sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 32:

        Mel se rio mientras uno de los tíos que había estado pateando a Lucas se giraba apuntándome con una pistola. El otro se apartó de él y nos rodeó saliendo al pasillo con la pistola en alto.  Otro se movió desde la esquina, cerrando la puerta detrás de su compañero y apuntando a Carolina. Yo tuve una vaga sensación de deja vi y un flash del cadáver de Vince en las noticias.

— ¿Quién cojones sois y quién cojones os ha invitado a la fiesta? —preguntó el tío sobre el que había estado sentada Mel hacía un momento levantándose y dirigiéndose hacia nosotros.

—Soy un amigo de un amigo tuyo. —me presenté señalando a Lucas con un movimiento de cabeza —Y quería asegurarme de que todo sale de la mejor manera posible para todos.

        Álex, o así me había dicho Lucas que se llamaba el jefe de su banda, sonrió quitándose el pitillo de la boca y dio un paso hacia mí.

—No soy amigo de traidores. —me echó todo el humo en la cara, y mientras se me irritaban los ojos me esforcé en recordar que darle una hostia solo conseguiría que me matasen.

—Yo tampoco. —le aseguré levantando la cabeza. Porque de perdidos al río, joder.

        Me cogió del cuello y me estampó contra una de las paredes cerrando la mano sobre mi garganta. Apretó hasta que me fue difícil respirar y los ojos se me pusieron aún más llorosos. Yo no me moví, no le pateé, no le di un codazo, no me defendí. Solo vas a conseguir que os maten a los tres. Cálmate y no hagas el gilipollas. Cálmate y piensa antes de hacer las cosas.

—Mira, niñato. No creo que tengas ni idea de dónde te estás metiendo. Ese cabrón de ahí —me dijo señalando a Lucas con un movimiento de cabeza y pegándose a mí hasta que nuestras frentes se tocaron —es material de jodida clase A, ¿me entiendes? Y no voy a renunciar a él porque sí.

— ¿Y por qué renunciarías? —la voz era segura y firme. De Carolina obviamente, porque yo apenas podía respirar, olvídate de hablar. El tío tenía la pistola apoyada en el lado de su cabeza, pero ella solo miraba a Alex con la cara en blanco. No como una niña asustada o alguien que sabe que lleva las de perder. No como yo. Carolina tenía puesta la cara de negocios, y yo me alegré la hostia de que estuviese allí conmigo.

—No lo sé, Barbie. ¿2 kilos de buena coca? —dijo haciendo que Mel y los dos tíos se rieran.

        Yo recordé una de las fiestas de Luka, cuando Eric me contó que estaba metido en todo tipo de negocios sucios, desde tráfico de drogas hasta venta de armas.

—Puedo conseguírtelo. —aseguré, y la presión de mi garganta aminoró considerablemente. Alex me miró a los ojos un segundo antes de llevar el extremo encendido del cigarrillo a mi cuello y apretarlo haciéndome gruñir.

— ¿Vas por ahí con dos kilos de coca en el pantalón, campeón? ¿O es que los tiene Barbie en el bolso?

— ¡Conozco un tío! Puedo conseguirte dos kilos. Y si quieres más, es un contacto seguro. —aseguré entre dientes, haciéndolo lo mejor que podía para mirarle a los ojos y no echarme a llorar. Dolía como una perra.

        Alex se rio soltándome y apartando el cigarrillo de mí y me miró evaluándome. Sus ojos estaban a medio camino entre los de un asesino frío y calculador y un esquizofrénico que estaba viendo una orgía de los Teletubbies en directo. No me dio buen rollo.

— ¿Por qué no? Habéis sido lo bastante gilipollas de venir hasta aquí solos y sin armas. Quizás la próxima vez hasta me hagáis galletitas. —se burló echándose hacia atrás. — Y de todas formas, sé dónde vive nuestro amigo común. Largaos y lleváoslo. Él sabe cómo contactar conmigo. Si el viernes no me habéis llamado me pasaré por su casa.

        Me aparté de él y ayudé a Lucas a levantarse mientras Carolina le agarraba por el otro lado. Uno de los matones nos abrió la puerta y yo le lancé una última mirada a Alex, que había vuelto a llevarse el cigarrillo a la boca y sonreía.

—Mel, cariño. ¿Por qué no les acompañas fuera y te aseguras de que no hagan el idiota?

        Ella se apartó de la pared dónde se había mantenido todo el encuentro y salió detrás de nosotros siguiéndonos por el pasillo en silencio. Nos abrió la puerta de la salida y nos dejó pasar cargando a Lucas para después salir detrás de nosotros y cerrar la puerta detrás.

—Tiene la nariz rota y lo de las costillas no sonó muy bien, aunque no creo que sea una fractura. Probablemente esté escupiendo sangre  un buen rato, pero no le ha saltado ningún diente. Mañana habrá moretones bastante feos, pero nada del daño es permanente o irreversible. —comentó mirándome a mí y la quemadura en el cuello. —Intenta que eso no se te infecte, ¿vale?

— ¿De qué va todo esto? —preguntó Carolina, que ya había sacado un pañuelo de papel y lo estaba apretando contra la nariz de Lucas mientras le echaba la cabeza hacia atrás.

—Estudia medicina. —explicó Lucas apoyándose más en mí.

—Ten cuidado, Campanilla. Creo que lo que hacéis ahí dentro va en contra del juramento hipocrático. —le contesté sonriendo. Era una sonrisa falsa y tensa y si no era bastante evidente por mi nulo interés en ocultarlo, lo era por mi mirada llena de odio. Porque ella había estado allí sentada, riéndose mientras a Lucas le daban una paliza.

—Él sabía dónde se metía cuando decidió unirse. —devolvió mirándome a los ojos. Y a mí se me revolvió el estómago solo de pensar que me había acostado con ella.

— ¿Lo ves como un trabajo de por vida, Mel? Porque lo que le ha pasado a él será lo que te pase a ti cuando quieras apartarte de todo esto. —contestó Carolina sin apartar la vista de Lucas. —Y él por lo menos es bueno en lo que hace, ¿cómo de sustituible eres tú? ¿Qué pasaría si se les va la mano contigo?

        Mel apretó los labios y me miró ignorando a Carolina.

— ¿De verdad puedes a conseguir dos kilos de coca para el viernes, o es un farol? Porque si era un farol no va a ser solo Lucas el que acabe jodido. Su familia y vosotros dos caeréis justo detrás.

— ¿Estás preocupada? Que tierno. Aun así no va a llamarte. —gruñó Carolina, que andaba lanzando mordiscos al aire intentando quitarle a Lucas toda la sangre de la cara.

—Dile a tu jefe que esos dos kilos están a una llamada de teléfono.

—No preguntaba por Alex. No quiero que os pase nada. Lucas es mi amigo. Y tú... bueno.

—Félix, te juro que si no nos vamos de aquí ahora mismo voy a arrancarle la cara a arañazos. —murmuró Carolina entre dientes.

—Sí tío. Tumbarme y tomarme un par de calmantes suena de puta madre para mí. —colaboró Lucas agarrándome del brazo y tirando ligeramente.

—Claro vámonos.

        Mel se giró sin mirarnos y volvió a entrar en el pasillo. Y yo me giré y ayudé a Lucas a llegar hasta un taxi. Una vez en su casa y tras asegurarme de que no había nadie, le tumbamos en la cama y yo intenté mantenerlo despierto mientras Carolina calentaba sopa de pollo.

—Siento haberte metido en esto. —me dijo en voz baja intentando no mover mucho la cabeza. —La he jodido pero bien.

—Eh, tío. Tú solo mandaste un mensaje. El que te rastreó como un perro y decidió jugar a los soldados fui yo. No me quites mérito, ¿eh?

        Carolina volvió a la habitación y obligó a Lucas a tragarse toda la sopa antes de darle los analgésicos y sentarse en el sillón al lado de la cama con cara de no decidirse entre echarse a llorar y romper cosas. Yo asentí con la cabeza desde mi silla al otro lado de la cama y resistí la tentación de ir a ducharme y arrancarme por lo menos dos capas de piel. Solo pensar en las manos de Mel me daba arcadas.

— ¿Cuándo pensabais decirme que estáis saliendo? Vaya, que no es que no sea obvio; pero no estaría mal que mis mejores amigos me contaran esas cosas. —bufé mirando a Carolina. Y realmente era más un intento de distraerme que de reprenderle nada, pero ella pareció entenderlo.

—Nos pareció que tenías otras cosas en la cabeza que eran más… prioritarias. Y que era mejor no decirte nada hasta que supiésemos que iba en serio.

        Yo sonreí inclinándome hacia delante en la silla y ella frunció el ceño.

—Entonces, ¿vais en serio?

—Dios, Ballesteros. Cállate. ¿Por qué no solucionas tu vida amorosa antes de meterte en la mía? —me gruñó tirándome uno de los cojines que habíamos tirado de la cama al suelo.

—Madre de Dios. ¿Vida amorosa? ¿Tú hablando de amor? Oh, Caro. ¡Tienes sentimientos! —exclamé levantándome para seguir tocándole los huevos. Lucas gruñó en la cama por el ruido, pero estaba medio dormido. —Abrázame. ¿Quieres que nos pintemos las uñas y hablemos de cómo te sientes? Oh, no, no. Espera. ¿Necesitas expresarlo artísticamente? ¿Que todo el mundo sepa lo feliz que eres y lo rosa que ves el mundo? Eso te gustaría, ¿verdad?

—Félix, si no te callas ahora mismo voy a pegarte y no será bonito.

        No lo decía en serio. Probablemente. Pero de todas formas yo tenía una llamada que hacer y dos kilos de cocaína que conseguir. Así que le di un beso en la frente, me despedí de Lucas y me fui. Preguntándome exactamente cuánto me iba a costar cobrarme el favor que me debía Luka.

        La respuesta, por supuesto, vino cuando pasé por delante de uno de los grafitis que habíamos hecho para Mara.

“He visto tus días buenos y tus días malos. Y escojo ambos.”
Cronicasdelhumo.com

        Ya, bueno. Ella no los escogió ambos. Pensé sacando el móvil del bolsillo y seleccionando su contacto. Contestó al tercer pitido, y no sonó para nada como si todo lo que alguna vez hubiese habido entre nosotros estuviese roto y cortase.

— ¿Félix? Dime.

— ¿Te apetece tomar un café? Vaya, voy a pedirte un favor, e invitarte a un café me parece el mínimo de educación. —avisé. Parado en medio de la calle como un absoluto idiota. Una chica pasó a mi lado en bici y me insultó cuando tuvo que hacer un giro brusco para apartarse.

        Al otro lado de la línea Mara se rio, y por un segundo yo pude olvidar por qué estaba haciendo esa llamada.

—Me alegra saber que no estás perdiendo las maneras, Félix. ¿Hora y sitio?

— ¿Te funciona dentro de media hora en la cafetería de las fotos sobrevaloradas?

        Ella volvió a reírse y a mí se me encogió el corazón pensando en que daba igual el tiempo que hubiera pasado, haría lo que fuera por hacerla reír.

—Funciona para mí. Te veo allí.

        Colgué al instante, porque Mara siempre se quedaba unos segundos al teléfono después de despedirse. Por si la otra persona quería decir algo. Y escucharla respirar sabiendo que todavía podía hacerla reír parecía saltar de un precipicio al que no me había dado cuenta de que estaba asomado.

        Caminé hasta allí con un nudo en el estómago que se parecía peligrosamente a la sensación de haber comido algo en mal estado y estar teniendo un ataque de pánico en medio de un examen que tuve antes de nuestra primera cita.

        No. No vallas por ahí. No.

        La cafetería estaba más llena que de costumbre, y al abrir la puerta me llegó el olor a café recién hecho y el sonido de una canción de Vitamin String Quartet. Mara estaba sentada en un sofá hacia el lado izquierdo, cerca del ventanal pero sin estar pegada, lo bastante alejada de las demás mesas ocupadas como para que nadie fuese a escuchar nuestra conversación.

        En cuanto me vio se puso de pie sonriendo y al acercarme se estiró para darme un beso en cada mejilla. Y yo contuve las ganas de girar la cabeza y comerle la boca allí en medio porque de algún modo todavía me quedaba algo de decencia humana. No. Podía haber matado y chantajeado. Podía ser un mal hijo, un mal hermano y un mal amigo. Pero no iba a pedirle una segunda oportunidad a una chica que ni siquiera creía en las primeras.

—Te he pedido café solo, porque en realidad eres un viejo gruñón de ochenta años que no toma azúcar porque se le caerían los dientes. —me comentó volviendo a sentarse y dándole un sorbo a su batido de fresa.

—Joder, Mara. Yo también te echaba de menos.

        Sonrió detrás del vasito de plástico de su batido. Una de esas sonrisas que salían torcidas porque había hecho el esfuerzo consciente de no sonreír pero no le había funcionado.

        Pero cuando me miró a los ojos se puso seria y carraspeó un par de veces. Para aclararse la garganta o ganar tiempo, no lo sé.

—Bueno, ¿qué querías pedirme?

        Racionalmente sé que no debería haberme sentido como si me tirasen un cubo de agua helada por encima. Porque yo sabía que esto no era una cita. Que ella no quería volver. Que si estaba ahí era porque algo dentro de ella creía que me debía algo.

—Necesito un favor de Luka. Y aunque moralmente sea innegable que me lo deba; intuyo que si se lo pido por mi cuenta va a mandarme a la mierda.

Dudé si decirle qué favor en concreto. Porque no quería que se enterase en qué movidas me había metido. No quería confirmarle que había hecho bien alejándose de mí. Pero la posibilidad de que se lo contase Luka, otra vez, era demasiado probable. Así que terminé por contárselo por encima. Omitiendo amenazas de muerte, polvos con estudiantes de medicina psicóticas y las jodiendas extrañas de mi familia.

        Mara no se levantó y se fue, como subconscientemente había estado temiendo que hiciese durante toda la historia. No me miró con espanto. No me dijo que era gilipollas. Simplemente sacó el móvil, marcó un número y cuando se lo cogieron ladró un par de frases en serbio.

        Cuando la otra persona contestó, puso cara de disgusto y me pasó el teléfono con brusquedad. Yo me lo llevé a la oreja y esperé.

—No sé quién cojones te crees que eres. Pero te aseguro que si no fuera por ella no te daría una mierda. Me da igual lo que creas que te debo. —me gruñó Luka al otro lado de la línea. Cuando se cabreaba el acento se le hacía más fuerte y lo impregnaba todo.

— ¿Has recuperado las pelotas, Luka? Porque la última vez que nos vimos no parecías tener demasiadas. —le contesté. Y Mara abrió los ojos mirándome sorprendida. Y yo, que soy anormal, me crecí. —Estaban debajo del sofá, ¿verdad? Siempre es donde no se te ocurre mirar.

—Pásate mañana por mi apartamento y te doy los dos kilos. Si te pillan yo no he tenido nada que ver. Si se te ocurre dar un chivatazo me encargaré de que te den la paliza de tu vida.

— ¿Cómo se me iba a ocurrir tal cosa? —pregunté fingiendo estar desconcertado. —No soy tú. No necesito arruinar las vidas de los demás para reafirmarme en mi propia mierda. —Luka fue a contestar, pero lo corté antes de que el intercambio de insultos pudiera seguir creciendo. Más que nada, porque Mara estaba pagando la llamada. —14:00. Procura estar en casa.

        Colgué y le devolví el móvil a Mara, que lo guardó sin mirarlo siquiera. En su lugar me miró a mí. Y cuando yo levanté la vista de mi regazo, que había estado fulminando intentando retrasar la conversación, me cogió de la mano y me dio un ligero apretón.


        No era una confesión de amor innegable y eterno, ni un beso de película ni sexo de reconciliación. Pero estaba ahí y era más de lo que yo me habrá atrevido a pedirle.

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