Salí corriendo a mi habitación, pasé por encima de Lucas sin
prestar atención a dónde pisaba y con qué tropezaba. Me lancé a mi cama y
recogí mis vaqueros de la noche anterior para sacar el móvil.
Dieciséis llamadas perdidas de Mara. Una de Luka y una de
Javi. Siete mensajes de Whatsapp. La madre que me parió, dieciséis llamadas
perdidas de Mara.
Le di a re-llamada antes que nada y me quedé allí tirado
mirando al techo mientras esperaba no haberlo jodido todo.
— ¿Se puede saber qué
narices te ha pasado? —preguntó la voz de Mara al otro lado de la línea. Y el
tono de voz denotaba claramente enfado, preocupación, ira… Pero aun así a mí me
invadió una ola de tranquilidad. Porque era la voz de Mara.
—Luka tuvo un problema con
un tío, tenía mala pinta, ¿vale? No sé, me dio mala espina y fui a echar un ojo
para comprobar si todo estaba bien. Lo siento, debería haberte llamado. No me
di cuenta. —le solté dudando aún sí decirle cómo se había resuelto todo o no.
—No intento excusarme, pero te debo una explicación.
Hubo un silencio al otro lado de la línea, mientras Mara
dudaba. Y era tan tangible que me sentí como si estuviera esperando una
sentencia judicial. Como si una parte importante de mi vida estuviera siendo
decidida por otros en aquel mismo momento.
—Puedes explicármelo
mientras tomamos café. —decretó al final.
Acordamos la hora y el sitio, y una vez que colgó yo sonreí como un idiota. Lucas se desperezó estirándose en su cama y me tiró una almohada a la cabeza.
—Deja de sonreír como un
enamorado. Me pones enfermo. —gruñó metiendo la cabeza debajo de la almohada
intentando evitar la luz que entraba por la persiana que no habíamos bajado la
noche anterior.
Supongo que la elección de palabras me habría chocado en
aquel momento si mi cerebro no estuviese ya bastante ocupado intentando
procesar que había matado a un tío y que tenía que explicárselo a Mara.
Pero pasó por un filtro extraño en mi cerebro y se fundió con
el resto de información relativamente conocida del día. Tenía hambre, debería
ponerme a estudiar para los finales en algún momento y estaba enamorado de
Mara. Nada nuevo.
Nos levantamos. Mi madre y mi hermana estaban en el salón,
desayunando cereales mientras veían dibujos animados. Saludamos y entramos en
la cocina, donde hice lo más parecido a un desayuno decente que fui capaz de
conseguir en el estado en que estaba.
Desayunamos, Lucas se fue a su casa, yo recogí mi habitación.
Me senté en mi escritorio delante del libro de Filosofía esperando que la
información se me quedase por ciencia infusa y comimos. Me duché, me eché
desodorante tres veces y me vestí.
Mientras iba por la calle la cabeza no dejaba de darme
vueltas. Estaba sudando y no sabía qué hacer con las manos. En momentos como
ese realmente me tentaba la idea de empezar a fumar. No por la pose de malote
ni por el aura de clase que dan los cigarrillos, sino por tener algo que hacer
con las puñeteras manos.
Mara me había dado la dirección de una cafetería en el paseo
marítimo. Era pequeña, las paredes eran de ladrillo visto, en tonos grises, y
estaban llenas de fotografías clásicas en blanco y negro. Había un montón de
pequeñas lámparas esparcidas por el local y las mesas de cristal estaban
rodeadas por sofás de color beige.
Entré y me senté debajo de la foto del marinero besando a la
enfermera y me removí en mi sitio mirando por la ventana. Una camarera con
gafas de pasta y camisa de cuadros se paró delante de mí, enseñándome sus brackets
azules al sonreír.
—Hola, ¿ya sabes lo que quieres?
Tenemos unos tés estupendos.
—Café negro, gracias.
No me molesté en intentar sonreír y parecer un tío educado.
Estaba lo bastante preocupado como para que cualquier intento de sonrisa que
hiciese en ese momento pareciera perturbador. Cuanto menos.
Se fue y me trajo el café, quedándose alrededor más tiempo
del necesario. Saqué el móvil y miré twitter, cargando la pantalla una y otra
vez aunque sabía que no había nada nuevo.
La puerta se abrió haciendo que levantara la cabeza. Mara
llevaba un vestido largo de flores, y bailarinas. Tenía el pelo revuelto, como
si hubiera pasado mala noche y por la mañana estuviera demasiado distraída como
para peinarse.
Me puse de pie y nos quedamos mirándonos en silencio.
Parecíamos desconocidos desincronizados. Todas las tardes que habíamos pasado
en su piso, moviéndonos tentativamente el uno alrededor del otro.
Conociéndonos… Parecían haber desaparecido.
—Yo…
—Siéntate.
Hablamos al mismo tiempo, pisándonos las palabras el uno al
otro. Hablamos aunque ninguno de los dos quería decir nada. Porque en el fondo,
tampoco queríamos que el otro lo dijera.
Se sentó en la silla en frente de mí, sin quitarse la
cazadora vaquera y dejando el bolso en su regazo. La camarera se acercó y Mara
pidió una Coca-Cola antes de que pudiera sugerirle la carta de tés.
— ¿Y bien? —preguntó mirándome a los ojos. Sé
que ya os he dicho lo azules que son sus ojos, pero tengo que deciros lo
tristes que parecían en aquel momento. No eran de color azul, eran del color
que el mar tiene para la viuda de un pescador. Eran los ojos de una persona
acostumbrada a que le quiten cosas, una persona que sabe que le van a quitar
algo.
—Avisé a Eric y seguimos
al tío que había visto discutir con Luka en la fiesta. Cuando llegamos al
puerto estaban forcejeando. El tío sacó una pistola y apuntó a Luka. Eric se
lanzó contra él, él sacó otra pistola…
—Y tú cogiste la primera y
le disparaste. —terminó ella echándose hacia atrás en su silla. La camarera dejó
un vaso con la Coca-Cola de Mara y volvió a marcharse a la barra. Supongo que
mi cara de gilipollas se lo dijo todo, porque siguió hablando sin esperar a que
se lo confirmase. —Luka me llamó hoy por la mañana. Unos cinco minutos después
de que me llamaras tú. Tenía la esperanza de que no me lo hubieses contado y de
que fuera a dejarte por ello.
Tenía los hombros tan tensos que un soplo de viento me habría
hecho pedacitos. Metafóricamente. O no. Estaba la hostia de nervioso.
—Sabía que era un cabrón,
¿sabes? Lo sabía desde el primer momento en que le vi.
Levantó la vista de su Coca-Cola con lentitud y me miró a los
ojos. Y en ese momento no era la Mara que yo conocía. Era al mismo tiempo una
niña asustada y una vieja cansada.
Supongo que lo supe antes de que lo dijera. Pero eso no
aminoró el golpe.
—No voy a dejarte por eso.
—dijo aguantándome la mirada un momento antes de volver a bajarla a las manos
entrelazadas en su regazo.
Y “no voy a dejarte por eso” no significa “no voy a dejarte”.
Y no es que no me hubieran dejado antes, pero es que era Mara. Y que Luka
hubiese tenido razón solo lo empeoraba todo.
—No puedo hacer esto, Félix.
Lo siento. No sabes cuánto lo siento. Pero no puedo hacer esto otra vez.
Se levantó apretando el bolso tan fuerte que sus nudillos
estaban blancos. Cuando levanté la vista, pensando que si era la última vez que
la veía tenía que aprovecharlo, sentí que me moría. Porque quizás no estaba
llorando, pero iba a hacerlo en cuanto me diera la espalda. En el momento en
que dejara de contenerse iba a llorar. Y era culpa mía.
Salió de la cafetería dejándome sentado solo en una mesa
debajo de la fotografía de un marinero besando a una enfermera.
No puedo decir que me quedara en shock y fuera incapaz de
moverme. Me levanté y pagué las bebidas que ninguno de los dos nos habíamos
bebido antes de salir por la puerta y empezar a andar.
Aunque tenía un nudo en la garganta y un dolor difícil de
explicar en el pecho, no estaba en shock. No estaba destrozado. No estaba roto.
No estaba histérico. Probablemente porque habían pasado demasiadas cosas en las
últimas veinticuatro horas y yo todavía no asumía que Mara me había dejado.
Caminé y caminé sin tener ni idea de a dónde iba. Rodeé la
iglesia de la playa y me senté con las piernas colgando por debajo de la
barandilla que evitaba que los peatones se cayeran a las rocas de esa zona de
la playa.
No sé cuánto tiempo estuve allí sentado en silencio. Mirando
al mar y sin pensar realmente en nada. Escuchando su ir y venir y sintiendo que
al mismo tiempo me curaba las heridas y me echaba sal en ellas.
Una mano se posó en mi hombro en algún momento sacándome del
trance. Ya había oscurecido cuando me giré y vi a un agente de policía
mirándome con gesto preocupado. Tenía el pelo rubio y una barriga cervecera que
me hacía dudar bastante de su capacidad de perseguir a un detenido a la fuga.
— ¿Estás bien, chaval?
Me quedé callado. ¿Estaba bien? Físicamente no me pasaba
nada, claro. Siempre había sido propenso a las alergias primaverales y tenía la
tensión baja. ¿Y qué? Pero teniendo en cuenta que si en aquel momento me
hubiera atropellado un coche no me habría importado una mierda, supongo que
bien tampoco estaba.
—Chico, ¿estás drogado?
—Más quisiera. —repliqué
sin tener en cuenta que estaba hablando con un policía que podía interpretar
eso como que habitualmente compraba droga o como una falta de respeto digna de
una noche de calabozo.
Se pasó la mano por el pelo sin quitar el gesto paternal que
estaba a segundos de darme arcadas y volvió a hablar.
—Acabo de terminar el
turno, ¿qué te parece si te acerco a casa?
—Claro.
Me dejó subir en la parte de adelante del coche de policía y
me explicó para que servían todos los botones especiales. Supongo que yo debía
de tener muy mala pinta si un policía de cuarenta años se molestaba en tratarme
como a un niño pequeño.
Cuando llegamos a mi casa el policía, Carlos, me dio una
tarjeta y dijo que si algún día me metía en líos, podía llamarle.
Subí a mi casa y pasé por el salón intentando ignorar el
programa de cotilleos que le estaba fundiendo el cerebro a mi madre. Entré en
mi cuarto, cerré la puerta y me dejé resbalar contra ella hasta llegar al
suelo.
¿No os había dicho que Luka era el principio del fin? Luka
era solo el principio.
No se si es q estas jodidamente mal o eres una gran escritora. Voto por ambas :) besos y sigue asi pequehipster
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