sábado, 16 de noviembre de 2013

Capítulo 28:

        El sonido de la tetera me despertó un poco y me hizo apartar la vista del suelo hacia Carolina, que me miraba incómoda desde su silla al otro lado de la mesa de la cocina de Julia. Los dos habíamos declinado el café y ella había decidido que un té parecía mejor idea para calmar sus nervios. Así que allí estábamos. Sentados en su cocina, envueltos y arropaditos en un silencio incómodo que me estaba comiendo por dentro.

        Julia volvió a la mesa con una taza en la mano en se sentó en la banqueta entre Carolina y yo. Levantó la vista de su té y abrió la boca para volver a cerrarla y suspirar negando con la cabeza.

—No creo que pueda hacer esto. Por favor…—comenzó a decir echando hacia atrás su banqueta. Y yo sabía que esa frase acababa con “por favor, vete”. Pero el sonido de la puerta la interrumpió y la hizo abrir los ojos con sorpresa.

— ¡Cariño, hemos salido antes! —anunció una voz conocida desde la entrada. No sabía por qué me sonaba aquella voz, pero el hombre parecía delirante de felicidad ante la perspectiva de llegar pronto a su casa.

        Julia se puso de pie mirándome con odio, como si esperara poder fulminarme con la mirada antes de que su marido llegase a la cocina. Y se giró justo a tiempo de dejar entrar a un hombre con uniforme de policía y una sonrisa de oreja a oreja.

—Hey, princesa. ¿Qué… —se cortó al mirarnos a Carolina y a mí y volvió la vista a su mujer con expresión de confusión antes de que pareciese darse cuenta de algo y me sonriese dándome una palmada en la espalda. —Hombre, ¡chaval! ¿Has estado manteniéndote alejado de los problemas?

        Fue en ese momento en que me di cuenta de por qué me sonaba su voz. Porque preguntó en el mismo tono de padre preocupado que cuando me había preguntado si estaba drogado en la barandilla del paseo marítimo.

—Todo lo que he podido, señor.

        Carlos sonrió y me revolvió el pelo con la mano. Luego le dio un beso en la boca a su mujer e hizo un gesto con la cabeza hacia Carolina.

—Bueno, pues dime. ¿Quién es esta encantadora señorita y qué hacéis en mi casa?

        Fue la buena persona dentro de mí la que mintió. Por contradictorio que suene. Vi la cara de Julia. Una mueca de pánico que gritaba el miedo que tenía de que su marido supiera quien era. De que la juzgara. Y no pude tirarla a los leones. Porque aunque mi padre fuera un cabrón y estuviese claro que ella lo sabía y no había hecho nada al respecto; yo tampoco era un santo y no podía juzgarla.

—Esta es Carolina, una compañera de clase. Estábamos dando un paseo cuando se mareó por el golpe de calor y su mujer nos invitó a entrar para que pudiera tomar un poco de agua. —ofrecí. A lo que Carolina sonrió tímidamente y asintió. Ni siquiera pareció sorprendida un solo momento.

        Carlos sonrió aún más si se podía y le dio un beso en el pelo a su mujer mientras le pasaba un brazo por los hombros. Hinchado como un pez globo de orgullo.

—Mi Julia es todo un ángel. —afirmó sin una pizca de duda. — ¿Estás mejor, jovencita?

—Mucho mejor, señor. Gracias a los dos por ser tan amables. —afirmó Carolina poniéndose de pie y alisándose el vestido. —Bueno… no querríamos importunarles más.

        Yo me puse de pie y extendí el brazo sosteniéndola por el codo como si aún estuviese débil y me asustase que se desmallase camino a la calle. No tengo claro cuando aprendí yo a fingir, pero desde luego Carolina me dejaba a la altura del betún. Cuando abrí la puerta se estremeció como si le diera un escalofrío y se apoyó un poco más en mí.

        Julia nos acompañó a la puerta. Sola. Y me miró con el ceño fruncido. A medio camino entra la preocupación y la vergüenza. Su cara era un cuadro de emociones encontradas en que la lástima goteaba por cada esquina.

—Dame tu móvil abierto en las notas. —me dijo extendiendo la mano. Y como no tenía por qué no hacerlo, se lo di. Ella se peleó un momento con el teclado y cuando estuvo satisfecha con lo que había escrito me lo devolvió. — Esa es la dirección de mi hermano. Si quieres asegurarte de que esté en casa vete el fin de semana. También te he apuntado mi número de móvil. Supongo que te lo debo, ¿no? —me preguntó apoyándose en el marco de la puerta. —Gracias por no contárselo a Carlos.

—Es un buen tío. Si alguien va a joderle el matrimonio, desde luego no seré yo.

        Julia entornó los ojos mirándome fijamente y luego sonrió. Era una sonrisa diminuta, el músculo en la comisura de su boca tensándose de manera casi invisible.

—No te pareces en nada a tu padre. O a mí, para el caso. —me aseguró. Y como no dije nada continuó hablando. —Me alegro de que no te parezcas. Te diría que saludases a tu madre, pero…

— ¿No vas a preguntar qué quiero de él? —me negué a llamarle mi padre. No había tenido un padre en diecisiete años y no necesitaba uno ahora.

—Tienes diecisiete años y el cabrón de mi hermano no ha ido a verte siquiera una vez en tu vida. Ya asumo que no quieres un abrazo o un reencuentro feliz. —respondió ella. Cortante, fría, cínica… no sé cómo cojones acabó semejante víbora con un marido como el que tenía. —Sea lo que sea lo que quieres, se lo merece. La jodió y no se responsabilizó. Por su culpa yo perdí a mi mejor amiga y la oportunidad de conocer a mi sobrino. Por su culpa he tenido que mentirle a mi marido. Que le jodan.

        No le dije que mi madre probablemente habría seguido siendo amiga suya porque era una persona racional que no echaba culpas al aire. Ni que si quisiese conocer a su sobrino podría haber llamado o venido a casa alguna vez en diecisiete años. O que si le mentía a su marido era porque le daba la gana, porque él jamás la dejaría por algo que no era culpa suya. Si quería seguir auto engañándose y sintiéndose una víctima, no era asunto mío y yo no quería que lo fuera. 

—Gracias.

        Esa fue la primera vez que vi a mi tía. La primera vez que tuve contacto con alguien de la familia de mi padre. Y la primera vez que empecé a pensar si no habría sido algo bueno que el bastardo se hubiese alejado de nosotros.

        Sí. Julia me había ayudado. Y más o menos me había dado lo que había ido a buscar. Incluso había dejado entrever que estaba arrepentida por lo que hizo su hermano y que le gustaría que las cosas fueran de otra manera. Pero no me engañaba a mí mismo. Me había ayudado porque ella se sentía ultrajada. Porque los actos de su hermano había influido en su vida de una manera que no le gustaba. No porque creyese que abandonar a tu hijo estuviese mal o porque hubiese dejado colgada a una chica de dieciocho años embarazada.

        Me había ayudado porque me veía como una herramienta para castigar a su hermano por algo que le había hecho a ella. Así que por mí podían joderles. Tanto al hijo de puta que nos había abandonado como a la zorra manipuladora y rencorosa. Si había un poder superior, que se apiadara de los anormales que se habían dejado engañar para compartir su vida con ellos.

        A medida que nos alejábamos caminando, Carolina se negó a soltarme el brazo. Incluso cuando tiré ligeramente para intentar zafarme de ella. No era un gesto de cariño, o de interés romántico o de amistad. Era un gesto de “tío, tu familia es una puta mierda y me gustaría que no fuera así”, así que me callé y seguí caminando hacia el centro para dejarla en su casa.

— ¿Vas a ir hoy a su casa? —me preguntó cuándo se dio cuenta de hacia dónde estábamos caminando. Y no dijo “a casa de tu padre”. Y bendita Carolina.

—Probablemente. Primero voy a llamar a Lucas. Lo dejé con una pequeña… situación y quiero saber si necesita ayuda.

—Melisa. —dijo. Y no era una pregunta. Supongo que el desconcierto en mi cara era evidente, porque se rio un poco antes de soltarme del brazo. —No eres mi único amigo, Ballesteros.

— ¿Hemos vuelto a los apellidos? Y yo que pensaba que estábamos a un paso de huir de la mano hacia la puesta de sol, Aguilar.

        Frunció el ceño al escuchar el apellido de su padre. Nunca le había gustado y yo sabía que muchas veces había pensado en cambiárselo por el de su madre. Pero a mí me parecía que le pegaba mucho. Un ave de presa que se mantenía alejado del mundo y destrozaba a picotazos a cualquiera que se acercase a lo que consideraba suyo.

        Mierda, había dicho que no iba a llamarla animal de presa, ¿no?

       Se giró para decirme algo, probablemente insultante, pero el sonido de llamada entrante de su móvil la interrumpió.

You took me to your favourite place on earth
To see the three they cut down ten years from your birth
Our fingers traced in circles round its history
We brushed our hands right back in time through century’s eyes

        Fulminó su móvil con la mirada por la interrupción. Pero no parecía seriamente molesta. Supuse que tenía bastante que ver con que esa no era la canción que tenía por defecto para sus llamadas. Era alguien que se merecía una canción concreta.

— ¿Sí? —preguntó descolgando. Yo hice un gesto de alejarme para darle privacidad, pero me agarró de la manga de la chaqueta. —Sí, todavía está conmigo… Aham… Nos dio la dirección de su padre y su número de móvil por si necesitábamos algo más… A mí me pareció una zorra… —se río un momento por algo que había dicho la otra persona — Ahora mismo. —extendió el teléfono hacia mí. —es Lucas. Cógelo y luego quítale el silencio a tu jodido teléfono.

— ¿Lucas? —pregunté llevándome el teléfono a la oreja.

—Hey tío, ¿qué tenemos? —los dos hablaban en plural. Porque éramos un equipo o algo. Y eso me quitó un peso de los hombros.

—Es mi tía. Bueno, la hermana de… ya sabes.

— ¿Vas a ir hoy?, ¿prefieres ir solo o que te acompañemos?

        Me lo pensé con cuidado. Porque Lucas era un amigo cojonudo y decidiera lo que decidiera lo respetaría y me apoyaría. Y aunque Carolina se muriese de curiosidad, podría esperar hasta que yo decidiera contarles lo que pasaba. Así que era por entero cosa mía.

—Creo que prefiero ir solo.

—Perfecto. Si cambias de opinión llámame.

        Y eso fue todo. Me despedí de Carolina prometiéndole que le contaría como había ido tan pronto como me sintiese cómodo con ello y que tendría cuidado. Y me dirigí a la dirección que había apuntada en el papel. 

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