Mi madre no se cabreó por las notas. Igual que no se había
cabreado cuando empecé a salir hasta las tres de la mañana o a no dormir en
casa. Porque las facturas se empezaban a acumular y ella pasaba más tiempo
trabajando que en casa.
Mis profesores me echaban miradas preocupadas por el pasillo
y llegó un punto en que ya no me pedían los deberes porque sabían que no los
tenía. Mi tutora, una mujer regordeta y más vieja que los dinosaurios, me mandó
quedarme en clase para preguntarme si todo estaba bien en casa.
— ¿Tus padres se están
separando? ¿Tienes algún problema con los chicos de clase? ¡No te pegarán en
los vestuarios, ¿no?!
Decidí omitir que mi padre y mi madre nunca habían estado
casados, que no tenía problemas con los chicos de clase porque no les conocía y
que ese año ni siquiera teníamos Educación Física, así que no había vestuarios
en los que pegarme.
—No, no. Todo bien. Es que
estoy un poco estresado. Ya sabe, en Mayo hay que solicitar las plazas de la
universidad y todavía no sé lo que quiero hacer.
—Oh, cariño. ¿Quieres
hablar con el departamento de orientación?
—No, gracias. Creo que me
las apañaré solo.
No coló. Y yo tuve que pasarme el resto del curso yendo al
departamento de orientación a hablar con la psicóloga del instituto para que me
dijera lo que ella creía que debía de hacer con mi vida.
Era una mujer joven, no llegaría a los 30, y siempre llevaba
vaqueros, camisa y zapatos de tacón bajo. Nunca la vi maquillada. Supongo que
con eso intentaba dar una imagen de mujer segura de sí misma y profesional
consumada. A mí me parecía una de esas gilipollas que salen en los marcos de
fotos cuando te los venden. “Camisa blanca, cara lavada y sonrisa ridícula”.
Lo primero que me dijo fue “Me llamo Melisa y podemos ser
amigos, tranquilo.” En serio, ¿Hay alguna manera mejor de cabrear a alguien que
está tranquilo que decirle que esté tranquilo? Yo sonreí de manera tensa y le
dije que no creía que ella pudiera ayudarme.
—Cariño, cuando el genio
apunta a la luna, el tonto se queda
mirando el dedo.
¿Qué cojones?
— ¿Qué?
Ella sonrió y me invitó a sentarme. Me puso delante un vaso
de leche y un plato con galletas y yo empecé a preocuparme por su salud mental.
—Estás en un momento
difícil de la vida. Todos hemos pasado por eso, relájate. —Odiaba a aquella
mujer con toda el alma. — ¿Dónde te ves dentro de 10 años?
Ese debió de ser el momento en que decidí que si ella iba a
tocarme los cojones, yo también podía jugar a eso.
—Quizás como bailarín
exótico en las vegas. Es la mejor manera de cazar a vieja rica y moribunda que
me mantenga a cambio de un par de polvos con flores y velas.
Ella apuntó algo en un papel y volvió a hablar sin levantar
la vista hacia mí.
— ¿Eso es lo que siempre
has querido ser de mayor?
—Quería ser un
supervillano, pero las mallas me tiran un poco y no tengo un gato de angora que
acariciar mientras planeo dominar el mundo.
— ¿Estás a la defensiva porque no te gusta que
me meta en tus asuntos, porque tienes algo que esconder o simplemente eres
desagradable?
— ¿Se dedico a esto porque
nunca consiguió implicarse emocionalmente con nadie y decidió que meterse en la
vida de críos de instituto sería lo suficientemente gratificante como para
paliar el hecho de que nunca tendrá una familia propia?
Melisa levantó la vista de su libreta y sonrió.
—Bueno, no pasa nada. Uno
tiene que darse cuenta de que necesita ayuda para dejar que le ayuden. ¿No?
Me dio una tarjeta con su número de móvil y me dijo que
cuando me diera cuenta de que necesitaba hablar con alguien podía llamarla. Y
yo salí de allí más confuso de lo que había entrado.
Estaba cabreado. Porque me parecía que de alguna manera,
había conseguido meterse en mi cabeza. Y eso me fastidiaba hasta límites
insospechados. Jodidos comecocos.
Y en ese momento Luka me llamó al móvil. Porque sería un
cabrón con un trabajo muy poco serio y unos valores cuanto menos cuestionables…
pero el capullo era oportuno.
—Tío, Eric y yo estamos en
el puerto tomando algo. ¿Vienes?
Todavía me parecía raro lo fácil que resultaba estar con
ellos. Ser parte del grupo. Implicarme en la vida de Mara. Pertenecer.
—Claro. Dame 20 minutos.
Escuché risas al otro lado de la línea antes de que Eric le
quitara el teléfono a Luka.
—Coge un taxi, anda. Pago
yo.
Colgué y me mandaron la dirección por Whatsapp. Así que me
subí a un taxi y se la leí. Y el taxista me puso cara rara y empezó a conducir.
Me dejó en la calle del puerto, en frente de un edificio de piedra antiguo y de
arquitectura recargada. Creo que antes de que yo naciera era una aduana. A
saber.
Eric estaba esperando en la acera con la cartera en la mano.
Le dio un billete de 20 al conductor y esperó a que me bajara para pasarme un
brazo por los hombros y echar a andar por las escaleras al lado del edificio
sonriente.
—Amigo mío, espero que
vengas con la garganta seca porque tenemos mucho que celebrar y muchas botellas
que vaciar.
—Que no es que me queje,
pero ¿Qué celebramos?
Se giró mirándome con la sonrisa más amplia que le había
visto hasta el momento.
—Desde ayer soy un hombre
oficialmente prometido.
Creo que se me cayó la mandíbula al suelo y tropecé con ella
un par de veces antes de contestar. En la parte de arriba de las escaleras; la
terraza del edificio, Luka estaba sentado a una mesa con tres sillas y llena de
botellas de alcohol. Probablemente una sola de esas botellas costaría más que
toda la ropa que yo llevaba puesta.
—Joder, felicidades.
¿Kate?
— ¿Quién si no? El idiota
estuvo perdido la primera vez que la vio. Tenías que ver que ojillos tenía. —se
burló Luka ofreciéndome un vaso con whiskey.
—Pues a vuestra salud.
—brindé levantando el brazo hacia él.
Probablemente noté que estaba empezando a emborracharme a la
segunda botella que vaciamos, pero ni dije ni hice nada. En parte porque me lo
estaba pasando bien y en parte porque ellos también parecían estar pasándoselo
bien y no quería cortarles el rollo.
Y en algún punto pasamos de estar celebrando que Eric y Kate
se habían comprometido a estar riéndonos de gilipolleces. Y dos botellas fueron
tres y luego cuatro. Y de alguna manera, yo acabé quejándome de la psicóloga.
— ¿Quién se cree que es
para vomitarme todas las idioteces de autoayuda que habrá leído de joven porque
estaba gorda? ¡Yo no estoy gorda! —me quejé haciendo pucheros (al menos Eric
sigue asegurando que estaba haciendo pucheros a día de hoy).
Eric y Luka estallaron en carcajadas y decidieron que había
tenido bastante alcohol por una noche y que lo mejor sería ir cerrando la
fiesta. No recogieron la mesa, ni las sillas ni las botellas. Porque son gente
rica y la gente rica paga a gente menos rica para que limpie lo que ellos
ensucian.
Se ofrecieron a compartir taxi hasta mi casa, pero a mí me
empezaba a dar vueltas todo y lo que menos me apetecía era vomitar delante de
ellos, así que les dije que estaba bien y que quería ir caminando para
despejarme. Y no estaba bien, eso era evidente, pero me dieron espacio y se
subieron a un taxi.
En algún momento mientras me tambaleaba apoyado a la
barandilla del puerto empecé a pensar en Mara. Porque cuando estas borracho tu
cabeza hace cosas raras, y porque a algún nivel, la tenía siempre en la cabeza.
Probablemente por eso no me enteré de en qué momento exactamente había chocado
con alguien. Todo giraba, y cuando dejó de girar yo estaba sentado en el suelo
riéndome.
—Tío, perdona no estaba… ¿Félix?
Al levantar la vista me encontré con Javi. Y no sabéis quien
es porque aunque hubiésemos sido amigos toda la vida hacía semanas que no lo
veía más que en clase. Porque esas cosas pasan o porque yo estaba así de
idiota. Como prefiráis.
—Estoy borracho. —conseguí
decir antes de volver a reírme yo solo.
Javi frunció el ceño, pero sonrió un poco.
—Ya lo veo, ya. ¿Comemos
algo para que se te pase un poco antes de ir a casa? —ofreció ayudándome a
levantarme.
Y eran pasadas las doce de la noche de un viernes y él
probablemente había salido de entrenar a las diez y media. Porque Javi es el
tipo de persona sana y decente que hace deporte y no se emborracha. Fruncí al
ceño al darme cuenta de que hasta hacía poco yo también había sido ese tipo de
persona.
Le dejé arrastrarme hasta un kebab cercano, y cenamos algo
riéndonos de tonterías de clase. Y luego me acompañó a casa. Y por acompañó
quiero decir: abrió la puerta y me sujetó hasta mi cama intentando que no
tropezase con nada y despertase a mi madre y a mi hermana.
Y si hubiese estado menos borracho aquello habría sido una
importante lección sobre la amistad. O al menos una llamada de aviso sobre qué
estaba haciendo con mi vida. Pero lo estaba. Borracho, digo. Así que Javi dejó
mis llaves en mi escritorio antes de irse, yo dije algo a medio camino entre “gracias”
y un gruñido y me dormí con la mente en calma por primera vez en bastante
tiempo.
Te sigo leyendo, Nyme. Desde que me pasaste el link ya hace rato en face. Espero continúes con tu relato, que he de pasarme a ver si has publicado algo nuevo. No creo haga falta especificar quien soy, si me siento tan en libertad de asumir que sabes quien soy desde un inicio.
ResponderEliminarAh, por cierto, feliz cumpleaños. No olvidaría eso. Ya habré de pasar a felicitarte propiamente en tumblr, viendo que es donde más seguido veo señales de vida tuyas.