Mel se rio mientras uno de los tíos que había estado pateando
a Lucas se giraba apuntándome con una pistola. El otro se apartó de él y nos
rodeó saliendo al pasillo con la pistola en alto. Otro se movió desde la esquina, cerrando la
puerta detrás de su compañero y apuntando a Carolina. Yo tuve una vaga
sensación de deja vi y un flash del cadáver de Vince en las noticias.
— ¿Quién cojones sois y
quién cojones os ha invitado a la fiesta? —preguntó el tío sobre el que había
estado sentada Mel hacía un momento levantándose y dirigiéndose hacia nosotros.
—Soy un amigo de un amigo
tuyo. —me presenté señalando a Lucas con un movimiento de cabeza —Y quería
asegurarme de que todo sale de la mejor manera posible para todos.
Álex, o así me había dicho Lucas que se llamaba el jefe de su
banda, sonrió quitándose el pitillo de la boca y dio un paso hacia mí.
—No soy amigo de
traidores. —me echó todo el humo en la cara, y mientras se me irritaban los
ojos me esforcé en recordar que darle una hostia solo conseguiría que me
matasen.
—Yo tampoco. —le aseguré
levantando la cabeza. Porque de perdidos al río, joder.
Me cogió del cuello y me estampó contra una de las paredes
cerrando la mano sobre mi garganta. Apretó hasta que me fue difícil respirar y
los ojos se me pusieron aún más llorosos. Yo no me moví, no le pateé, no le di
un codazo, no me defendí. Solo vas a
conseguir que os maten a los tres. Cálmate y no hagas el gilipollas. Cálmate y
piensa antes de hacer las cosas.
—Mira, niñato. No creo que
tengas ni idea de dónde te estás metiendo. Ese cabrón de ahí —me dijo señalando
a Lucas con un movimiento de cabeza y pegándose a mí hasta que nuestras frentes
se tocaron —es material de jodida clase A, ¿me entiendes? Y no voy a renunciar
a él porque sí.
— ¿Y por qué renunciarías?
—la voz era segura y firme. De Carolina obviamente, porque yo apenas podía
respirar, olvídate de hablar. El tío tenía la pistola apoyada en el lado de su
cabeza, pero ella solo miraba a Alex con la cara en blanco. No como una niña
asustada o alguien que sabe que lleva las de perder. No como yo. Carolina tenía
puesta la cara de negocios, y yo me alegré la hostia de que estuviese allí
conmigo.
—No lo sé, Barbie. ¿2
kilos de buena coca? —dijo haciendo que Mel y los dos tíos se rieran.
Yo recordé una de las fiestas de Luka, cuando Eric me contó
que estaba metido en todo tipo de negocios sucios, desde tráfico de drogas
hasta venta de armas.
—Puedo conseguírtelo.
—aseguré, y la presión de mi garganta aminoró considerablemente. Alex me miró a
los ojos un segundo antes de llevar el extremo encendido del cigarrillo a mi
cuello y apretarlo haciéndome gruñir.
— ¿Vas por ahí con dos
kilos de coca en el pantalón, campeón? ¿O es que los tiene Barbie en el bolso?
— ¡Conozco un tío! Puedo
conseguirte dos kilos. Y si quieres más, es un contacto seguro. —aseguré entre
dientes, haciéndolo lo mejor que podía para mirarle a los ojos y no echarme a
llorar. Dolía como una perra.
Alex se rio soltándome y apartando el cigarrillo de mí y me
miró evaluándome. Sus ojos estaban a medio camino entre los de un asesino frío
y calculador y un esquizofrénico que estaba viendo una orgía de los Teletubbies
en directo. No me dio buen rollo.
— ¿Por qué no? Habéis sido
lo bastante gilipollas de venir hasta aquí solos y sin armas. Quizás la próxima
vez hasta me hagáis galletitas. —se burló echándose hacia atrás. — Y de todas
formas, sé dónde vive nuestro amigo común. Largaos y lleváoslo. Él sabe cómo
contactar conmigo. Si el viernes no me habéis llamado me pasaré por su casa.
Me aparté de él y ayudé a Lucas a levantarse mientras
Carolina le agarraba por el otro lado. Uno de los matones nos abrió la puerta y
yo le lancé una última mirada a Alex, que había vuelto a llevarse el cigarrillo
a la boca y sonreía.
—Mel, cariño. ¿Por qué no
les acompañas fuera y te aseguras de que no hagan el idiota?
Ella se apartó de la pared dónde se había mantenido todo el
encuentro y salió detrás de nosotros siguiéndonos por el pasillo en silencio.
Nos abrió la puerta de la salida y nos dejó pasar cargando a Lucas para después
salir detrás de nosotros y cerrar la puerta detrás.
—Tiene la nariz rota y lo
de las costillas no sonó muy bien, aunque no creo que sea una fractura. Probablemente
esté escupiendo sangre un buen rato,
pero no le ha saltado ningún diente. Mañana habrá moretones bastante feos, pero
nada del daño es permanente o irreversible. —comentó mirándome a mí y la
quemadura en el cuello. —Intenta que eso no se te infecte, ¿vale?
— ¿De qué va todo esto?
—preguntó Carolina, que ya había sacado un pañuelo de papel y lo estaba
apretando contra la nariz de Lucas mientras le echaba la cabeza hacia atrás.
—Estudia medicina.
—explicó Lucas apoyándose más en mí.
—Ten cuidado, Campanilla.
Creo que lo que hacéis ahí dentro va en contra del juramento hipocrático. —le
contesté sonriendo. Era una sonrisa falsa y tensa y si no era bastante evidente
por mi nulo interés en ocultarlo, lo era por mi mirada llena de odio. Porque
ella había estado allí sentada, riéndose mientras a Lucas le daban una paliza.
—Él sabía dónde se metía
cuando decidió unirse. —devolvió mirándome a los ojos. Y a mí se me revolvió el
estómago solo de pensar que me había acostado con ella.
— ¿Lo ves como un trabajo
de por vida, Mel? Porque lo que le ha pasado a él será lo que te pase a ti
cuando quieras apartarte de todo esto. —contestó Carolina sin apartar la vista
de Lucas. —Y él por lo menos es bueno en lo que hace, ¿cómo de sustituible eres
tú? ¿Qué pasaría si se les va la mano contigo?
Mel apretó los labios y me miró ignorando a Carolina.
— ¿De verdad puedes a
conseguir dos kilos de coca para el viernes, o es un farol? Porque si era un
farol no va a ser solo Lucas el que acabe jodido. Su familia y vosotros dos
caeréis justo detrás.
— ¿Estás preocupada? Que
tierno. Aun así no va a llamarte. —gruñó Carolina, que andaba lanzando
mordiscos al aire intentando quitarle a Lucas toda la sangre de la cara.
—Dile a tu jefe que esos
dos kilos están a una llamada de teléfono.
—No preguntaba por Alex.
No quiero que os pase nada. Lucas es mi amigo. Y tú... bueno.
—Félix, te juro que si no
nos vamos de aquí ahora mismo voy a arrancarle la cara a arañazos. —murmuró
Carolina entre dientes.
—Sí tío. Tumbarme y
tomarme un par de calmantes suena de puta madre para mí. —colaboró Lucas
agarrándome del brazo y tirando ligeramente.
—Claro vámonos.
Mel se giró sin mirarnos y volvió a entrar en el pasillo. Y
yo me giré y ayudé a Lucas a llegar hasta un taxi. Una vez en su casa y tras
asegurarme de que no había nadie, le tumbamos en la cama y yo intenté
mantenerlo despierto mientras Carolina calentaba sopa de pollo.
—Siento haberte metido en
esto. —me dijo en voz baja intentando no mover mucho la cabeza. —La he jodido
pero bien.
—Eh, tío. Tú solo mandaste
un mensaje. El que te rastreó como un perro y decidió jugar a los soldados fui
yo. No me quites mérito, ¿eh?
Carolina volvió a la habitación y obligó a Lucas a tragarse
toda la sopa antes de darle los analgésicos y sentarse en el sillón al lado de
la cama con cara de no decidirse entre echarse a llorar y romper cosas. Yo
asentí con la cabeza desde mi silla al otro lado de la cama y resistí la
tentación de ir a ducharme y arrancarme por lo menos dos capas de piel. Solo
pensar en las manos de Mel me daba arcadas.
— ¿Cuándo pensabais
decirme que estáis saliendo? Vaya, que no es que no sea obvio; pero no estaría
mal que mis mejores amigos me contaran esas cosas. —bufé mirando a Carolina. Y
realmente era más un intento de distraerme que de reprenderle nada, pero ella
pareció entenderlo.
—Nos pareció que tenías
otras cosas en la cabeza que eran más… prioritarias. Y que era mejor no decirte
nada hasta que supiésemos que iba en serio.
Yo sonreí inclinándome hacia delante en la silla y ella
frunció el ceño.
—Entonces, ¿vais en serio?
—Dios, Ballesteros.
Cállate. ¿Por qué no solucionas tu vida amorosa antes de meterte en la mía? —me
gruñó tirándome uno de los cojines que habíamos tirado de la cama al suelo.
—Madre de Dios. ¿Vida
amorosa? ¿Tú hablando de amor? Oh, Caro. ¡Tienes sentimientos! —exclamé
levantándome para seguir tocándole los huevos. Lucas gruñó en la cama por el
ruido, pero estaba medio dormido. —Abrázame. ¿Quieres que nos pintemos las uñas
y hablemos de cómo te sientes? Oh, no, no. Espera. ¿Necesitas expresarlo artísticamente?
¿Que todo el mundo sepa lo feliz que eres y lo rosa que ves el mundo? Eso te
gustaría, ¿verdad?
—Félix, si no te callas
ahora mismo voy a pegarte y no será bonito.
No lo decía en serio. Probablemente. Pero de todas formas yo
tenía una llamada que hacer y dos kilos de cocaína que conseguir. Así que le di
un beso en la frente, me despedí de Lucas y me fui. Preguntándome exactamente
cuánto me iba a costar cobrarme el favor que me debía Luka.
La respuesta, por supuesto, vino cuando pasé por delante de
uno de los grafitis que habíamos hecho para Mara.
“He
visto tus días buenos y tus días malos. Y escojo ambos.”
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Ya, bueno. Ella no los escogió ambos. Pensé sacando el móvil
del bolsillo y seleccionando su contacto. Contestó al tercer pitido, y no sonó
para nada como si todo lo que alguna vez hubiese habido entre nosotros
estuviese roto y cortase.
— ¿Félix? Dime.
— ¿Te apetece tomar un
café? Vaya, voy a pedirte un favor, e invitarte a un café me parece el mínimo
de educación. —avisé. Parado en medio de la calle como un absoluto idiota. Una
chica pasó a mi lado en bici y me insultó cuando tuvo que hacer un giro brusco
para apartarse.
Al otro lado de la línea Mara se rio, y por un segundo yo
pude olvidar por qué estaba haciendo esa llamada.
—Me alegra saber que no
estás perdiendo las maneras, Félix. ¿Hora y sitio?
— ¿Te funciona dentro de
media hora en la cafetería de las fotos sobrevaloradas?
Ella volvió a reírse y a mí se me encogió el corazón pensando
en que daba igual el tiempo que hubiera pasado, haría lo que fuera por hacerla
reír.
—Funciona para mí. Te veo
allí.
Colgué al instante, porque Mara siempre se quedaba unos
segundos al teléfono después de despedirse. Por si la otra persona quería decir
algo. Y escucharla respirar sabiendo que todavía podía hacerla reír parecía
saltar de un precipicio al que no me había dado cuenta de que estaba asomado.
Caminé hasta allí con un nudo en el estómago que se parecía
peligrosamente a la sensación de haber comido algo en mal estado y estar
teniendo un ataque de pánico en medio de un examen que tuve antes de nuestra
primera cita.
No. No vallas por ahí.
No.
La cafetería estaba más llena que de costumbre, y al abrir la
puerta me llegó el olor a café recién hecho y el sonido de una canción de
Vitamin String Quartet. Mara estaba sentada en un sofá hacia el lado izquierdo,
cerca del ventanal pero sin estar pegada, lo bastante alejada de las demás
mesas ocupadas como para que nadie fuese a escuchar nuestra conversación.
En cuanto me vio se puso de pie sonriendo y al acercarme se
estiró para darme un beso en cada mejilla. Y yo contuve las ganas de girar la
cabeza y comerle la boca allí en medio porque de algún modo todavía me quedaba
algo de decencia humana. No. Podía haber matado y chantajeado. Podía ser un mal
hijo, un mal hermano y un mal amigo. Pero no iba a pedirle una segunda
oportunidad a una chica que ni siquiera creía en las primeras.
—Te he pedido café solo,
porque en realidad eres un viejo gruñón de ochenta años que no toma azúcar
porque se le caerían los dientes. —me comentó volviendo a sentarse y dándole un
sorbo a su batido de fresa.
—Joder, Mara. Yo también
te echaba de menos.
Sonrió detrás del vasito de plástico de su batido. Una de
esas sonrisas que salían torcidas porque había hecho el esfuerzo consciente de
no sonreír pero no le había funcionado.
Pero cuando me miró a los ojos se puso seria y carraspeó un
par de veces. Para aclararse la garganta o ganar tiempo, no lo sé.
—Bueno, ¿qué querías
pedirme?
Racionalmente sé que no debería haberme sentido como si me
tirasen un cubo de agua helada por encima. Porque yo sabía que esto no era una
cita. Que ella no quería volver. Que si estaba ahí era porque algo dentro de
ella creía que me debía algo.
—Necesito un favor de
Luka. Y aunque moralmente sea innegable que me lo deba; intuyo que si se lo
pido por mi cuenta va a mandarme a la mierda.
Dudé
si decirle qué favor en concreto. Porque no quería que se enterase en qué
movidas me había metido. No quería confirmarle que había hecho bien alejándose
de mí. Pero la posibilidad de que se lo contase Luka, otra vez, era demasiado
probable. Así que terminé por contárselo por encima. Omitiendo amenazas de
muerte, polvos con estudiantes de medicina psicóticas y las jodiendas extrañas
de mi familia.
Mara no se levantó y se fue, como subconscientemente había
estado temiendo que hiciese durante toda la historia. No me miró con espanto.
No me dijo que era gilipollas. Simplemente sacó el móvil, marcó un número y
cuando se lo cogieron ladró un par de frases en serbio.
Cuando la otra persona contestó, puso cara de disgusto y me
pasó el teléfono con brusquedad. Yo me lo llevé a la oreja y esperé.
—No sé quién cojones te
crees que eres. Pero te aseguro que si no fuera por ella no te daría una
mierda. Me da igual lo que creas que te debo. —me gruñó Luka al otro lado de la
línea. Cuando se cabreaba el acento se le hacía más fuerte y lo impregnaba
todo.
— ¿Has recuperado las
pelotas, Luka? Porque la última vez que nos vimos no parecías tener demasiadas.
—le contesté. Y Mara abrió los ojos mirándome sorprendida. Y yo, que soy
anormal, me crecí. —Estaban debajo del sofá, ¿verdad? Siempre es donde no se te
ocurre mirar.
—Pásate mañana por mi apartamento
y te doy los dos kilos. Si te pillan yo no he tenido nada que ver. Si se te
ocurre dar un chivatazo me encargaré de que te den la paliza de tu vida.
— ¿Cómo se me iba a
ocurrir tal cosa? —pregunté fingiendo estar desconcertado. —No soy tú. No
necesito arruinar las vidas de los demás para reafirmarme en mi propia mierda.
—Luka fue a contestar, pero lo corté antes de que el intercambio de insultos
pudiera seguir creciendo. Más que nada, porque Mara estaba pagando la llamada.
—14:00. Procura estar en casa.
Colgué y le devolví el móvil a Mara, que lo guardó sin
mirarlo siquiera. En su lugar me miró a mí. Y cuando yo levanté la vista de mi
regazo, que había estado fulminando intentando retrasar la conversación, me
cogió de la mano y me dio un ligero apretón.
No era una confesión de amor innegable y eterno, ni un beso
de película ni sexo de reconciliación. Pero estaba ahí y era más de lo que yo
me habrá atrevido a pedirle.
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