lunes, 28 de enero de 2013

Capítulo 10:


        Sé que esto dice muy poco de mí, pero no recuerdo la película que fuimos a ver. Soy incapaz de recordar nada sobre la maldita película. Recuerdo que Mara llevaba el pelo recogido en una trenza de lado y un vestido azul. Recuerdo que su coche era negro y que cuando me subí me sentí como si estuviésemos huyendo de la policía. Quizás porque conduce como si estuviera en medio de una persecución.

        La recuerdo a ella y recuerdo lo que me hizo sentir, y con eso va a tener que ser bastante.

        El recepcionista del restaurante donde fuimos a cenar puso cara de querer matarme al verme en vaqueros y converse. Pero Mara le sonrió y él no dijo nada, así que yo procuré hacerme lo más pequeño que pude y desaparecer de camino a la mesa.

—Tengo la sensación de que no te conozco. —comenté paseando la vista por la carta. Ella se rió, y cuando me miró sus ojos también sonreían.

—Bueno, me llamo Mara, tengo 19 años, estudio psicología… Mi madre era drogadicta, siempre he querido tener un gato y me encanta “Hora de Aventuras”. No hay mucho que decir.

— ¿Te parece poco?

—No es interesante. —resolvió con simpleza cerrando su carta y dejándola sobre la mesa.

—Si tu vida fuera un libro yo lo compraría. —continué, sin saber muy bien por qué no cerraba la boca y dejaba de humillarme.

—Claro que lo comprarías. Quieres acostarte conmigo. Tú pasarías las páginas en busca de alguna escena de pasión sórdida y desenfrenada.

        La miré mal por encima de la carta, que todavía no había conseguido leer. Porque ella tenía toda la razón del mundo y si me paraba a pensarlo sabía que me pondría rojo.

—También apreciaría tu poesía. Y tus puntos y tus comas. Porque los libros van de eso. De cada punto y coma.

        Esa fue la primera vez que la vi genuinamente sorprendida. La primera vez que conseguí impresionarla. Abrió los ojos un poco más de lo normal durante un instante y me miró como si no me hubiese visto nunca.

—Yo también me leería tu poesía.

        El camarero vino y tomó nota. Y mientras yo intentaba dejar de sonreír como un idiota, Mara pidió vino para los dos.

—Quien no sabe nada de ti soy yo. Podrías ser un psicópata y querer vender mi riñón en el mercado negro.

—Con la marcha que les das, tus riñones no los compran ni en el mercadillo.

—Cuéntame algo de ti que no sepa. —exigió ella.

        Nunca se me ha ocurrido que haya nada interesante en mí. Primero intenté pensar en algo que la impresionara, luego en algo que me hiciese diferente… finalmente me rendí.

—Soy alérgico al marisco. Me encantan los Beatles. Intenté aprender a tocar la guitarra pero soy un inútil rematado… Te toca.

—A los 16 años adopté un gato callejero. Se colaba en la ventana del cuarto que tenía encima del bar donde trabajaba. Siempre traía pulseras, collares… le gustaban las cosas brillantes.

— ¿Cómo se llamaba? —pregunté, esperando obtener más información sobre ella que sobre el gato.

        Me miró extrañada, como si acabara de preguntar algo muy obvio.

— ¿Y yo qué sé? No era mi gato.

        Me eché a reír. Durante un momento me dio igual que pensase que me reía de ella o que estaba loco. Porque esas eran las pequeñas cosas que me gustaban de ella. Que cualquier otra persona le habría puesto nombre al gato, o no. Pero no se habría parado a pensar en si tenía o no derecho a ponérselo.

        Y con cada gesto me apetecía más conocer cada detalle suyo. Quería saber cómo tenía el pelo al levantarse por la mañana, si era más de ducha rápida o de baño largo, si prefería la pizza o el kebab. Quería saber cuáles eran sus flores favoritas, y qué música escuchaba. Y quería que ella quisiese saber todas esas cosas de mí.

        Me miró negando con la cabeza unos segundos antes de echarse a reír también. Cuando la miré, levantando una ceja inquisitiva me cogió de la mano.

—Empiezo a pensar que estás peor de la cabeza que yo.

        Me soltó la mano tan rápido como me la había cogido y no volvió a cogerla en toda la noche. Lo cual no importaba, porque éramos amigos y eso estaba bien.

        Vale, eso no estaba bien. Nada bien. Pero hasta que a ella no le pareciese la idea más horrible del planeta, yo fingiría muy convencido que era la mejor.

        Ella no me avisó de que nada hubiese cambiado, pero su mirada era menos fría, se reía mucho más y parecía que realmente no quisiese estar en ningún otro sitio más de lo que quería estar allí, cenando conmigo. Fue como pasar de nivel, solo que sin el aviso de la consola y la cancioncilla de victoria.

        Mientras cenábamos continuamos con aquel intercambio. No sé siquiera si podría llamarse conversación. “Me dan miedo los payasos.” “Siempre sacaba dieces en clase de matemáticas.” “Odio la música pop.”

        Me miró como si acabase de aterrizar en mi platillo espacial y tuviese antenas. No recuerdo en qué momento nos habían traído la comida, pero dejó los cubiertos en el plato y se cruzó de brazos.

—No puede no gustarte la música pop. —declaró. Como quien asegura que el agua hierve a 100 grados. Condicional cero.

—No me gusta. Me gusta el rock, algo de jazz, reggae, rap… pero el pop no es lo mío.

—Eso es porque no lo has escuchado BIEN. —me aseguró

—No creo que escuchar una canción con una letra comercial que echan a todas horas por la radio sea muy difícil. —contesté ofendido.

        Mara sonrió de medio lado, con superioridad. Me miró como si entendiese un chiste que yo no entendía. Exactamente igual que Teresa.

—Ah. Ese pop. —reconoció con cierto rintintín.

— ¿Hay otro?

—Eres un ignorante. —estableció con simpleza. — ¿Tienes algo que hacer mañana?

—Iba a quedar con Lucas.

—A las 5 en mi casa. Teresa viene a jugar a la play a las 9:30. Call of Duty, Resident Evil, algo de GTA… Tu amigo puede llegar a esa hora si quiere.

         Y no me había dado cuenta de que pudiese ser aún más perfecta. Pero no pensaba quejarme. 

2 comentarios:

  1. jo yo quiero una chica asi
    jum

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  2. me he leido los diez capítulos de una tacada.
    me gusta tu relato.
    sigue.

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