miércoles, 17 de julio de 2013

Capítulo 23:

        El lunes me levanté a las siete de la mañana y después de dejar a mi hermana en el colegio, me fui a mi instituto. La gente se reía en la puerta, haciendo pequeños grupitos. Algunos se restregaban los párpados medio dormidos, otros aprovechaban la última calada del cigarrillo. Ninguno parecía notar que a mí me faltaba algo.

        Conseguí ignorar a Lucas y a Javi hasta lo hora del recreo, porque al hacer bachilleres distintos tampoco teníamos tantas clases en común. En cuanto salí por el portón del instituto me acorralaron.

—Mara y yo lo hemos dejado.

        Lucas lo entendió inmediatamente, a Javi tuve que darle una excusa bastante tonta diciéndole algo sobre la diferencia de edad que ni siquiera recuerdo.

        Pasé las clases en silencio evitando levantar la vista tanto como me era posible. Las voces de los profesores hacían eco en mi cabeza entrándome por una oreja y saliendo por la otra sin dejar ningún resto de información mínimamente valiosa.

        Al terminar las clases, mi tutora se tomó la molestia de recordarme que tenía cita con la psicóloga para trabajar en mi “pequeño problemilla de orientación”. Subí al tercer piso y me senté en una silla en frente del escritorio de la pirada de Melisa.

        Llevaba más de diez minutos allí sentado mirando al vacío cuando se dignó a levantar la vista de su ordenador portátil y sonreírme.

—Hoy no se te ve muy animado.

—No sé qué tiene eso que ver con mis elecciones universitarias. —La corté antes de que pudiera irse por las ramas.

—Tienes razón, perdona mi falta de profesionalidad. Estás aquí para que te ayude a escoger una carrera y eso debería estar haciendo. —anunció sorprendiéndome.

        Me pasó varios test de aptitudes e intereses profesionales y yo los rellené uno tras otro pasándoselos según los acababa. Cuando estuvieron todos terminados en un montoncito al lado de su mano, me volvió a sonreír.

—He estado mirando tu expediente. Tus notas siempre han sido bastante mediocres, pero por alguna razón no creo que te hayas esforzado mucho para conseguirlas, ¿verdad? —no esperó a que contestara y siguió hablando, ojeando el último de los test que le había dado. —Pareces un chico tranquilo. En tu expediente no hay una sola pelea o disputa con ningún compañero o profesor. Y sin embargo, la última vez que estuviste aquí sentado quedó muy claro que cuando quieres puedes morder.

        Me removí incómodo en la silla. Por eso odiaba a los psicólogos. Tú te sentabas en una silla y ellos hablaban como si te conocieran mejor de lo que tú mismo te conocías. Hablaban como si hubieran estado allí cuando tropezabas y caías, como si hubieran sufrido el dolor de tus heridas y hubieran compartido la gloria de tus victorias. Hablaban como si supiesen algo, y no sabían una mierda.

— ¿Sabes cuál es tu problema, Félix? Que dejas que la gente te pise. Se ve en los pequeños detalles. En aquella carrera de atletismo que podrías haber ganado pero en la que te dejaste adelantar porque al otro niño le hacía más ilusión; en las noches en las que le dijiste a tu amigo que no te importaba que se fuera con aquella chica dejándote solo, en cómo aunque ahora mismo nada te gustaría más que tirarme algo a la cabeza estás ahí quieto. Callado.

        Yo me quedé en silencio un momento. Negándome a plantearme siquiera que pudiera tener razón. No quería pensar en mis fallos o en mi carácter. No quería darle vueltas y vueltas a mi actitud frente a la vida. Quería irme a casa y dormir. Tampoco era tanto pedir.

— ¿Y eso qué tiene que ver con mi carrera? —pregunté intentando redirigirla.

—Mucho, la verdad. Tienes potencial, Félix. Pero no así, no ahora. Tal y como están las cosas, escogerás una carrera que te lleve a un terreno profesional seguro y poco competitivo que te ahogará en la mediocridad y donde dejarás que todo el mundo te pase por encima. Nunca serás feliz. Todas tus novias te dejarán por perdedor y acabarás volándote la cabeza de un tiro antes de cumplir los cincuenta.

        ¿Qué se contesta a eso? Parte de mi quería quedarse callado y hacerse un ovillo. Porque eso sonaba muy jodidamente probable, ¿vale? Otra parte quería decirle que cuatro años de carrera no la cualificaban para juzgarme.

—Eso es lo que haría el chico del que habla este expediente. —continuó hablando antes de que yo pudiera decir nada. —Pero el chico que vino a mi consulta a soltar comentarios sarcásticos y enfadados, el chico que está ahora sentado delante de mí, no. Ese chico está gritando que quiere ser alguien. Que quiere marcar una diferencia. Está gritando que él no se conforma con algo mediocre. Que quiere ser grande. Y yo le oigo gritar, Félix. —se levantó de la silla y rodeó su escritorio parándose de pie justo delante de mí. Yo levanté la vista para encontrarla con la suya, que parecía segura de mí respuesta a la pregunta que todavía no había hecho. —Y tengo la sensación de que tú también lo oyes. ¿Qué dices? ¿Le ayudamos?

        Estoy completamente seguro que cuando levanté la mirada de mis manos hasta sus ojos parecía un niño perdido. Recién salido de un naufragio y sin saber muy bien cómo se caminaba en tierra firme. Sin embargo esta vez no hubo mirada maternal ni de pena.

        ¿No era eso precisamente lo que había pensado la noche de la fiesta? Que no quería ser un idiota mediocre, que quería mejorar, crecer, ser alguien… ¿No me estaba ofreciendo exactamente lo que yo había pedido?

        Sabía que me había llevado exactamente a donde ella quería, que hacía rato que no estábamos discutiendo nada relacionado con mi orientación universitaria. Me sentía una mosca rodeada de tela de araña, y el último paso lo di completamente consciente de lo que hacía. Sin saber si eso me hacía un idiota o alguien inteligente.

        Le hablé de Mara, le hablé de Luka, le hablé del principio del fin. Omití lo de Lucas, porque no era mi secreto que contar. Y omití lo de Vince, porque era demasiado joven para ir a la cárcel. Simplemente le conté que un amigo me había metido en un marrón y mi novia me había dejado por ello.

—Pues si te metió en problemas y luego encima te delató no parece muy buen amigo. ¿Crees que podrías empezar por ahí? Habla con él. Déjale claro que si vuelve a joderte se arrepentirá. —me aconsejó Melisa, con el respaldo de la silla reclinado y una sonrisa reafirmante.

— ¿Me estás aconsejando que le amenace? —pregunté incrédulo.

—Te estoy aconsejando que te plantes.

        El reloj sobre la mesa anunció que ya llevaba allí dos horas y que debería irme a casa. Me levanté, cogí la mochila y me fui sin despedirme. A medida que atravesaba los pasillos vacíos del instituto en dirección a la salida, no dejaba de resonarme en la cabeza. “Te estoy aconsejando que te plantes”.

        La parte racional de mí tenía claro que eso era una mala idea. Luka era un tío grande, fuerte y rico. Quizás no el tío más inteligente del mundo, pero un tío peligroso. ¿Y yo? Yo no era nadie.

        Sin embargo, otra parte de mí… algo que había permanecido dormido durante mucho tiempo lo ansiaba. Se desperezaba en la oscuridad y lo quería. Quería que me plantase delante de Luka y le dijese que si quería mantener las pelotas intactas sería mejor que se quedase por su lado. No era lo lógico. No era lo aconsejable. No era lo seguro. No era lo mediocre… Era exactamente lo que yo quería hacer.

        No me molesté en mandarle un mensaje a Luka, porque sabía perfectamente que si le decía de quedar me evitaría. En ese momento él era un avestruz agachando la cabeza y yo un león buscando sangre. Y las piezas del puzle que se me habían perdido debajo del sofá parecían haber vuelto solas y encajado en su posición.

        Fui caminando hacia el piso de Luka con mucha calma. ¿Qué prisa había? 
La rata no saldría de su madriguera mientras se sintiera segura allí. Subí las escaleras sin agitarme y piqué a la puerta tapando la mirilla con la mano. La puerta se abrió después de unos segundos de espera y la cara de Luka al ver que era yo mereció el paseo.

—Félix tío, ¿qué tal? —preguntó incapaz de ocultar el tono de sorpresa. Mientras me saludaba hizo el amago de ir cerrando la puerta poco a poco. Luka era un cobarde, pero no me tenía miedo a mí. ¿Por qué debería?

        Me adelanté y metí el pie por el marco de la puerta, empujándola para hacerme un hueco y entrar. Él se apartó dejándome pasar, todavía receloso. Yo entré con mucha tranquilidad, caminando hacia la cocina decidido. Una vez allí cogí la cafetera y me serví una taza de café. Disfrutando de la cara de Luka de no enterarse de nada.

—Félix, no es que no aprecie tu compañía ni nada, pero ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás con Mara?

        Hijo de la gran puta.

—Oh, hemos cortado. Pero eso ya lo sabías. ¿No? —cuando fue a abrir la boca para contestar lo corté. —Ahórranos tiempo a los dos y no finjas que no. Supongo que ese fue tu agradecimiento por salvarte la vida.

        Se apoyó en la encimera, en el lado de la cocina opuesto al que estaba ocupando yo y cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva.

— ¿Y qué decías que quieres?

—Siempre pensé que eras un cabrón, ¿sabes? Desde el momento en que te vi por primera vez sabía que había algo mal contigo. Me dabas una mala vibración que no me gustaba un pelo. Pensaba que eres un cabrón, pero eres un mierda.

—Oye si has venido a quejarte de que Mara te haya dejado ahórratelo. Todos sabíamos que iba a pasar. Contigo no tiene ni para empezar.

        Y la presa acorralada empezaba a morder. Así que algo estaba haciendo bien.

—Teniendo en cuenta que si no fuera por mí estarías muerto yo que tú cerraría la puta boca. —anuncié sin levantar el tono. —Te crees que eres un tipo duro. Que puedes hacer lo que te dé la gana y nunca tendrás que afrontar las consecuencias. Pero en realidad solo eres un cobarde. Me mojé por ti. Arriesgué mi propia vida por salvar la tuya. Y tú me lo pagaste corriendo a venderme.

        Dejé de hablar un momento, por si quería decir algo. Esperaba que me mandase callar, que saltase. Que por lo menos intentase defenderse. Pero solo agachó la cabeza. Yo di un trago de café y sonreí de medio lado. Había dado donde dolía.

—Desde este momento tú y yo solo tenemos una cosa en común. Y es que si no fuera por mí, estarías muerto. —dejé la taza en la encimera y me enderecé cuadrado los hombros. —Me debes la vida. Y no pienses ni por un momento que no voy a cobrármela.

        Recogí la mochila que había dejado a mis pies al coger el café y me la puse al hombro echando a andar hacia la puerta.

— ¿Quién cojones eres? —preguntó desde la cocina.

        No me giré, porque no merecía la pena. Y no le contesté, porque no lo sabía.


        Cuando salí de su portal sentía que me había quitado un peso de encima. Mara y yo no estábamos juntos, mis notas seguían siendo bastante tristes y seguía sin tener ni puñetera idea de a qué quería dedicar el resto de mi vida. Pero me sentía extramente bien. Despierto. 

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