Se lo comenté a Lucas a la mañana siguiente, cuando los dos
estábamos pintando otra de las frases en una pared del centro. Primero me dio una
colleja gruñéndome “¡Los Beatles, mamón!”.
Hicimos la foto y él se puso a subirla en el blog mientras yo
intentaba quitarme la puñetera pintura de las manos. Él quedó de pasarse a las
9:30 llevando cerveza y yo me largué a casa a estudiar para mi examen de
historia del lunes.
Me duché y me cambié 3 veces la camisa. Me puse colonia, loción
para después del afeitado y todas las movidas que se me ocurrieron. A las 4:00
estaba listo y tirado en la silla de mi cuarto mirando mis apuntes sobre la
dictadura de Primo de Rivera sin ver nada realmente.
A las 5 en punto estaba llamando a su puerta con una bandeja
de pasteles que me había pedido que pillara por el camino. Y nos sentamos en su
salón, que tenía más muebles que otros días y me enseñó “El pop bueno que no
conoces porque eres un cretino”. Y me gustó.
Nos reímos tirados en su sofá, al que empezaba a acostumbrarme,
y comimos pasteles. Escuchamos a los Beatles y le concedió un punto positivo a
Lucas por haberme dado una colleja.
Lucas y Teresa llegaron a las 9:30 justas. Juntos. Según abrí
la puerta salían del ascensor riéndose a carcajada limpia. Le miré a los ojos
intentando que me contestara, pero Teresa me dio un puñetazo en el hombro
pasando a mi lado por la puerta y gritándole algo a Mara.
—Tío, ¿Qué cojones? Es una
loca peligrosa.
Lucas rodó los ojos y me puso un pac de cervezas en las
manos.
—Es una loca peligrosa que
está muy buena. Eh, y soy un cielo. —comentó riéndose mientras me guiñaba un
ojo y se largaba hacia la cocina dejándome con cara de gilipollas en la puerta.
Cenamos pizza acoplados en los sofás y no paramos de reírnos
y Teresa solo me lanzó una mirada amenazante una vez, por lo que considero la
noche un éxito personal.
Reconozco mas impresionado que avergonzado que nos dieron una
paliza. Lucas y yo no ganamos ni una partida a nada. Perdimos hasta en el FIFA.
Una humillante vez tras otra. Y ellas se rieron, y no dejaron pasar ninguna
oportunidad para ponernos a parir. Pero fue divertido.
Hacia las 12 Teresa se ofreció a acercar a Lucas hasta su
casa y yo llamé a mi madre diciéndole que me quedaba a dormir en casa de un
amigo. No preguntó de cual, tampoco es como si tuviera muchos.
Mara y yo nos quedamos despiertos hasta cerca de las dos de
la mañana porque ponían Pulp Fiction y eso es algo sagrado. Cuando acabó Mara
guardó lo que quedaba de helado en el congelador y salimos a la terraza.
— ¿Vas a congelarme para
luego tirar mi cuerpo por la barandilla? Solo es un 12, me encontrarían casi
entero. —comenté viéndola sacar un cigarrillo de la pitillera plateada que
descansaba encima de una mesilla de jardín.
—Dime que no fumas.
—suplicó mirándome mientras se ponía el cigarrillo en la boca y lo encendía con
una cerilla.
—No fumo.
—Chico listo. Más que yo,
por lo menos.
Le sonreí y ella me sonrió de vuelta. Y nos quedamos allí en
su terraza, desde la que se veían todas las lucecitas del casco antiguo
brillando. Me incliné sobre la barandilla y me fijé en el graffiti que había
justo en frente de su portal.
—Miré el blog que me
pasaste. Muy interesante el tío ese. Se ve que sabe lo que hace.
Mara se rió apoyando la espalda contra las ventanas que daban
a su salón.
—No sabe hacer graffitis.
La pintura siempre está algo corrida y se ve que no usa plantillas. Pero hace
arte y eso es lo que cuenta, ¿no?
Se acabó el cigarrillo mientras discutíamos si “el tío ese”
era o no un artista. Tiró la colilla en un cenicero y trepó por una escalerilla
metálica que llevaba hacia la azotea.
En la parte de arriba me quedé con la boca abierta mirando un
invernadero. Las paredes eran de cristal, y la iluminación venía tan solo de
lamparillas de mesa colocadas estratégicamente en el suelo.
El suelo estaba completamente cubierto por varias capas de
alfombras que no estaban conjuntadas. En la parte de la derecha había un
colchón sin somier y por lo menos 15 almohadas. En frente había varios armarios
y una estantería llena de libros.
Entró y encendió uno a uno los calefactores que había
repartidos por la… habitación. Antes de tirar sus vaqueros por algún lado del
suelo y meterse en la cama tapándose hasta la barbilla con el edredón.
—¿Vienes o qué? —preguntó
volviendo a mirarme como si fuera idiota.
Yo entré y cerré la puerta. Y me fijé en las cortinas que
había repartidas por toda la estructura. Me descalcé y me metí en la cama con
vaqueros y camiseta.
Mara me abrazó apoyando la cabeza en mi pecho y yo me fijé en
el techo de cristal y en lo negro que parecía el cielo.
—No tengo muy claro como
de socialmente aceptable es lo que voy a decir, pero si esto te parece muy de
calientapollas puedes dormir en el sofá. A mí me da igual. Te traje porque ver
amanecer desde aquí es la leche.
Y podría sonar ofensivo. Pero realmente no era de
calientapollas, porque hacía frío y ella estaba calentita y había dejado más
que claro que no quería nada conmigo. Y porque quería enseñarme algo que a ella
le gustaba. Estaba compartiendo cosas conmigo. Estaba dejando que la conociera.
Estaba haciendo algo bien.
— ¿Quieres callarte?
Algunos queremos dormir.
No la vi sonreír, pero sé que lo hizo. Me crují el cuello,
cerré los ojos y me concentré en el olor a limón y a incienso que parecía
llegar de todas partes.
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