No sé qué espera la mayor parte de la gente de un sábado con
resaca. Pero mi idea se acercaba más a dormir la mañana y quedar con Mara bien
entrada la tarde que a reflexionar sobre mi vida.
Obviamente, Javi y Lucas tenían otra idea. O al menos eso
intuí después de la llamada de teléfono de dos horas que tuvimos a las diez de
la mañana. Llamada que solo llevó a que nos sentáramos en una cafetería a las
tres del mediodía a que me miraran como si fueran mi madre.
Parecían preocupados. Y tenían motivos para estarlo. Pero yo
quería quejarme, ¿vale?
—No sé por qué tenéis que
darle tanto bombo. Solo ha sido una borrachera. Ni que vosotros no os
emborracharais nunca, joder.
—Ya. No tendría
importancia si tú te emborracharas alguna vez. Pero ¿sabes cuantas veces te he
visto borracho? Tres. La primera fue cuando el bus del colegio de tu hermana
tuvo un accidente y a ella la operaron de urgencia. La segunda fue en
Nochevieja. Tu abuela había cenado en casa y había cabreado tanto a tu madre
que ella te tiró una copa a la cabeza por darle las buenas noches. Y la tercera
fue ayer. —me cortó Javi.
—Bueno, puede que…
— ¿Sabes cuánto tiempo
hace que no quedamos? Que no pasas por el gimnasio, o me llamas, o hablamos por
Whatsapp. ¿Sabes cuánto tiempo hace que parece que a mi mejor amigo se lo ha tragado
la tierra? —me cortó Lucas.
Y tenían toda la razón del mundo, pero por lo menos podrían
dejarme poner alguna excusa ridícula y auto-engañarme. Es un derecho básico
reconocido en la constitución.
—Tío. Sé que no te gusta
oír esto, pero desde que sales con Mara estas distinto. Ya no pareces tú.
—masculló Lucas sin mirarme a los ojos. —Tú eres un tío tranquilo que bebe,
pero no se emborracha. Que hace deporte, saca unas notas mediocremente buenas.
Se lleva bien con todo el mundo, aunque no especialmente con ninguno… Tú no
eres un tío que vuelve a casa a las tres de la mañana y se pasa semanas sin
hablar con su mejor amigo. Tú no eres un cabrón.
A pesar de la resaca, o quizás por ella, mi cerebro se las
apañó para comprender algo de todo aquello. Lucas tenía razón, claro. Me había
conocido desde los tres años, cuando los dos empezamos juntos en el parvulario.
Y todo lo que acababa de describir era verdad. Era yo. Y no recuerdo haberme
sentido más lleno de desprecio en la vida.
Porque la persona que
Lucas acababa de describir era un don nadie. Era una persona a quien no
dedicarías más de una mirada de no ser necesario. Era esa cara de la foto con
el que nadie tenía malos recuerdos, pero tampoco recuerdos especiales. Era un
cobarde sin experiencias en la vida y un paria que no encajaba nunca en ningún
sitio.
Que sí. Que quizás él le tuviese cariño a esa persona. Y
quizás esa persona hubiese conseguido hacerse con un par de amigos leales a lo
largo de los años y se las hubiese apañado para no ser una decepción para lo
que le quedaba de familia. Pero era mediocre. Tenía una vida mediocre. Unas
expectativas mediocres…
En ese momento ya sabía que la decisión que tomé entonces
probablemente fuera un camino directo a la amargura y el auto desprecio cuando
fracasase. Pero dicen que las cosas que llegan fáciles nunca merecen la pena.
¿No?
—Lo siento mucho. Haberos
dejado de lado. No os merecéis eso y me encargaré de que no vuelva a pasar.
Pero no tenéis nada de qué preocuparos ¿vale?
Porque yo era ese tío, claro que lo era. Pero ese tío iba a
morir aquella misma noche. Y ellos estaban invitados al funeral.
—Esta noche he quedado con
Mara y unos amigos. ¿Por qué no venís? Así pasamos tiempo juntos, los conocéis
y veis que no pasa nada malo.
Lo cierto era que me apetecía. Echaba de menos a Lucas, y no
haberle incluido en el grupo había sido una gilipollez. Posiblemente motivada
por el capricho de querer conservar a mis nuevos amigos para mí solo, pero una
gilipollez al fin y al cabo. No había necesidad de ahondar más en ello. Y
aunque a Javi le invitaba un poco porque estaba allí y tocaba; tampoco quería
que el tío estuviera preocupado. Porque era demasiado buena persona (Javi) como
para hacerle eso.
Aceptaron de manera renuente, pero aceptaron. Así que llamé
a Mara para pedirle permiso para invitarles, cosa que quizás debería haber
hecho antes. Y se emocionó por conocer a otro de mis amigos y volver a ver a
Lucas. Y eso me calentó bastante por dentro. Porque que se interesara por los
amigos del pringado de su novio era un signo de apostar por la relación y otras
gilipolleces que había leído en una revista de mi hermana.
Me fui a casa, hice la comida para mi madre y mi hermana pero
yo no comí. Me duché y me tiré diez minutos mirando a la pared del bañó mientras
sonaba Ed Sheeran en la radio hasta que Mara me llamó al móvil y nos pusimos a
hablar de tonterías sin tener un hilo de conversación real.
— ¿Entonces estás seguro
de que Banana es un buen nombre para una tortuga? Yo creo que Amapola sería
menos confuso. —comentó ella al otro lado de la línea mientras yo me esforzaba
por subirme los vaqueros sin soltar el teléfono.
—Mara, ¿vas a comprarte
una tortuga?
—Oh, no. Es solo
curiosidad hipotética.
Sonreí sin poder ni querer intentar evitarlo. Porque era la tía
más rara que había conocido en mi vida y no le habría cambiado ni un detalle.
A las ocho de la tarde estábamos los tres; Javi, Lucas y yo,
picando al timbre del nuevo piso de Luka. Porque ya que se iba a quedar por lo
menos seis meses tenía que comprarse un piso. Porque podía, si no, ¿de qué?
Kate nos abrió la puerta y se me lanzó echándome los brazos
al cuello y chillando. Luego me enseñó el anillo con un brillante jodidamente
enorme en su mano izquierda sin dejar de sonreír como una maniaca.
—Ya sé que te lo ha
contado. Pero me hace mucha ilusión así que te lo repito. ¡Estoy prometida!
— ¡Estas prometida! —le
grité de vuelta riéndome. Y ella me soltó sonriendo y se perdió entre el
barullo de gente que había en el salón. No sé para que invitaban a tanta gente
a las fiestas si luego se quedaban en su selecto grupo sin mezclarse, pero
armaban ruido y hacían ambiente y a mí me gustaba.
Entré
y esperé a que me siguieran. Ya les había explicado un poco quien era cada uno,
así que simplemente fuimos hacia la terraza del piso, donde estaban todos
sentados en sofás riéndose y bebiendo. La música era pop de los noventa y no me
cabía ninguna duda de quién la había escogido.
Mara se levantó la primera y se presentó sonriéndoles y
presentándoles a los demás. Y luego me sentó a mí donde había estado ella y se
sentó en mi regazo. Javi y Lucas se integraron bastante bien y bastante rápido.
Y Luka no intentó cabrear a ninguno de los dos para que le dieran un puñetazo,
por lo que di gracias a todos los dioses que se me pasaron por la cabeza.
Cuando ya estaban bastante “adaptados” al medio, Javi
tonteando con Lucía descaradamente mientras Luka los miraba mal y Lucas
riéndose de algo con Tamara; cogí a Mara de la mano y me la lleve dentro del
piso, hacia la cocina. Que parecía ser la única puñetera habitación vacía. En
serio, ¿a alguien le caía bien esta gente?
—Y yo que pensaba que los
caballeros de brillante armadura no secuestraban doncellas.
—Oh, claro que las
secuestran, pero pagan para que no salga en la prensa. —le contesté guiándole
un ojo.
—Gracias por traer a tus
amigos. —me sonrió agarrándome de los cuellos de la camisa para acercarme a
ella, quedándose entre yo y la encimera.
Me incliné hacia ella, sonriendo como un completo gilipollas;
porque parecía que las cosas se habían arreglado con muy poco esfuerzo y cuando
rocé mis labios con los suyos, un ruido en la puerta me hizo girar la cabeza.
En la entrada, Luka estaba mirando a un tío con traje y
camisa negros que parecía cabreado. El tío siseaba y Luka se mordía las uñas
mascullando cosas.
—Félix, ¿Quieres estar a
lo que estás?—preguntó Mara cabreada.
—Eh, sí, perdón. Yo…
El tío agarró a Luka del cuello de la camisa y tiró de él
hacia el pasillo cerrando la puerta a sus espaldas. Y Luka no era ni siquiera
tan buen amigo, ni le conocía hacía tanto tiempo… pero siempre he tenido esa
estúpida tendencia a preocuparme por los demás y meterme en guerras que no
tienen nada que ver conmigo, así que en lugar de seguir enrollándome con mi
preciosa novia y dejar que le dieran algo de su propia medicina…
—Tengo que… te lo explico
luego. ¡Te quiero! ¡No te cabrees! —le grité mientras salía a la terraza a
agarrar a Eric del brazo y apartarle de su prometida para ir a buscar al lerdo
de su amigo.
— ¡Tío!
—Creo que Luka la ha
liado.
Como Eric si era una persona medio normal y un buen amigo,
echó a correr delante de mí sin hacer más preguntas. Al ver el pasillo vacío
bajamos corriendo por las escaleras y salimos a la calle.
— ¡Tío, por favor! ¡Puedo
arreglarlo, en serio!—nos llegó el grito de Luka calle abajo, en el paseo del
puerto.
Corrimos hacia allí y vimos al tío del traje estrellar la
cabeza de Luka contra la barandilla del puerto. Él trastabilló cayendo sentado
de culo al suelo y el tío sacó una pistola. Paramos un segundo, en shock, pero
luego volvimos a echar a correr.
Eric envistió contra el tío del traje placándolo contra el
suelo y lanzando la pistola al aire. Yo me arrodillé delante de Luka para
comprobar si estaba bien y le levanté la cabeza. Tenía una brecha con bastante
mala pinta encima del ojo derecho y la nariz le sangraba un poco.
—¿Contusión grave o herida
leve? —le pregunté viendo de reojo como el tío del traje lanzaba a Eric contra
una farola y los dos se liaban a puñetazos.
—Herida leve. Creo. Joder,
estoy muy mareado.
Le moví para que quedara sentado con la espalda apoyada en la
barandilla y me giré a tiempo para ver como Eric aterrizaba a nuestro lado en
el suelo y el tío sacaba otra pistola.
Me tiré en plancha a por la que se le había caído antes y
desde el suelo le apunté al tronco, porque era el blanco más fácil. Él ajustó
el ángulo de los brazos apuntando a Eric a la cabeza, yo anclé los codos en el
suelo intentando ganar apoyo.
El “¡BAM!” de una pistola resonó en el silencio en que estaba
envuelto el puerto por la noche. Lo único que se escuchaba era la música de un
pub cercano como un murmullo de fondo. Como la música de los ascensores.