domingo, 26 de mayo de 2013

Capítulo 20:

        No sé qué espera la mayor parte de la gente de un sábado con resaca. Pero mi idea se acercaba más a dormir la mañana y quedar con Mara bien entrada la tarde que a reflexionar sobre mi vida.

        Obviamente, Javi y Lucas tenían otra idea. O al menos eso intuí después de la llamada de teléfono de dos horas que tuvimos a las diez de la mañana. Llamada que solo llevó a que nos sentáramos en una cafetería a las tres del mediodía a que me miraran como si fueran mi madre.

        Parecían preocupados. Y tenían motivos para estarlo. Pero yo quería quejarme, ¿vale?

—No sé por qué tenéis que darle tanto bombo. Solo ha sido una borrachera. Ni que vosotros no os emborracharais nunca, joder.

—Ya. No tendría importancia si tú te emborracharas alguna vez. Pero ¿sabes cuantas veces te he visto borracho? Tres. La primera fue cuando el bus del colegio de tu hermana tuvo un accidente y a ella la operaron de urgencia. La segunda fue en Nochevieja. Tu abuela había cenado en casa y había cabreado tanto a tu madre que ella te tiró una copa a la cabeza por darle las buenas noches. Y la tercera fue ayer. —me cortó Javi.

—Bueno, puede que…

— ¿Sabes cuánto tiempo hace que no quedamos? Que no pasas por el gimnasio, o me llamas, o hablamos por Whatsapp. ¿Sabes cuánto tiempo hace que parece que a mi mejor amigo se lo ha tragado la tierra? —me cortó Lucas.

        Y tenían toda la razón del mundo, pero por lo menos podrían dejarme poner alguna excusa ridícula y auto-engañarme. Es un derecho básico reconocido en la constitución.

—Tío. Sé que no te gusta oír esto, pero desde que sales con Mara estas distinto. Ya no pareces tú. —masculló Lucas sin mirarme a los ojos. —Tú eres un tío tranquilo que bebe, pero no se emborracha. Que hace deporte, saca unas notas mediocremente buenas. Se lleva bien con todo el mundo, aunque no especialmente con ninguno… Tú no eres un tío que vuelve a casa a las tres de la mañana y se pasa semanas sin hablar con su mejor amigo. Tú no eres un cabrón.

        A pesar de la resaca, o quizás por ella, mi cerebro se las apañó para comprender algo de todo aquello. Lucas tenía razón, claro. Me había conocido desde los tres años, cuando los dos empezamos juntos en el parvulario. Y todo lo que acababa de describir era verdad. Era yo. Y no recuerdo haberme sentido más lleno de desprecio en la vida.

         Porque la persona que Lucas acababa de describir era un don nadie. Era una persona a quien no dedicarías más de una mirada de no ser necesario. Era esa cara de la foto con el que nadie tenía malos recuerdos, pero tampoco recuerdos especiales. Era un cobarde sin experiencias en la vida y un paria que no encajaba nunca en ningún sitio.

        Que sí. Que quizás él le tuviese cariño a esa persona. Y quizás esa persona hubiese conseguido hacerse con un par de amigos leales a lo largo de los años y se las hubiese apañado para no ser una decepción para lo que le quedaba de familia. Pero era mediocre. Tenía una vida mediocre. Unas expectativas mediocres…

        En ese momento ya sabía que la decisión que tomé entonces probablemente fuera un camino directo a la amargura y el auto desprecio cuando fracasase. Pero dicen que las cosas que llegan fáciles nunca merecen la pena. ¿No?

—Lo siento mucho. Haberos dejado de lado. No os merecéis eso y me encargaré de que no vuelva a pasar. Pero no tenéis nada de qué preocuparos ¿vale?

        Porque yo era ese tío, claro que lo era. Pero ese tío iba a morir aquella misma noche. Y ellos estaban invitados al funeral.

—Esta noche he quedado con Mara y unos amigos. ¿Por qué no venís? Así pasamos tiempo juntos, los conocéis y veis que no pasa nada malo.

        Lo cierto era que me apetecía. Echaba de menos a Lucas, y no haberle incluido en el grupo había sido una gilipollez. Posiblemente motivada por el capricho de querer conservar a mis nuevos amigos para mí solo, pero una gilipollez al fin y al cabo. No había necesidad de ahondar más en ello. Y aunque a Javi le invitaba un poco porque estaba allí y tocaba; tampoco quería que el tío estuviera preocupado. Porque era demasiado buena persona (Javi) como para hacerle eso.

        Aceptaron de manera renuente, pero aceptaron. Así que llamé a Mara para pedirle permiso para invitarles, cosa que quizás debería haber hecho antes. Y se emocionó por conocer a otro de mis amigos y volver a ver a Lucas. Y eso me calentó bastante por dentro. Porque que se interesara por los amigos del pringado de su novio era un signo de apostar por la relación y otras gilipolleces que había leído en una revista de mi hermana.

        Me fui a casa, hice la comida para mi madre y mi hermana pero yo no comí. Me duché y me tiré diez minutos mirando a la pared del bañó mientras sonaba Ed Sheeran en la radio hasta que Mara me llamó al móvil y nos pusimos a hablar de tonterías sin tener un hilo de conversación real.

— ¿Entonces estás seguro de que Banana es un buen nombre para una tortuga? Yo creo que Amapola sería menos confuso. —comentó ella al otro lado de la línea mientras yo me esforzaba por subirme los vaqueros sin soltar el teléfono.

—Mara, ¿vas a comprarte una tortuga?

—Oh, no. Es solo curiosidad hipotética.

        Sonreí sin poder ni querer intentar evitarlo. Porque era la tía más rara que había conocido en mi vida y no le habría cambiado ni un detalle.

        A las ocho de la tarde estábamos los tres; Javi, Lucas y yo, picando al timbre del nuevo piso de Luka. Porque ya que se iba a quedar por lo menos seis meses tenía que comprarse un piso. Porque podía, si no, ¿de qué?

        Kate nos abrió la puerta y se me lanzó echándome los brazos al cuello y chillando. Luego me enseñó el anillo con un brillante jodidamente enorme en su mano izquierda sin dejar de sonreír como una maniaca.

—Ya sé que te lo ha contado. Pero me hace mucha ilusión así que te lo repito. ¡Estoy prometida!

— ¡Estas prometida! —le grité de vuelta riéndome. Y ella me soltó sonriendo y se perdió entre el barullo de gente que había en el salón. No sé para que invitaban a tanta gente a las fiestas si luego se quedaban en su selecto grupo sin mezclarse, pero armaban ruido y hacían ambiente y a mí me gustaba.

        Entré y esperé a que me siguieran. Ya les había explicado un poco quien era cada uno, así que simplemente fuimos hacia la terraza del piso, donde estaban todos sentados en sofás riéndose y bebiendo. La música era pop de los noventa y no me cabía ninguna duda de quién la había escogido.

        Mara se levantó la primera y se presentó sonriéndoles y presentándoles a los demás. Y luego me sentó a mí donde había estado ella y se sentó en mi regazo. Javi y Lucas se integraron bastante bien y bastante rápido. Y Luka no intentó cabrear a ninguno de los dos para que le dieran un puñetazo, por lo que di gracias a todos los dioses que se me pasaron por la cabeza.

        Cuando ya estaban bastante “adaptados” al medio, Javi tonteando con Lucía descaradamente mientras Luka los miraba mal y Lucas riéndose de algo con Tamara; cogí a Mara de la mano y me la lleve dentro del piso, hacia la cocina. Que parecía ser la única puñetera habitación vacía. En serio, ¿a alguien le caía bien esta gente?

—Y yo que pensaba que los caballeros de brillante armadura no secuestraban doncellas.

—Oh, claro que las secuestran, pero pagan para que no salga en la prensa. —le contesté guiándole un ojo.

—Gracias por traer a tus amigos. —me sonrió agarrándome de los cuellos de la camisa para acercarme a ella, quedándose entre yo y la encimera.

        Me incliné hacia ella, sonriendo como un completo gilipollas; porque parecía que las cosas se habían arreglado con muy poco esfuerzo y cuando rocé mis labios con los suyos, un ruido en la puerta me hizo girar la cabeza.

        En la entrada, Luka estaba mirando a un tío con traje y camisa negros que parecía cabreado. El tío siseaba y Luka se mordía las uñas mascullando cosas.

—Félix, ¿Quieres estar a lo que estás?—preguntó Mara cabreada.

—Eh, sí, perdón. Yo…

        El tío agarró a Luka del cuello de la camisa y tiró de él hacia el pasillo cerrando la puerta a sus espaldas. Y Luka no era ni siquiera tan buen amigo, ni le conocía hacía tanto tiempo… pero siempre he tenido esa estúpida tendencia a preocuparme por los demás y meterme en guerras que no tienen nada que ver conmigo, así que en lugar de seguir enrollándome con mi preciosa novia y dejar que le dieran algo de su propia medicina…

—Tengo que… te lo explico luego. ¡Te quiero! ¡No te cabrees! —le grité mientras salía a la terraza a agarrar a Eric del brazo y apartarle de su prometida para ir a buscar al lerdo de su amigo.

— ¡Tío!

—Creo que Luka la ha liado.

        Como Eric si era una persona medio normal y un buen amigo, echó a correr delante de mí sin hacer más preguntas. Al ver el pasillo vacío bajamos corriendo por las escaleras y salimos a la calle.

— ¡Tío, por favor! ¡Puedo arreglarlo, en serio!—nos llegó el grito de Luka calle abajo, en el paseo del puerto.

        Corrimos hacia allí y vimos al tío del traje estrellar la cabeza de Luka contra la barandilla del puerto. Él trastabilló cayendo sentado de culo al suelo y el tío sacó una pistola. Paramos un segundo, en shock, pero luego volvimos a echar a correr.

        Eric envistió contra el tío del traje placándolo contra el suelo y lanzando la pistola al aire. Yo me arrodillé delante de Luka para comprobar si estaba bien y le levanté la cabeza. Tenía una brecha con bastante mala pinta encima del ojo derecho y la nariz le sangraba un poco.

—¿Contusión grave o herida leve? —le pregunté viendo de reojo como el tío del traje lanzaba a Eric contra una farola y los dos se liaban a puñetazos.

—Herida leve. Creo. Joder, estoy muy mareado.

        Le moví para que quedara sentado con la espalda apoyada en la barandilla y me giré a tiempo para ver como Eric aterrizaba a nuestro lado en el suelo y el tío sacaba otra pistola.

        Me tiré en plancha a por la que se le había caído antes y desde el suelo le apunté al tronco, porque era el blanco más fácil. Él ajustó el ángulo de los brazos apuntando a Eric a la cabeza, yo anclé los codos en el suelo intentando ganar apoyo.


        El “¡BAM!” de una pistola resonó en el silencio en que estaba envuelto el puerto por la noche. Lo único que se escuchaba era la música de un pub cercano como un murmullo de fondo. Como la música de los ascensores. 

lunes, 6 de mayo de 2013

Capítulo 19:


        Mi madre no se cabreó por las notas. Igual que no se había cabreado cuando empecé a salir hasta las tres de la mañana o a no dormir en casa. Porque las facturas se empezaban a acumular y ella pasaba más tiempo trabajando que en casa.

        Mis profesores me echaban miradas preocupadas por el pasillo y llegó un punto en que ya no me pedían los deberes porque sabían que no los tenía. Mi tutora, una mujer regordeta y más vieja que los dinosaurios, me mandó quedarme en clase para preguntarme si todo estaba bien en casa.

— ¿Tus padres se están separando? ¿Tienes algún problema con los chicos de clase? ¡No te pegarán en los vestuarios, ¿no?!

        Decidí omitir que mi padre y mi madre nunca habían estado casados, que no tenía problemas con los chicos de clase porque no les conocía y que ese año ni siquiera teníamos Educación Física, así que no había vestuarios en los que pegarme.

—No, no. Todo bien. Es que estoy un poco estresado. Ya sabe, en Mayo hay que solicitar las plazas de la universidad y todavía no sé lo que quiero hacer.

—Oh, cariño. ¿Quieres hablar con el departamento de orientación?

—No, gracias. Creo que me las apañaré solo.

        No coló. Y yo tuve que pasarme el resto del curso yendo al departamento de orientación a hablar con la psicóloga del instituto para que me dijera lo que ella creía que debía de hacer con mi vida.

        Era una mujer joven, no llegaría a los 30, y siempre llevaba vaqueros, camisa y zapatos de tacón bajo. Nunca la vi maquillada. Supongo que con eso intentaba dar una imagen de mujer segura de sí misma y profesional consumada. A mí me parecía una de esas gilipollas que salen en los marcos de fotos cuando te los venden. “Camisa blanca, cara lavada y sonrisa ridícula”.

        Lo primero que me dijo fue “Me llamo Melisa y podemos ser amigos, tranquilo.” En serio, ¿Hay alguna manera mejor de cabrear a alguien que está tranquilo que decirle que esté tranquilo? Yo sonreí de manera tensa y le dije que no creía que ella pudiera ayudarme.

—Cariño, cuando el genio apunta a la luna,  el tonto se queda mirando el dedo.

        ¿Qué cojones?

— ¿Qué?

        Ella sonrió y me invitó a sentarme. Me puso delante un vaso de leche y un plato con galletas y yo empecé a preocuparme por su salud mental.

—Estás en un momento difícil de la vida. Todos hemos pasado por eso, relájate. —Odiaba a aquella mujer con toda el alma. — ¿Dónde te ves dentro de 10 años?

        Ese debió de ser el momento en que decidí que si ella iba a tocarme los cojones, yo también podía jugar a eso.

—Quizás como bailarín exótico en las vegas. Es la mejor manera de cazar a vieja rica y moribunda que me mantenga a cambio de un par de polvos con flores y velas.

        Ella apuntó algo en un papel y volvió a hablar sin levantar la vista hacia mí.

— ¿Eso es lo que siempre has querido ser de mayor?

—Quería ser un supervillano, pero las mallas me tiran un poco y no tengo un gato de angora que acariciar mientras planeo dominar el mundo.

 — ¿Estás a la defensiva porque no te gusta que me meta en tus asuntos, porque tienes algo que esconder o simplemente eres desagradable?

— ¿Se dedico a esto porque nunca consiguió implicarse emocionalmente con nadie y decidió que meterse en la vida de críos de instituto sería lo suficientemente gratificante como para paliar el hecho de que nunca tendrá una familia propia?

        Melisa levantó la vista de su libreta y sonrió.

—Bueno, no pasa nada. Uno tiene que darse cuenta de que necesita ayuda para dejar que le ayuden. ¿No?

        Me dio una tarjeta con su número de móvil y me dijo que cuando me diera cuenta de que necesitaba hablar con alguien podía llamarla. Y yo salí de allí más confuso de lo que había entrado.

        Estaba cabreado. Porque me parecía que de alguna manera, había conseguido meterse en mi cabeza. Y eso me fastidiaba hasta límites insospechados. Jodidos comecocos.

        Y en ese momento Luka me llamó al móvil. Porque sería un cabrón con un trabajo muy poco serio y unos valores cuanto menos cuestionables… pero el capullo era oportuno.

—Tío, Eric y yo estamos en el puerto tomando algo. ¿Vienes?

        Todavía me parecía raro lo fácil que resultaba estar con ellos. Ser parte del grupo. Implicarme en la vida de Mara. Pertenecer.

—Claro. Dame 20 minutos.

        Escuché risas al otro lado de la línea antes de que Eric le quitara el teléfono a Luka.

—Coge un taxi, anda. Pago yo.

        Colgué y me mandaron la dirección por Whatsapp. Así que me subí a un taxi y se la leí. Y el taxista me puso cara rara y empezó a conducir. Me dejó en la calle del puerto, en frente de un edificio de piedra antiguo y de arquitectura recargada. Creo que antes de que yo naciera era una aduana. A saber.

        Eric estaba esperando en la acera con la cartera en la mano. Le dio un billete de 20 al conductor y esperó a que me bajara para pasarme un brazo por los hombros y echar a andar por las escaleras al lado del edificio sonriente.

—Amigo mío, espero que vengas con la garganta seca porque tenemos mucho que celebrar y muchas botellas que vaciar.

—Que no es que me queje, pero ¿Qué celebramos?

        Se giró mirándome con la sonrisa más amplia que le había visto hasta el momento.

—Desde ayer soy un hombre oficialmente prometido.

        Creo que se me cayó la mandíbula al suelo y tropecé con ella un par de veces antes de contestar. En la parte de arriba de las escaleras; la terraza del edificio, Luka estaba sentado a una mesa con tres sillas y llena de botellas de alcohol. Probablemente una sola de esas botellas costaría más que toda la ropa que yo llevaba puesta.

—Joder, felicidades. ¿Kate?

— ¿Quién si no? El idiota estuvo perdido la primera vez que la vio. Tenías que ver que ojillos tenía. —se burló Luka ofreciéndome un vaso con whiskey.

—Pues a vuestra salud. —brindé levantando el brazo hacia él.

        Probablemente noté que estaba empezando a emborracharme a la segunda botella que vaciamos, pero ni dije ni hice nada. En parte porque me lo estaba pasando bien y en parte porque ellos también parecían estar pasándoselo bien y no quería cortarles el rollo.

        Y en algún punto pasamos de estar celebrando que Eric y Kate se habían comprometido a estar riéndonos de gilipolleces. Y dos botellas fueron tres y luego cuatro. Y de alguna manera, yo acabé quejándome de la psicóloga.

— ¿Quién se cree que es para vomitarme todas las idioteces de autoayuda que habrá leído de joven porque estaba gorda? ¡Yo no estoy gorda! —me quejé haciendo pucheros (al menos Eric sigue asegurando que estaba haciendo pucheros a día de hoy).

        Eric y Luka estallaron en carcajadas y decidieron que había tenido bastante alcohol por una noche y que lo mejor sería ir cerrando la fiesta. No recogieron la mesa, ni las sillas ni las botellas. Porque son gente rica y la gente rica paga a gente menos rica para que limpie lo que ellos ensucian.

        Se ofrecieron a compartir taxi hasta mi casa, pero a mí me empezaba a dar vueltas todo y lo que menos me apetecía era vomitar delante de ellos, así que les dije que estaba bien y que quería ir caminando para despejarme. Y no estaba bien, eso era evidente, pero me dieron espacio y se subieron a un taxi.

        En algún momento mientras me tambaleaba apoyado a la barandilla del puerto empecé a pensar en Mara. Porque cuando estas borracho tu cabeza hace cosas raras, y porque a algún nivel, la tenía siempre en la cabeza. Probablemente por eso no me enteré de en qué momento exactamente había chocado con alguien. Todo giraba, y cuando dejó de girar yo estaba sentado en el suelo riéndome.

—Tío, perdona no estaba… ¿Félix?

        Al levantar la vista me encontré con Javi. Y no sabéis quien es porque aunque hubiésemos sido amigos toda la vida hacía semanas que no lo veía más que en clase. Porque esas cosas pasan o porque yo estaba así de idiota. Como prefiráis.

—Estoy borracho. —conseguí decir antes de volver a reírme yo solo.

        Javi frunció el ceño, pero sonrió un poco.

—Ya lo veo, ya. ¿Comemos algo para que se te pase un poco antes de ir a casa? —ofreció ayudándome a levantarme.

        Y eran pasadas las doce de la noche de un viernes y él probablemente había salido de entrenar a las diez y media. Porque Javi es el tipo de persona sana y decente que hace deporte y no se emborracha. Fruncí al ceño al darme cuenta de que hasta hacía poco yo también había sido ese tipo de persona.

        Le dejé arrastrarme hasta un kebab cercano, y cenamos algo riéndonos de tonterías de clase. Y luego me acompañó a casa. Y por acompañó quiero decir: abrió la puerta y me sujetó hasta mi cama intentando que no tropezase con nada y despertase a mi madre y a mi hermana.

        Y si hubiese estado menos borracho aquello habría sido una importante lección sobre la amistad. O al menos una llamada de aviso sobre qué estaba haciendo con mi vida. Pero lo estaba. Borracho, digo. Así que Javi dejó mis llaves en mi escritorio antes de irse, yo dije algo a medio camino entre “gracias” y un gruñido y me dormí con la mente en calma por primera vez en bastante tiempo.