domingo, 17 de marzo de 2013

Capítulo 15:


        Como todo adolescente de diecisiete años, había tenido conversaciones incómodas con mi madre. Estaba la de cómo se hacen los niños, la de no pasa nada porque no se te den tan bien los deportes como a otros niños porque eres especial, la de “no, no te vas a quedar ciego por masturbarte, pero gastas todo el agua caliente”…

        Sin embargo la de aquella noche las superó a todas con bastante.

—Señorito. Tenemos que hablar. —y mi madre nunca me llamaba señorito y solo decía “tenemos que hablar” cuando yo había hecho algo tremendamente horrible.

        Me senté en el sofá rezando para que se hubiera vuelto ciega o estúpida y no se fijase en mi ropa empapada. Y para que no gritara, porque ya me daba vueltas todo el salón.

— ¿Sí, mamá?

        Me fulminó con la mirada, porque yo nunca la llamaba mamá y los dos sabíamos que era chantaje emocional barato.

—Hoy mi jefe me ha llamado a su despacho para felicitarme.

— ¿Y eso no es bueno? —pregunté, cuando en realidad quería decir “¿Cómo implica eso que yo haya asesinado a alguien y quemado su cadáver delante de una guardería?”

—Sería bueno si no me hubiese llamado para felicitarme porque su hija no hace más que hablar de ti. De tu “arte” y tu “revolución”. —comentó con una sonrisa. Y yo sentí que se me helaba la sangre en las venas. —En primer lugar quedé como una imbécil y una madre de pacotilla cuando tuvo que explicarme de qué revolución hablaba. Luego me enseñó ese blog en el que muestras orgulloso obras de vandalismo público.

        Esperé unos segundos en silencio con la cabeza gacha. Porque sabía lo que venía. Todo hijo sabe lo que viene en ese momento.

— ¡¿Tú te crees que yo tengo dinero para pagar una multa por destrucción de mobiliario urbano?! ¡Me mato a trabajar para poder manteneros a tu hermana y a ti y compraros todos los caprichos que se os ocurren y así me lo pagas! —gritó levantándose. Porque en las discusiones, cuanto más gritas y más alto eres, más razón llevas. —Claro, malas compañías no son, porque tú nunca has tenido compañías de ningún tipo. ¡Son los genes de tu padre! ¡Eres igual que él!
        Y claro, cuando te comparan con un hijo de la grandísima puta que dejó embarazada a una chica seis años más joven que él y luego se desentendió del asunto, apareciendo solo de vez en cuando para pedir dinero… pues no.

— ¡Pues al menos eso no será culpa mía, porque yo no escogí acostarme con un capullo que sabía que no quería nada conmigo!

        Me abofeteó. Y mi madre nunca me había abofeteado, pero esa vez me lo esperaba.

—Te libras de un castigo que exceda los límites de los derechos humanos porque me han subido el sueldo. —escupió con frialdad. Y a mí se me clavó en el pecho esa sensación punzante de cuando acabas de decepcionar a la persona que te dio la vida.

        Se volvió a sentar en el sofá y cuando levanté la vista me di cuenta de que mi madre estaba llorando.

—No has pasado la noche con Lucas. Ha sido esa chica, ¿no? Por la que te pusiste traje el otro día.

—Mamá no…

—No te atrevas a mentirme. No ahora. Ya nunca me cuentas nada. Antes me contabas las cosas, y ahora no sé que mi hijo se dedica al vandalismo urbano y que tiene novia.

—Mamá, ¿Quieres café?

—Por favor.

        Hice café para los dos y nos sentamos un rato en un silencio incómodo. Luego le hablé de Mara, y de cómo el blog había sido una idea para impresionarla. Pareció calmarse un poco cuando le expliqué lo del movimiento cultural y todo eso.

        Omití la parte en la que le había dado alcohol a un menor de edad repetidas veces, las fiestas ilegales etc. Porque pretendía salir de casa algún día antes de cumplir cuarenta años.

        Ella lloró y me dijo que se notaba que la quería. Que se me iluminaban los ojos cuando hablaba de ella y que parecía una chica estupenda. Yo me callé que si la conociese probablemente pensaría que estaba loca y no me dejaría volver a juntarme con ella en la vida. Porque no venía a cuento.

—Félix. Quiero que entiendas que solo te libras de esta porque no ha habido consecuencias negativas y porque todos hemos hecho tonterías por amor. Dios sabe que yo las he hecho. —por un momento pensé que me había librado, que eso sería todo. Que a mi madre le daría igual que estuviese cometiendo actos ilegales y no tuviese la mínima intención de parar y que yo saldría bien parado de esa. —Invita a Mara a cenar en casa este viernes.

—No se si podrá.

—Félix, si no quieres que el resto de tu vida hasta la mayoría de edad se limite a ir al colegio y volver derechito a casa, podrá venir el viernes.

—Vale mamá. Te quiero.

—Y yo a ti, cariño.

        Se vistió y se fue a la compra, y yo me habría ido a la cama pero cuando salí de la ducha ya se me había pasado la resaca y no tenía sueño.

        Mi hermana entró en mi habitación en pijama, todo amor y coletas y se sentó a mi lado en la cama. Me dejó un libro de Harry Potter encima de las piernas y se puso cómoda sin decir una palabra. Tampoco hacía falta, yo ya sabía que había escuchado la conversación entera.

        Abrí el libro por la página por la que estaba marcado y empecé a leer. Llevaba poco más de un capítulo cuando mi móvil sonó en la mesa del escritorio. Mi hermana lo cogió y leyó el mensaje en voz alta.

Mara: Tu madre va a odiarme. Todas las madres me odian, hasta la mía. Bueno, la mía me quería. Pero la tuya va a odiarme. ¿Qué me pongo? ¿Qué llevo? ¿Le gustan los bizcochos? Déjalo, no sé hacer bizcochos. ¿Le gusta el vino? No puedo darte vino, eres menor. Agg. ¿Le gustan los bizcochos? Te odio. Tu madre va a odiarme.

—La verdad es que sois bastante monos los dos. ¿Cuándo venga puedo hacerle coletas?

—Lo dudo, es una malota. Pero pregúntale a ella.

—El viernes. —sonrió mi hermana volviendo a tirarse en la cama. —Tengo unas gomas con brillitos preciosas. Sigue leyendo.

        Y yo prefería leer que pensar en si mi madre iba o no a odiar a Mara y en si nos gustaba o no el bizcocho, así que le quité el móvil a mi hermana, contesté el mensaje y seguí leyendo.

Félix: compra vodka y lencería, somos unos cabrones inmorales y pro-abortistas.

        No leí su respuesta hasta un rato después, cuando mi hermana me quitó el libro porque quería ver una peli de dibujos animados en la tele y se fue de mi habitación dejándome sin nada que hacer.

Mara: Eres gilipollas. Esto me pasa por liarme con críos de instituto. Tu madre va a odiarme. 

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