domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 25

        Cuando sonó mi despertador el miércoles por la mañana había estudiado la mayor parte del global de Lengua y había encontrado la manera de desteñir el jersey de mi hermana. Es sorprendente el tiempo que ganas cuando no duermes. Aunque claro, cuando me levanté a hacer el desayuno me movía más como un zombie que como un humano funcional.

        Cuando me senté en frente del escritorio de Melisa ella me sonrió dejando de jugar al Angry Birds en su móvil y prestándome atención.  Me preguntó cómo había ido lo de plantarme y yo le dije que bien. Luego me preguntó por qué había faltado ayer a clase y yo le dije que esa mañana tenía una sonrisa encantadora, a lo que simplemente sonrió de medio lado.

—No lo debo de estar haciendo tan mal contigo, chico.

        No me anduve con muchos rodeos. Mientras la música sonaba de fondo desde la pantalla de Spotify abierta en su ordenador me incliné hacia adelante en la silla y entrelacé las manos delante de mí, haciendo todo lo que estaba en mi poder por parecer un adulto decidido y con patrones de sueño lógicos y racionales.

— ¿Hay información sobre mi padre en mi ficha? —pregunté directamente.

        Nunca me había parado a pensar qué sabía el colegio al respecto. Siempre que había que rellenar una circular, la firmaba mi madre. Y cuando tenía que arreglar algunos papeles para secretaría, simplemente dejaba esa información en blanco. Así que por lo que había razonado el día anterior a eso de las cinco de la mañana, era esto o ir al juzgado a pedir el libro de familia sin ningún motivo aparente. Y como no sabía cómo funcionaba eso, mejor tirar a lo seguro.

        Melisa me miró evaluándome, como quien calcula mentalmente cómo quedará un cuadro en su salón con el resto de sus muebles. Después de unos segundos en silencio se echó para atrás en la silla.

—No. Tu madre nunca mencionó ningún padre al inscribirte en el colegio, y como llevas sus apellidos tampoco hay mucho que se pueda hacer en ese campo. —Se mordió el labio y siguió hablando —En servicios sociales no te dirán nada, si es que lo saben, mientras seas menor de edad.

—O sea que mi madre es el único hilo del que puedo tirar. —completé. Porque en realidad no hacía falta que me lo dijera. Se acababa de cargar todas las opciones que se me habían ocurrido durante mi vigilia espontánea, pero no era culpa suya. Aunque me jodiese, estaba ayudando.

—Lo siento, Félix.

        Me pasé las manos por los ojos cansado y frustrado y falto de sueño. Si mi madre no me había dicho casi nada de él en diecisiete años, las oportunidades de que de repente le apeteciese hablar del tema eran escasas tirando a nulas. Genial.

—No es culpa tuya. —respondí suspirando. Porque en realidad no lo era, y pagarlo con ella no solucionaría nada.

        Melisa pensó un momento y luego me dedicó una sonrisa que le iluminó toda la cara. Giró su silla dándome la espalda y sacó una carpeta de uno de los armarios tras su mesa.

—Tengo algo que puede animarte. —me aseguró sonriente. — ¿Podrías llevar esto al despacho del director? Te aseguro que te sentirás mejor.

        Normalmente la habría mandado a la mierda, pero empezaba a entender que esta mujer nunca hacía nada sin un motivo. Así que asentí, cogí mi mochila y la carpeta y me dirigí a recepción.

        El despacho del director estaba en el piso cero, al lado de la biblioteca. Colocado estratégicamente para que pudiera salir de vez en cuando a dar un paseo con la excusa de asegurarse de que no hacíamos ruido.

        Crucé la biblioteca para llegar antes y Elsa, una señora cuya edad tendía a infinito que llevaba trabajando como bibliotecaria desde que el mundo era mundo, me gruñó por “andar demasiado rápido y perturbar sus libros”.

        La puerta era de madera clara estaba en el pasillo que daba a la entrada de profesores y secretaría, y tenía una plaquita dorada que rezaba “Dirección” en letras negras en negrita. Porque es importante cultivar el ego.

        Piqué a la puerta y esperé en silencio a que me contestaran, pero nadie dijo nada. Abrí con cuidado y asomé la cabeza comprobando que el despacho estaba vacío.

        No pensaba quedarme esperando allí de pie hasta que el director volviera de uno de sus paseos, así que empujé la puerta y entré. Dejé la carpeta encima de la mesa y me tomé un momento para fijarme en las fotos que había sobre la mesa.

        Su hijo mayor jugando al futbol, una foto navideña de familia en que todos iban vestidos como si acabaran de salir de la iglesia; cosa que conociendo a aquel señor no era improbable… Su hija en un recital de la parroquita, sus dos hijos pequeños jugando en la playa… Nada interesante.

El típico escritorio del típico padre de familia del Opus que debe creer que los condones fueron creados por Satán, porque si no lo de tener cuatro hijos con la estirada de su mujer es impensable. Queriendo no pudo ser.

        Iba a irme de allí sin tener muy claro por qué aquello debería haberme hecho sentir mejor cuando un ruido en el pasillo me hizo soltar la foto que tenía en la mano y retroceder hasta la pared. Parecían dos voces murmurando de manera agitada y acercándose al despacho.

        No estaba haciendo nada específicamente malo o castigable según el reglamento de conducta interno, pero aun así cuando alguien chocó con la puerta del despacho por fuera yo abrí la puerta de la sala de expedientes y me metí dentro rezando porque a nadie se le ocurriere revisar nada.

        Es en los momentos en que más silencioso quieres mantenerte cuando te das realmente cuenta de todo el ruido que hace tu cuerpo. Tu respiración está tan agitada que parece la locomotora de un tren. Tu corazón palpita tan fuerte que el estruendo ensordece todo lo demás en tus oídos. Cada milímetro de tu cuerpo que se mueve provoca un eco sordo que eres incapaz de comprender como no hace que el mundo entero se pare a señalarte con dedo acusador.

        Supongo que en realidad no estaba haciendo ruido, porque la puerta del despacho se abrió y las dos personas que habían estado murmurando agitadamente entraron de manera apresurada. No obstante, cuando miré por la rendija de la puerta que había dejado entreabierta comprendí que aunque yo hubiera estado tocando los timbales aquellas dos personas no me habrían prestado atención.

        El director José era un hombre de familia, estricto y chapado a la antigua en todos los significados que puedan dársele a la frase. Su secretaria, Sofía, tenía rastas en el pelo, siempre nos daba caramelos cuando íbamos a hacer fotocopias a recepción y era una revolucionaria que no se perdía una manifestación contra el patriarcado. Verles montándoselo encima de la mesa fue cuanto menos un shock. Por muy cliché que pareciese y muchas bromas que circulasen por el curso sobre ambos.

        Me moví en piloto automático cuando saqué el móvil del bolsillo de mis vaqueros y preparé la cámara de video. Y aunque principalmente lo hice porque sabía que sin pruebas Lucas nunca se lo creería; una parte de mí ya estaba pensando en lo que podría sacar de aquello.

        Era esa parte dormida que había querido vengarse de Luca. La parte de mí que se negaba a tener un empleo mediocre y a dedicar 8 horas diarias a algún tipo de mierda que no me hiciese feliz. Era la parte de mí que Melisa creía que merecía la pena. Así que me agarré con uñas y dientes a esa parte y mientras grababa a mi decentísimo director follarse a su secretaria en la mesa de su despacho, en mi cabeza aparecieron uno a uno todos los pasos que debería incluir un plan de chantaje.

        Lo primero por supuesto, era guardar las pruebas a salvo, así que le mandé el video por whatsapp a Javi con un mensaje de “No lo veas y no lo pases. Luego te lo explico.” Porque era el único amigo que tenía que me haría caso en una cosa así.

        Al llegar a casa comí e hice una lista de la gente de mi curso a quienes por un motivo u otro me apetecía hacerles aquel tipo de favor. Por la tarde quedé con ellos en las gradas de la piscina municipal. Porque si tenía que llevar a mi hermana a natación, por lo menos aprovechaba el viaje.

        Carolina llegó la primera. Con vestido ajustado y tacones, como siempre que no estaba en clase siendo demasiado inteligente como para molestarse en atender. Llevaba el pelo rubio suelto y cuando se agachó para darme dos besos me calló alrededor de la cara como una cortina.

—Debería estar en el conservatorio. Así que más te vale que me merezca la pena. —amenazó sentándose a mi lado en la grada. Porque era la zorra más manipuladora y borde que conocía. Quizás después de Tamara. — ¿Tu hermana es la que nos saluda como una histérica? Es muy mona, supongo que no habéis salido a los mismos miembros de la familia.

        De después de Tamara nada.
        El siguiente en llegar fue Javi. Que pidió perdón por llegar tarde aunque llegaba cinco minutos pronto y masculló por lo bajo algo sobre una cita. Error que le costó que Carolina tironeara de él hasta sentárselo al lado y empezar a sonsacarle información.

        Lucas llegó un minuto después de la hora, porque estábamos en un punto muy trascendental de la historia como para que explotase, acompañado de Cristian y Matías. Dos compañeros de clase a los que cualquier otra persona consideraría amigos, pero yo no porque siempre he tenido problemas de confianza.

        Sandra llegó diez minutos tarde, con ropa de deporte y una mochila enorme al hombro. Nos gruñó que venía de entrenar y se dejó caer apoyando la espalda en la barandilla, justo enfrente de mí.

—Bueno, Ballesteros. Ilumínanos. —animó Cristian poniéndome las manos en los  hombros.

—Pues nada, que estaba haciéndole un recado a la psicóloga y me encontré a José y Sofía montándoselo en una mesa.

        Todos se rieron y Sandra me dio un manotazo en la pierna.

—Venga, Félix. En serio.

        Saqué el móvil y después de hacerles un gesto para que se acercaran les enseñé el video. Sus caras pasaron de ligeramente divertidas a asombradas e incrédulas en cuestión de segundos.

—Oh, Dios las posibilidades. —dejó caer Carolina. —Estás pensando en chantaje, ¿no? Más te vale estar pensando en chantaje.

—Por supuesto que estoy pensando en chantaje. ¿Por qué si no iba a enseñároslo en privado en lugar de mandar un difundido? —pregunté mirándola de reojo. Porque, en serio, empezaba a estar convencido de que todo el mundo creía que yo era idiota.

        Me miró con una mezcla curiosa entre sorpresa y agrado y me sonrió poniendo una mano en mi rodilla. Lo cual debería haber sido una señal. Absolutamente. Porque la gente como Carolina nunca hacía las cosas porque sí.

—Bueno, pues si vamos a chantajearle, lo primero es saber lo que queremos pedir. —resolvió Carolina sin quitar la mano de mi rodilla. “Chantajearle” porque todos sabíamos que esto era contra el director. Sofía era… bueno. Daños colaterales.

        Al final decidimos pedir une media general de notables para Lucas, Matías y para mí. Un 8 en Matemáticas para Sandra porque era la única asignatura que le estropeaba la media y no quería “abusar”. Y la beca de estudios de verano en Londres que ofrecía el colegio cada año para Carolina, que ya tenía una matrícula de honor.

        Mi hermana terminó la clase y nos despedimos. Carolina bajó conmigo hasta la entrada de los vestuarios mientras esperábamos a que mi hermana terminara de prepararse. Yo me apoyé en una pared y miré la hora en el móvil mientras ella se apoyaba en la de enfrente jugando con un mechón de su pelo.

—No conocía esta faceta tuya, Félix. —comentó haciendo que levantara la vista hacia ella. —La de cosas que no sabré sobre ti… —dejó en el aire sonriéndome de medio lado.

        Yo fruncí algo el ceño, porque tengas algo que ocultar o no, Carolina no es el tipo de persona que quieres que se interese en ti. Demasiado lista como para manipularla, demasiado capaz de conseguir lo que quiere como para sobornarla y demasiado inteligente como para darte algo con lo que chantajearla.  Así que teniendo en cuenta que había matado a un tío no hacía dos semanas… no, no quería tener aquella conversación.

—No te creas. No soy nada interesante. Un coñazo total. Soporífero.

        Ella se acercó más a mí con una sonrisa gatuna. Bueno, era más bien como la de un depredador que acaba de oler sangre, pero mi madre me educó bien y no voy a llamarla animal de presa.

—Pues si se te ocurre algo que merezca la pena escuchar… llámame.

        Luego me dio un pico y se despidió con la mano justo antes de que saliera mi hermana y me saltara encima.

— ¿Tienes otra novia? —me preguntó sonriéndome.

—Dos o tres. Soy esa clase de tío. ¿No lo sabías?

—Félix, yo no te he educado así.


        Lo dijo completamente seria. Paró de andar y me miró con los ojos brillantes y las manos en las caderas. Cuando le pareció que su punto había quedado claro me volvió a dar la mano y dejó muy claro que quería zumo de melocotón para merendar.