Los exámenes de la segunda evaluación no fueron tan bien como
los de la primera. Quizás se debía a que me había descentrado un poco, quizás a
que no pasaba bastante tiempo en casa como para abrir un puñetero libro o
quizás a que dejó de importarme.
Tenía esa sensación. Esa de cuando eres joven, y estás
empezando a disfrutar de la vida de verdad. Ves lo que te has estado perdiendo
por jugar según las reglas que otros le han impuesto a tu vida y te sientes
lleno. Crees que eres invencible, que eres un rebelde y que eso es genial.
Crees que estás viviendo cuando lo que estás haciendo es acelerar un coche
hacia un acantilado.
En mi defensa puedo argumentar la pobre razón de que yo era
un crío de 17 años al que le estaban enseñando el mundo demasiado rápido
personas mucho más “guays” y experimentadas que él. Sí, sí. Lo sé. Como a
todos.
Luka no era tan malo cuando lo conocías. O eso pensé
entonces. Era un chaval agradable cuando no estaba intentando cabrearte lo
bastante como para que le dieras de hostias. Y al parecer al haberle pegado
había pasado una especie de prueba y ya les caía bien en automático a todos. Yo
no me quejaba.
Lucía, la hermanastra de Luka por parte de padre, me explicó
que Teresa había estado convencida de que por muy tranquilo que pareciese,
defendería a Mara ante cualquiera. Y Luka había querido comprobar si de verdad
tenía lo que había que tener.
Karen me enseñó a hacer trampas jugando al póquer y me tocó
el culo descaradamente para después felicitar a Mara por “la pesca”.
—Se dice caza, Karen. —la
corrigió Eric, que parecía acostumbrado a que Karen se inventara las
expresiones de los idiomas que no conocía con mucha tranquilidad.
—No, capullo. Los hombres
cazáis. Las mujeres pescamos.
Nunca conseguí que me explicase esa frase, y aunque crea que
ahora la entiendo, probablemente me equivoque.
Kate me descubrió el cansadísimo pero interesante mundo del
activismo político. Jamás os creeríais la cantidad de problemas que le puede
encontrar uno al mundo si se dedica específicamente a buscarlos.
Marco se pasaba la mayor parte del tiempo drogado, pero era
un tío gracioso. Y Alexis pasaba más tiempo ligando con tías que haciéndonos
caso a ninguno, así que nunca llegué a tener una opinión fundamentada de él.
Y esos eran los amigos de Mara. Y eran todos muy europeos, y
la mayoría tenían bastante dinero como para no trabajar en su puñetera vida. Y
eran más de los que yo habría conseguido juntar en toda mi vida.
Y si fuera una persona medio decente les habría presentado a
Lucas y habría intentado incluirle en el grupo en lugar de pasar cada vez menos
tiempo con él. Pero Lucas últimamente no tenía tiempo para nada, porque él sí
estaba estudiando para los exámenes, y yo tampoco insistí mucho.
Íbamos a fiestas, jugábamos al póquer, bebíamos, bailábamos,
nos reíamos… Luka me enseñó tropecientos insultos en serbio… Y me sentía tan
vivo que no me di cuenta de que estaba dejando de ser yo para actuar más como
ellos. Porque realmente no quería ser yo. Yo era un pringado casi sin amigos al
que no miraba nadie. ¿Quién no preferiría ser como ellos?
La primera vez que me acosté con Mara fue un sábado que
quedamos los dos solos para ver películas de Tarantino y comer comida china. Si
fuera un caballero no comentaría nada al respecto, y si fuera un capullo
arrogante me echaría flores… Pero lo cierto es que fue todo más gracioso que
erótico. Nos caímos de la cama (y no fue completamente mi culpa) y Mara tuvo
que explicarme lo que tenía que hacer, con qué tenía que hacerlo y cómo tenía
que hacerlo para que estuviera bien hecho.
Y
no me refiero a la teoría básica, si no a la que no se aprende viendo porno ni
leyendo. A la que solo te puede enseñar una tía con el carácter suficiente para
decirte lo que quiere que le hagas y cómo quiere que lo hagas.
Podría
decir muchas cosas, pero no cambiaría nada. Porque el sexo de verdad, cosa que
aprendes a base de trabajo de campo, no se parece en nada al de las películas
ni los libros. La primera vez que te acuestas con alguien es una experiencia
torpe pero necesaria en que vuestros cuerpos aprenden a conocerse. Al final lo
único que hay que hacer es buscar lo que funciona para vosotros y tirar de
frente.
—Vale, si estabas pensando
en Brad Pitt tienes que confesar ahora antes de que pueda hacerme ilusiones.
—le dije una vez que estuvimos tirados en su cama mirando las estrellas
mientras ella se fumaba un cigarrillo.
— ¿Te asustaría si te
dijera que estaba pensando en Uma Thurman? —preguntó ella riéndose.
—Ni de coña. Solo a esa
mujer le pueden quedar bien los trajes de motorista amarillo. Si tuvieras la
oportunidad y no me dejaras por ella estaría muy desconcertado.
Ella se echó a reír otra vez y apagó el cigarrillo en el
cenicero de al lado de su cama antes de volver a acurrucarse a mi lado.
—Eres una de las cosas más
bonitas que he tenido nunca.
—Que me llames cosa me
ofende en cierto modo. Que me llames “bonita” me ofende en más de un modo. Pero
si estoy entendiendo lo que quieres decir, gracias. —contesté dándole un beso
en el pelo.
—Quiero decir que no te
cambiaría por Uma Thurman. —resolvió de manera críptica. Y los dos sabíamos que
no era eso lo que había querido decir, así que no hacían falta explicaciones.
A estas alturas supongo que ya os habréis dado cuenta de que
Mara no era una persona muy normal (y si no os habéis dado cuenta, por favor
dejad de leer y reconsiderad los valores de vuestra vida). Y yo lo sabía, y en
un principio no me importaba. Pero cuanto más tiempo pasaba con ella más cuenta
me daba de que había algo que no estaba pillando. No era simplemente que
hiciera cosas raras, que las hacía. Era algo que se marcaba más en las cosas
que no hacía que en las que sí.
Era algo que se colaba en sus silencios, en su sorpresa
cuando yo insinuaba que me importaba lo que pasaba con ella. En sus ojos
llorosos la noche de la fiesta cuando le dije que no estaba bien que la
tratasen como un trapo. Era algo que se insinuaba oscuro y terrorífico. Y que
me comía por dentro.