El día que la conocí supe que no olvidaría jamás a Teresa
Reyes. No solo porque le hubiese salvado la vida a Mara en determinado momento.
Si no porque solucionó la mía de manera tan simple que me hizo sentir estúpido.
Mara me había llevado hasta la cervecería en la que ella
trabajaba. Porque ahora estábamos haciendo algo parecido a salir juntos. Porque
no es que yo hubiese salido con mucha gente, tres o cuatro chicas del
instituto… pero por la manera en la que me besaba, ella a mí, podría decirse
que era una relación. Aunque no hubiésemos aclarado ese punto. Quizás yo no lo
había aclarado porque me aterrorizaba que ella dijera que no, no es el tema.
Teresa tenía la melena pelirroja, larga y rizada. La piel
casi tan blanca como la de Mara. Sus ojos miraban alrededor desafiantes, con un
toque de diversión acerca de una broma que solo ella entendía. Al parecer sus
padres habían muerto cuando ella tenía 17, en un atraco a un banco, y desde
entonces ella vivía por su cuenta. Cantaba ópera en el coro de la catedral y bebía
tequila como deporte.
A Mara se le iluminaban los ojos cuando hablaba de Teresa.
Brillaban de orgullo. Porque Teresa era algo genial, y era amiga suya. Como
quien exhibe las notas de su hijo.
Íbamos por la segunda cerveza cuando Mara se fue un momento
al baño. Teresa me dirigió una mirada calculadora antes de agarrarme por el
cuello de la camiseta y hacerme inclinarme hasta su altura.
—Te voy a hacer un favor
porque se ve que eres un pringado que la quiere. Y porque lleva semanas hablándome
de ti y puede, y solo puede, que de verdad pueda salir algo con sentido de todo
este embrollo. —aseguró sin rastro del tono amigable que había usado desde que
llegamos.
Yo asentí con la cabeza notando como el calor me subía a las
mejillas.
—Desde que estáis aquí te
ha llamado príncipe azul tres veces. Eso es malo. Los príncipes azules son para
ella unos salidos que solo quieren acostarse con ella y dejarla tirada para
irse a buscar una princesa. Así que no sé qué estás haciendo… pero lo estás
haciendo mal. Si te devuelve los besos cuando la besas es porque ya ha aceptado
que solo vas a ser algo físico. Se acostará contigo y no volverás a verla. Y tú
no quieres eso, ¿Verdad Félix?
Me apresuré a negar con la cabeza. Aunque lo hubiese querido
no habría tenido el valor de decirlo con la única amiga de Mara mirándome como
si fuese a arrancarme la piel y a tirarme en un cubo de sal.
—Retrocede. Compórtate
como un amigo hasta que se te ocurra algo lo suficientemente “especial” y único
como para que se crea que la quieres. Pero ten en cuenta, que si la jodes más
de lo que ya está, cuando tienes un bar conoces a un montón de tipos dispuestos
a darle una paliza a un pipiolo por dinero.
Mara llegó del baño y Teresa se deshizo en una risa tonta
dándome un golpe en el hombro. Y el ambiente volvió a distenderse. Casi fue
como si no me hubiese amenazado hacía unos minutos. Casi.
No puedo negar que fuera efectivo, y aunque aquel día no
dejase de temblar cada vez que alguien pasaba demasiado cerca de mi espalda,
hoy no podría estar más agradecido. Hice lo que me dijo. Cuando Mara se inclinó
para darme un beso de despedida esa noche, yo giré la cara para que me lo diera
en la mejilla. Y ella frunció el ceño un segundo antes de sonreír.
Creo que esa fue la primera sonrisa de verdad que le vi. Y
eso me hizo sentir alegre y terriblemente triste a la vez.
—Me alegro mucho de que
seas mi amiga. —me despedí dándole un beso en la mejilla también antes de
girarme para llamar al ascensor.
Su voz tardó un poco. Llegó hasta mi cuando estaba cerrándose
la puerta del ascensor.
—Gracias, Félix.
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