jueves, 26 de diciembre de 2013

Capítulo 31:

        Al tocar fondo solo se puede ir hacia arriba. Para abajo no hay nada. Es hacia arriba sí o sí. Al menos eso es lo que no dejé de repetirme a mí mismo la semana siguiente.

        Llevaba dos años preparándome para este momento. Ansiándolo, imaginándolo, agarrándome a él las noches que tenía que quedarme estudiando hasta las tres de la mañana. Aun así, mi graduación pasó demasiado rápido y de repente me desperté una mañana a dos semanas de la PAU, tres de mi cumpleaños y el mundo patas arriba.

        Hoy reconozco que quizás es simplemente parte de ser adolescente. Levantarte en medio de las ruinas de lo que el día anterior era tu vida y prometerte, mirando tu reflejo de ojos llorosos en el espejo, que esta vez vas a hacerlo bien. Solo para volver a levantarte exactamente igual a la mañana siguiente. Una y otra, y otra vez.

        Yo empezaba a estar harto de las resoluciones vitales que morían a las pocas horas. De que mi mejor intento no fuera bastante. Harto del drama, de los intereses ajenos. Harto de que cada vez que arreglaba algo en mi vida el resto parecía desmontarse automáticamente.

        Tampoco es como si el hecho de que yo estuviese harto cambiase nada.

        Después de hacer cuentas mi madre dejó uno de sus turnos en el trabajo y yo me acostumbré bastante rápido a llegar a una casa con la cena hecha y mi madre ayudando a mi hermana a hacer los deberes.

        Pasé menos tiempo estudiando del que debería. Fue como vivir indeterminadamente en esa semana antes de vacaciones en la que realmente te da igual todo. Suspender, aprobar, entregar o no un trabajo. Solo quería que llegase el verano para poder guardar mis libros en una caja para mi hermana, quemar los apuntes y dejar que se me vaciase la cabeza.

        Los exámenes empezaron un lunes a las doce del mediodía. Así que a las diez y media ya estábamos todos delante del aulario de la universidad, tirados en la hierba histéricos perdidos. Cuando Lucas y yo bajamos del autobús, Carolina estaba sentada en el bordillo de uno de los jardines, fumando mientras repasaba los apuntes de lengua. Estaba despeinada y al lado de la piel oscura de Sandra, que estaba sentada mirando el móvil,  parecía tan blanca como un fantasma. Javi paseaba frenéticamente delante de ella mascando chicle de manera sonora. Había un par más de compañeros de clase sentados alrededor. Repasando, hablando sobre exámenes… Yo me senté delante de Carolina y le quité el cigarrillo, que sin duda me había quitado a mí.

—Félix Ballesteros, si no me devuelves eso ahora mismo…

        Lucas se sentó en el bordillo al lado que no ocupaba Sandra y cogió los apuntes que tenía en el regazo para poder mirarlos él también.

—Caro, tú no fumas.

        Ella se quedó mirándome con expresión de querer arrancarme el cigarrillo de la mano, y de paso el brazo del tirón. Luego parpadeó y volvió a mirar sus apuntes.

—Tienes razón. Quédatelos si quieres, no es como si me hicieran falta. —dijo refiriéndose a los apuntes. Y era un farol para no admitir que estaba histérica, pero en realidad no le hacían falta.

— ¿Asustada, Aguilar?—la piqué dándole una calada.

—Soy un ser emocionalmente inteligente que entiende que el miedo a lo desconocido es normal en el ser humano y que denota percepción del medio e instinto de supervivencia. —lo masculló con una sonrisa tensa, sin apartar la mirada. —De todas formas, yo lo llamaría nervios.

—Lo que sea que te ayude a dormir por la noche.

        Me fulminó con la mirada, pero cuando se giró hacia Lucas y sus apuntes ya no le temblaban las manos y no parecía a punto de arrancarle la cabeza a alguien de un mordisco.

        Cuatro días más tarde, después de pegarme con un número indefinido de tiras de pegatinas, descansos intercambiando cigarrillos con extraños y noches estudiando hasta las tres de la mañana; quedamos todos para ir a la playa por primera vez ese verano.

        Sandra se puso un biquini blanco solo para hacernos parecer yogures recién sacados de la nevera a su lado, en serio no es justo que cuando alguien negro se pasa el año encerrado en casa estudiando no parezca un enfermo terminal. Hacían trampa de alguna forma, aunque Sandra nunca reconociese cómo.

        Carolina y yo nos tumbamos en las toallas y amenazamos con matar a cualquiera que se acercara mientras los demás se iban a tocar los cojones al agua con una pelota de playa. Y hacía sol y un poco de brisa, y acababa de pasar el señor de las cervezas y la vida era buena.

— ¿Qué ha sido de la chica? —preguntó de repente apoyándose en los codos para poder mirarme por encima de sus gafas de sol.

— ¿Cuál? —pregunté confuso. Porque por primera vez en bastante tiempo no había una chica predeterminada a la que fueran dedicados el 80% de mis pensamientos diarios. Y aunque me hiciese sonar como un capucho, se sentía bien.

—La única importante.

        Suspiré y también me apoyé en los codos para incorporarme un poco y poder mirarla a la cara sin ser brutalmente deslumbrado.

—No la he vuelto a ver desde el día de la cafetería. Porque ella no quiere que nos veamos.

—El día de la cafetería —me cortó ella sentándose en la toalla y girándose hacia mí —pensó que estábamos juntos y parecía a punto de ir a echarse a llorar allí en medio. Si algo de lo que me ha contado Lucas sobre ella es verdad, ese no parece mucho su estilo.

—Por Dios, ¿Cuánto tiempo llevabas queriendo hablar de esto? —pregunté riéndome un poco. —Cortó ella, ¿vale? No quiere nada conmigo, y yo respeto su decisión. Y me está empezando a parecer bien. No es la única persona en el mundo. No es un ángel caído del cielo para arreglarme la vida. Es una chica inestable con un montón de problemas emocionales que no quiere resolver y una visión del mundo que asusta más de lo que inspira. ¿Que merece la pena luchar por ella? Por supuesto. ¿Que la quiero? También. Pero ya dejaré de quererla. Con el tiempo.

        Carolina se mordió el labio y apartó la vista de mí girando la cabeza hacia donde nuestros amigos estaban haciéndose aguadillas y chillando.

—Es evidente que ella te quiere. ¿Eso no cuenta para nada?

—No si ella no quiere que cuente.

        Volvió a girarse hacia mí y me dio un puñetazo suave en el hombre.

—No tengo muy claro si estás madurando o tirando la mejor oportunidad de ser feliz que vas a tener en la vida por la borda.

— ¿Cuándo lo decidas me lo cuentas?

        Fingió pensárselo un momento antes de sonreírme y salir corriendo.

—No. Que te den.

        Salí corriendo detrás de ella y la levanté por la cintura dejándola caer donde el agua cubría lo bastante como para que se sumergiese hasta la cabeza.

        Dos semanas después subieron las notas a la página de la universidad y me quedé mirando mi 7,25 como si fuese un monstruo alienígena que no tuviese nada que ver conmigo. Quedé con Melisa para tomar café y ella me enseñó tanto mi expediente académico como los test de aptitud que había hecho.

—Bueno, ¿Qué va a ser, suicida a los cuarenta o tiburón triunfador?

—Creo que voy a matricularme en Derecho.

        Sonrió complacida, porque Ciencias Jurídicas era la primera o segunda recomendación de todos mis test.

— ¿Puedo saber por qué?

—El conocimiento práctico y útil es el único que me gusta. Me tranquiliza saber lo que puedo o no hacer y hasta dónde pueden llegar las consecuencias. Me agrada la idea de poder manipular un hecho para adaptarlo a lo que a mí me dé la gana… No sé, creo que es lo que quiero hacer con mi vida.

—Es una buena carrera para un tiburón. Y si al final te decides por el suicidio a los cuarenta, siempre te queda opositar a funcionario.

—Estaba muy equivocado contigo. Eres una consejera genial y me alegro muchísimo de haberte conocido. Gracias por todas las molestias que te has tomado conmigo.

—Ya bueno, es mi trabajo. —respondió, aunque los dos sabíamos que se había extralimitado una y otra y otra vez —Solo promete que pasarás a verme de vez en cuando y que me llamarás si vuelves a hacer una estupidez catastrófica.

—Tienes mi palabra.

        Me abrazó más fuerte de lo que me había abrazado mi abuela en la vida, me miró a los ojos como si realmente estuviese orgullosa de mí y me arregló la camisa antes de insistir en pagar y marcharnos cada uno por un lado.

        Cuando salí de allí y miré el móvil vi un solo mensaje de Lucas y noté un escalofrío de pánico recorrerme la columna casi de inmediato.

Lucas: voy a decirles que lo dejo. Se acabó.

        Era de hacía dos horas, la última vez que se había conectado al whatsapp. Le llamé tres veces intentando no ponerme absolutamente histérico y perder los nervios. Tenía que pensar con calma. Respirar. Pensar. Respirar…

        Llamé al número de atención al cliente de su compañía telefónica y esperé.

—Hola, sí. Me han robado el móvil y quería saber si era posible activar la función de localización para saber dónde está…. Sí, soy el titular de la línea. —le dije el nombre completo de Lucas y su DNI y esperé 5 eternos minutos bufándole al aire y mirando a mi alrededor intentando no parecer un pirado. — ¿Sí? Muchísimas gracias… Aham, lo tengo, gracias… No, no hace falta que avise a la policía. Primero quiero asegurarme de que no haya sido el idiota de mi hermano… Doce, a esa edad son insoportables, sí… Muchas gracias, que pase un buen día.

        Salí corriendo hacia una parada de taxi mientras le escribía un mensaje a Carolina.

Félix: Lucas me dijo que iba a dejar la banda y ahora no coge el teléfono. Los de la compañía telefónica han localizado el teléfono, es uno de los trasteros que hay al lado  de la biblioteca de la playa. Llámame cuando puedas.

        No había atravesado dos calles cuando me sonó el móvil y su nombre apareció en pantalla. Fruncí el ceño y cambié correr por caminar rápido empujando gente.

— ¿Tú no tienes una audición importantísima o algo? —pregunté mientras descolgaba.

—Empieza en diez minutos. Le he llamado pero a mí también me salta el buzón de voz. ¿Te veo en la entrada de la biblioteca? Estoy subiendo al taxi, en cuatro o cinco minutos estoy ahí.

— ¿Y la audición?

—Puedo hacerla el año que viene. Y de todas formas, mis padres tienen dinero, no es como si necesitase una beca. —Y vale, eso ya lo sabía, pero le vendría bien. Estudiar en París no es lo más barato del mundo. — ¿Puerta cinco minutos?

—Claro.

        Llegamos allí casi al mismo tiempo. Bajamos de los taxis y salimos corriendo hacia el lado derecho del edificio, donde se bajaba a los trasteros que se alquilaban por meses para almacenamiento. La puerta abrió sin llave y antes de que Carolina pudiera echar a correr, le puse una mano en el hombro.

—No hagas ruido, no hables si no es necesario. Vamos a caminar muy despacito y con la espalda pegada a la pared, ¿vale? Los ángulos muertos y las esquinas son tus amigos. Si hay que correr, te quiero agachada y haciendo eses. ¿Entendido?

        Asintió con la cabeza y con los ojos muy abiertos me dejó pasar delante de ella, agarrándome de la mano e intentando no hacer ruido. Al no escuchar el taconeo me fijé en sus bailarinas. Carolina odiaba sentirse bajita. Sacudí la cabeza intentando centrarme y arrimé la puerta a nuestra espalda empezando a caminar por uno de los pasillos llenos de puertas.

        Se oían ruidos amortiguados por el pasillo de la derecha, así que giramos y nos pegamos a una de las puertas de la que parecían salir gruñidos y pasos.

—No tengo ni puta idea de lo que estoy haciendo, vamos a intentar coger a Lucas e irnos de aquí lo más rápido posible. Si algo sale mal quiero que salgas corriendo y llames a la policía. Solo como último recurso, porque Lucas puede acabar jodido. ¿Vale?

—Correr agachada y haciendo eses y llamar a la policía. Lo tengo.

        Sonreí, y pensando en que yo lo único que quería hacer era dejar de meterme en movidas raras donde no me llamaba nadie, abrí la puerta de un tirón.

        Lucas estaba tirado en una esquina en el suelo, le sangraba la nariz y estaba doblado sobre si mismo como si le doliesen las costillas. Había dos tíos a su lado, uno con la pierna a media patada. A la derecha, un tío de unos veintimuchos se sentaba sobre una caja de madera y fumaba con una chica rubia sentada en el regazo.

        Tenía el pelo rizado en lugar de liso como en la fiesta, y no iba tan maquillada. Pero ahora que yo no estaba borracho y sacado de contexto reconocí a Mel enseguida.

—Hostia, Campanilla. Iba a llamarte.



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