lunes, 6 de mayo de 2013

Capítulo 19:


        Mi madre no se cabreó por las notas. Igual que no se había cabreado cuando empecé a salir hasta las tres de la mañana o a no dormir en casa. Porque las facturas se empezaban a acumular y ella pasaba más tiempo trabajando que en casa.

        Mis profesores me echaban miradas preocupadas por el pasillo y llegó un punto en que ya no me pedían los deberes porque sabían que no los tenía. Mi tutora, una mujer regordeta y más vieja que los dinosaurios, me mandó quedarme en clase para preguntarme si todo estaba bien en casa.

— ¿Tus padres se están separando? ¿Tienes algún problema con los chicos de clase? ¡No te pegarán en los vestuarios, ¿no?!

        Decidí omitir que mi padre y mi madre nunca habían estado casados, que no tenía problemas con los chicos de clase porque no les conocía y que ese año ni siquiera teníamos Educación Física, así que no había vestuarios en los que pegarme.

—No, no. Todo bien. Es que estoy un poco estresado. Ya sabe, en Mayo hay que solicitar las plazas de la universidad y todavía no sé lo que quiero hacer.

—Oh, cariño. ¿Quieres hablar con el departamento de orientación?

—No, gracias. Creo que me las apañaré solo.

        No coló. Y yo tuve que pasarme el resto del curso yendo al departamento de orientación a hablar con la psicóloga del instituto para que me dijera lo que ella creía que debía de hacer con mi vida.

        Era una mujer joven, no llegaría a los 30, y siempre llevaba vaqueros, camisa y zapatos de tacón bajo. Nunca la vi maquillada. Supongo que con eso intentaba dar una imagen de mujer segura de sí misma y profesional consumada. A mí me parecía una de esas gilipollas que salen en los marcos de fotos cuando te los venden. “Camisa blanca, cara lavada y sonrisa ridícula”.

        Lo primero que me dijo fue “Me llamo Melisa y podemos ser amigos, tranquilo.” En serio, ¿Hay alguna manera mejor de cabrear a alguien que está tranquilo que decirle que esté tranquilo? Yo sonreí de manera tensa y le dije que no creía que ella pudiera ayudarme.

—Cariño, cuando el genio apunta a la luna,  el tonto se queda mirando el dedo.

        ¿Qué cojones?

— ¿Qué?

        Ella sonrió y me invitó a sentarme. Me puso delante un vaso de leche y un plato con galletas y yo empecé a preocuparme por su salud mental.

—Estás en un momento difícil de la vida. Todos hemos pasado por eso, relájate. —Odiaba a aquella mujer con toda el alma. — ¿Dónde te ves dentro de 10 años?

        Ese debió de ser el momento en que decidí que si ella iba a tocarme los cojones, yo también podía jugar a eso.

—Quizás como bailarín exótico en las vegas. Es la mejor manera de cazar a vieja rica y moribunda que me mantenga a cambio de un par de polvos con flores y velas.

        Ella apuntó algo en un papel y volvió a hablar sin levantar la vista hacia mí.

— ¿Eso es lo que siempre has querido ser de mayor?

—Quería ser un supervillano, pero las mallas me tiran un poco y no tengo un gato de angora que acariciar mientras planeo dominar el mundo.

 — ¿Estás a la defensiva porque no te gusta que me meta en tus asuntos, porque tienes algo que esconder o simplemente eres desagradable?

— ¿Se dedico a esto porque nunca consiguió implicarse emocionalmente con nadie y decidió que meterse en la vida de críos de instituto sería lo suficientemente gratificante como para paliar el hecho de que nunca tendrá una familia propia?

        Melisa levantó la vista de su libreta y sonrió.

—Bueno, no pasa nada. Uno tiene que darse cuenta de que necesita ayuda para dejar que le ayuden. ¿No?

        Me dio una tarjeta con su número de móvil y me dijo que cuando me diera cuenta de que necesitaba hablar con alguien podía llamarla. Y yo salí de allí más confuso de lo que había entrado.

        Estaba cabreado. Porque me parecía que de alguna manera, había conseguido meterse en mi cabeza. Y eso me fastidiaba hasta límites insospechados. Jodidos comecocos.

        Y en ese momento Luka me llamó al móvil. Porque sería un cabrón con un trabajo muy poco serio y unos valores cuanto menos cuestionables… pero el capullo era oportuno.

—Tío, Eric y yo estamos en el puerto tomando algo. ¿Vienes?

        Todavía me parecía raro lo fácil que resultaba estar con ellos. Ser parte del grupo. Implicarme en la vida de Mara. Pertenecer.

—Claro. Dame 20 minutos.

        Escuché risas al otro lado de la línea antes de que Eric le quitara el teléfono a Luka.

—Coge un taxi, anda. Pago yo.

        Colgué y me mandaron la dirección por Whatsapp. Así que me subí a un taxi y se la leí. Y el taxista me puso cara rara y empezó a conducir. Me dejó en la calle del puerto, en frente de un edificio de piedra antiguo y de arquitectura recargada. Creo que antes de que yo naciera era una aduana. A saber.

        Eric estaba esperando en la acera con la cartera en la mano. Le dio un billete de 20 al conductor y esperó a que me bajara para pasarme un brazo por los hombros y echar a andar por las escaleras al lado del edificio sonriente.

—Amigo mío, espero que vengas con la garganta seca porque tenemos mucho que celebrar y muchas botellas que vaciar.

—Que no es que me queje, pero ¿Qué celebramos?

        Se giró mirándome con la sonrisa más amplia que le había visto hasta el momento.

—Desde ayer soy un hombre oficialmente prometido.

        Creo que se me cayó la mandíbula al suelo y tropecé con ella un par de veces antes de contestar. En la parte de arriba de las escaleras; la terraza del edificio, Luka estaba sentado a una mesa con tres sillas y llena de botellas de alcohol. Probablemente una sola de esas botellas costaría más que toda la ropa que yo llevaba puesta.

—Joder, felicidades. ¿Kate?

— ¿Quién si no? El idiota estuvo perdido la primera vez que la vio. Tenías que ver que ojillos tenía. —se burló Luka ofreciéndome un vaso con whiskey.

—Pues a vuestra salud. —brindé levantando el brazo hacia él.

        Probablemente noté que estaba empezando a emborracharme a la segunda botella que vaciamos, pero ni dije ni hice nada. En parte porque me lo estaba pasando bien y en parte porque ellos también parecían estar pasándoselo bien y no quería cortarles el rollo.

        Y en algún punto pasamos de estar celebrando que Eric y Kate se habían comprometido a estar riéndonos de gilipolleces. Y dos botellas fueron tres y luego cuatro. Y de alguna manera, yo acabé quejándome de la psicóloga.

— ¿Quién se cree que es para vomitarme todas las idioteces de autoayuda que habrá leído de joven porque estaba gorda? ¡Yo no estoy gorda! —me quejé haciendo pucheros (al menos Eric sigue asegurando que estaba haciendo pucheros a día de hoy).

        Eric y Luka estallaron en carcajadas y decidieron que había tenido bastante alcohol por una noche y que lo mejor sería ir cerrando la fiesta. No recogieron la mesa, ni las sillas ni las botellas. Porque son gente rica y la gente rica paga a gente menos rica para que limpie lo que ellos ensucian.

        Se ofrecieron a compartir taxi hasta mi casa, pero a mí me empezaba a dar vueltas todo y lo que menos me apetecía era vomitar delante de ellos, así que les dije que estaba bien y que quería ir caminando para despejarme. Y no estaba bien, eso era evidente, pero me dieron espacio y se subieron a un taxi.

        En algún momento mientras me tambaleaba apoyado a la barandilla del puerto empecé a pensar en Mara. Porque cuando estas borracho tu cabeza hace cosas raras, y porque a algún nivel, la tenía siempre en la cabeza. Probablemente por eso no me enteré de en qué momento exactamente había chocado con alguien. Todo giraba, y cuando dejó de girar yo estaba sentado en el suelo riéndome.

—Tío, perdona no estaba… ¿Félix?

        Al levantar la vista me encontré con Javi. Y no sabéis quien es porque aunque hubiésemos sido amigos toda la vida hacía semanas que no lo veía más que en clase. Porque esas cosas pasan o porque yo estaba así de idiota. Como prefiráis.

—Estoy borracho. —conseguí decir antes de volver a reírme yo solo.

        Javi frunció el ceño, pero sonrió un poco.

—Ya lo veo, ya. ¿Comemos algo para que se te pase un poco antes de ir a casa? —ofreció ayudándome a levantarme.

        Y eran pasadas las doce de la noche de un viernes y él probablemente había salido de entrenar a las diez y media. Porque Javi es el tipo de persona sana y decente que hace deporte y no se emborracha. Fruncí al ceño al darme cuenta de que hasta hacía poco yo también había sido ese tipo de persona.

        Le dejé arrastrarme hasta un kebab cercano, y cenamos algo riéndonos de tonterías de clase. Y luego me acompañó a casa. Y por acompañó quiero decir: abrió la puerta y me sujetó hasta mi cama intentando que no tropezase con nada y despertase a mi madre y a mi hermana.

        Y si hubiese estado menos borracho aquello habría sido una importante lección sobre la amistad. O al menos una llamada de aviso sobre qué estaba haciendo con mi vida. Pero lo estaba. Borracho, digo. Así que Javi dejó mis llaves en mi escritorio antes de irse, yo dije algo a medio camino entre “gracias” y un gruñido y me dormí con la mente en calma por primera vez en bastante tiempo. 

1 comentario:

  1. Te sigo leyendo, Nyme. Desde que me pasaste el link ya hace rato en face. Espero continúes con tu relato, que he de pasarme a ver si has publicado algo nuevo. No creo haga falta especificar quien soy, si me siento tan en libertad de asumir que sabes quien soy desde un inicio.

    Ah, por cierto, feliz cumpleaños. No olvidaría eso. Ya habré de pasar a felicitarte propiamente en tumblr, viendo que es donde más seguido veo señales de vida tuyas.

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