Como todo adolescente de diecisiete años, había tenido
conversaciones incómodas con mi madre. Estaba la de cómo se hacen los niños, la
de no pasa nada porque no se te den tan bien los deportes como a otros niños
porque eres especial, la de “no, no te vas a quedar ciego por masturbarte, pero
gastas todo el agua caliente”…
Sin embargo la de aquella noche las superó a todas con
bastante.
—Señorito. Tenemos que
hablar. —y mi madre nunca me llamaba señorito y solo decía “tenemos que hablar”
cuando yo había hecho algo tremendamente horrible.
Me senté en el sofá rezando para que se hubiera vuelto ciega
o estúpida y no se fijase en mi ropa empapada. Y para que no gritara, porque ya
me daba vueltas todo el salón.
— ¿Sí, mamá?
Me fulminó con la mirada, porque yo nunca la llamaba mamá y
los dos sabíamos que era chantaje emocional barato.
—Hoy mi jefe me ha llamado
a su despacho para felicitarme.
— ¿Y eso no es bueno?
—pregunté, cuando en realidad quería decir “¿Cómo implica eso que yo haya
asesinado a alguien y quemado su cadáver delante de una guardería?”
—Sería bueno si no me
hubiese llamado para felicitarme porque su hija no hace más que hablar de ti.
De tu “arte” y tu “revolución”. —comentó con una sonrisa. Y yo sentí que se me
helaba la sangre en las venas. —En primer lugar quedé como una imbécil y una
madre de pacotilla cuando tuvo que explicarme de qué revolución hablaba. Luego
me enseñó ese blog en el que muestras orgulloso obras de vandalismo público.
Esperé unos segundos en silencio con la cabeza gacha. Porque
sabía lo que venía. Todo hijo sabe lo que viene en ese momento.
— ¡¿Tú te crees que yo
tengo dinero para pagar una multa por destrucción de mobiliario urbano?! ¡Me
mato a trabajar para poder manteneros a tu hermana y a ti y compraros todos los
caprichos que se os ocurren y así me lo pagas! —gritó levantándose. Porque en
las discusiones, cuanto más gritas y más alto eres, más razón llevas. —Claro,
malas compañías no son, porque tú nunca has tenido compañías de ningún tipo.
¡Son los genes de tu padre! ¡Eres igual que él!
Y claro, cuando te comparan con un hijo de la grandísima puta
que dejó embarazada a una chica seis años más joven que él y luego se
desentendió del asunto, apareciendo solo de vez en cuando para pedir dinero…
pues no.
— ¡Pues al menos eso no
será culpa mía, porque yo no escogí acostarme con un capullo que sabía que no
quería nada conmigo!
Me abofeteó. Y mi madre nunca me había abofeteado, pero esa
vez me lo esperaba.
—Te libras de un castigo
que exceda los límites de los derechos humanos porque me han subido el sueldo.
—escupió con frialdad. Y a mí se me clavó en el pecho esa sensación punzante de
cuando acabas de decepcionar a la persona que te dio la vida.
Se volvió a sentar en el sofá y cuando levanté la vista me di
cuenta de que mi madre estaba llorando.
—No has pasado la noche
con Lucas. Ha sido esa chica, ¿no? Por la que te pusiste traje el otro día.
—Mamá no…
—No te atrevas a mentirme.
No ahora. Ya nunca me cuentas nada. Antes me contabas las cosas, y ahora no sé
que mi hijo se dedica al vandalismo urbano y que tiene novia.
—Mamá, ¿Quieres café?
—Por favor.
Hice café para los dos y nos sentamos un rato en un silencio
incómodo. Luego le hablé de Mara, y de cómo el blog había sido una idea para
impresionarla. Pareció calmarse un poco cuando le expliqué lo del movimiento
cultural y todo eso.
Omití la parte en la que le había dado alcohol a un menor de
edad repetidas veces, las fiestas ilegales etc. Porque pretendía salir de casa
algún día antes de cumplir cuarenta años.
Ella lloró y me dijo que se notaba que la quería. Que se me
iluminaban los ojos cuando hablaba de ella y que parecía una chica estupenda.
Yo me callé que si la conociese probablemente pensaría que estaba loca y no me
dejaría volver a juntarme con ella en la vida. Porque no venía a cuento.
—Félix. Quiero que
entiendas que solo te libras de esta porque no ha habido consecuencias
negativas y porque todos hemos hecho tonterías por amor. Dios sabe que yo las
he hecho. —por un momento pensé que me había librado, que eso sería todo. Que a
mi madre le daría igual que estuviese cometiendo actos ilegales y no tuviese la
mínima intención de parar y que yo saldría bien parado de esa. —Invita a Mara a
cenar en casa este viernes.
—No se si podrá.
—Félix, si no quieres que
el resto de tu vida hasta la mayoría de edad se limite a ir al colegio y volver
derechito a casa, podrá venir el viernes.
—Vale mamá. Te quiero.
—Y yo a ti, cariño.
Se vistió y se fue a la compra, y yo me habría ido a la cama
pero cuando salí de la ducha ya se me había pasado la resaca y no tenía sueño.
Mi hermana entró en mi habitación en pijama, todo amor y
coletas y se sentó a mi lado en la cama. Me dejó un libro de Harry Potter
encima de las piernas y se puso cómoda sin decir una palabra. Tampoco hacía
falta, yo ya sabía que había escuchado la conversación entera.
Abrí el libro por la página por la que estaba marcado y
empecé a leer. Llevaba poco más de un capítulo cuando mi móvil sonó en la mesa
del escritorio. Mi hermana lo cogió y leyó el mensaje en voz alta.
Mara:
Tu madre va a odiarme. Todas las madres me odian, hasta la mía. Bueno, la mía
me quería. Pero la tuya va a odiarme. ¿Qué me pongo? ¿Qué llevo? ¿Le gustan los
bizcochos? Déjalo, no sé hacer bizcochos. ¿Le gusta el vino? No puedo darte
vino, eres menor. Agg. ¿Le gustan los bizcochos? Te odio. Tu madre va a
odiarme.
—La verdad es que sois
bastante monos los dos. ¿Cuándo venga puedo hacerle coletas?
—Lo dudo, es una malota. Pero
pregúntale a ella.
—El viernes. —sonrió mi
hermana volviendo a tirarse en la cama. —Tengo unas gomas con brillitos
preciosas. Sigue leyendo.
Y yo prefería leer que pensar en si mi madre iba o no a odiar
a Mara y en si nos gustaba o no el bizcocho, así que le quité el móvil a mi
hermana, contesté el mensaje y seguí leyendo.
Félix:
compra vodka y lencería, somos unos cabrones inmorales y pro-abortistas.
No leí su respuesta hasta un rato después, cuando mi hermana
me quitó el libro porque quería ver una peli de dibujos animados en la tele y
se fue de mi habitación dejándome sin nada que hacer.
Mara:
Eres gilipollas. Esto me pasa por liarme con críos de instituto. Tu madre va a
odiarme.
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