nos separaban y quitarle aquella expresión de la cara. Pero eso estaba fuera de los límites. Unos límites que puso ELLA. Me recordé a mí mismo apretando la mano de Carolina, que había bajado desde mi bíceps hasta mi mano en algún punto de la conversación.

—Bueno, nosotros ya nos íbamos y tampoco quiero quitarte mucho tiempo. —contesté, suspirando e intentando sonreír. Probablemente se acercó más a una mueca constipada que a otra cosa.

—Sí, claro. Pasadlo bien.

        Mara se hizo a un lado, para dejarnos libre el pasillo hacia la salida, y yo me incliné para darle un beso en la mejilla antes de salir por la puerta.

        Caminamos un par de calles en silencio, cogidos de la mano. Era una tarde agradable de primavera/verano, el viento fresco contrarrestaba el calor del sol, y la gente sonreía en las terrazas. Y yo no tenía muy claro si me estaba muriendo por dentro.

—La quieres. —me aseguró Carolina.

        Yo no tuve muy claro qué contestarle, o si esperaba una respuesta. No había habido interrogación en su tono. Era un hecho. La tierra gira alrededor del sol. H20 es agua. Yo quería a Mara. Extrañamente, me tranquilizó que algunas cosas no cambiaran.

—Lo sé. Creo que es lo único que tengo claro en la vida.

        Carolina me miró de medio lado sin dejar de caminar. No como me había mirado en clase todos aquellos años. Ni siquiera como me había mirado en la piscina. Luego me apretó la mano un momento y me sonrió.

—Es algo bonito de lo que estar seguro.

        Iba a contestarle que sería más bonito si ella tuviese alguna intención de volver conmigo, pero entonces me di cuenta de la calle en la que estábamos. Probablemente porque nos había ido llevando ella, estábamos delante del portal que indicaba la dirección que había arrancado de las páginas amarillas y le había dado en la cafetería con manos temblorosas.

        Por supuesto, era típico de Carolina aprenderse la dirección y llevarme hacia donde yo quería estar sin que siquiera me diese cuenta de que me estaba llevando a algún sitio.

        Por un momento estuve tentado de salir corriendo. Posponerlo. Dejarlo para mañana, para pasado… Antes de que pudiera pensármelo mejor o ganar tiempo quejándome de que me manipularan para ayudarme, estiré la mano y piqué el timbre.

        En aquella zona de la ciudad solo había casas de una o dos plantas, así que la posibilidad de que no fuese ella quien abriese la puerta era bastante nula.

        Julia era más alta de lo que había sugerido la foto. Tenía el pelo de un color rubio muy claro, ahora mucho más corto que entonces. Seguía teniendo dientes de conejo que sobresalían un poquito cuando sonreía al perro que intentaba colarse entre sus piernas para salir a la calle.


— ¿En qué puedo…? —comenzó a preguntar levantando la vista. Pero dejó de hablar en cuanto me vio. Tengo que decir en su favor que no dudó ni un momento. No hubo un instante de shock. Simplemente suspiró y se hizo a un lado haciendo un gesto hacia el interior de su casa. — ¿Café?