lunes, 25 de marzo de 2013

Capítulo 16:


        El timbre sonó a las nueve y media exactas y cuando salí de mi cuarto para ir a contestar me encontré a mi madre y mi hermana pegadas al video-portero y cuchicheando mientras se reían.

— ¿Tengo que ser el adulto de esta familia? No quiero ser el adulto de esta familia. —les gruñí estirando una mano para abrirle la puerta a Mara.

—Es muy guapa. —comentó mi madre intentando recuperar la compostura y parecer una persona seria y decente. Habría sido más eficaz si no tuviese esa sonrisa de “Mi hijo no va a morirse virgen un pozo, les gusta a las chicas. A las chicas guapas. ¡He hecho algo bien!”

—Algo había notado.

        Cuando abrí arriba tuve que tomarme un momento para cerrar la boca y no parecer un completo gilipollas. Porque, joder. Llevaba un vestido rojo y tenía en la mano una bandeja con el envoltorio de una pastelería. Y parecía dulce y amable.

—Traigo tarta de chocolate. —me sonrió antes de darme un beso en la mejilla y pasar hasta el salón.

        Mi madre y mi hermana se presentaron y mi hermana le dijo a Mara algo al oído que hizo que las dos me miraran y se rieran. Pero fue bastante bien.

        Nos sentamos y Mara le dijo a mi madre lo rica que estaba la cena y mi madre se puso roja. Realmente parecía ser ella quien quisiese impresionar a Mara y no al revés.

        Me tuvieron toda la noche llevando y trayendo cosas de la cocina mientras se reían a carcajadas. Y cuando acabamos de cenar nos sentamos en el salón con la tarta y el café y Mara dejó que mi hermana le hiciera trenzas. Yo hice fotos con el móvil.

—Si le tienes algún aprecio a ese teléfono, yo que tú las borraría. —dijo mientras me lanzaba una mirada amenazante intentando no mover la cabeza para que mi hermana no se torciera.

—Ah, ah. Ya no me impresionas, en el fondo eres una blanda.
        Me sacó la lengua, pero no lo negó. Y eso me calentó por dentro. Porque estaba empezando a entenderla.

— ¿Qué dices que estás estudiando? —preguntó mi madre una vez que mi hermana terminó de peinar a Mara.

        Mara me miró un momento con lo más parecido a la inseguridad que le he visto nunca antes de contestar.

—Psicología. Estoy en segundo año de psicología.

        Mi madre no tardó ni un momento en acercarse al borde del sofá mirándola con renovado interés.

— ¡Que chica tan centrada! Yo estoy intentando que Félix se decida de una vez por algo, pero no hay manera. ¿Qué te quedan dos meses de clase? ¡Eres un desastre! —afirmó girándose hacia mí.

—Bueno, a veces uno no sigue los ritmos impuestos, ¿no?—la cortó Mara antes de que yo pudiera ofenderme o mi madre seguir hablando. —Que sea bueno para la mayoría no implica que sea bueno para todos.

        Mi madre pareció dudar un momento, pero después de toda la propaganda que se ha tragado sobre el psicoanálisis, el poder de la mente etc. Lo que diga un psicólogo en mi casa iba a misa. Y Mara era lo más parecido a un psicólogo que había en la habitación.

—Supongo que tienes razón cariño. Nunca me lo había planteado así. —concedió contenta. Luego me guiñó un ojo.

        Mi hermana se fue a la cama e insistió en que tanto Mara como yo le diéramos un beso de buenas noches y fuéramos a arroparla. Y luego mi madre dejó que me escaqueara sin lavar los platos para acompañar a Mara hasta su casa.

        Así que echamos a andar y ella me cogió de la mano y apoyó la cabeza en mi hombro. Y era primavera y no hacía frio ni calor y si mi opinión le importara una mierda al ser superior que sea que nos mira desde arriba, habría parado el tiempo.

—Tu madre no me odia. —dijo de repente. Y cuando la miré tenía una sonrisa de puro orgullo en la cara. Y yo sonreí también.

—Mi madre te quiere más que a mí. Si te paras a pensarlo es triste. Voy a tener un trauma.

—Ya te lo quito yo, no te preocupes.

— ¿Voy a ser tu primer paciente cuando acabes la carrera? —pregunté bromeando. Y le pasé un brazo por la cintura. Porque podía.

—Hombre. Yo estaba pensando en sexo. Pero que si quieres también puedes ser mi primer paciente. —se rió ella.

        Cuando llegamos a su portal tuve que cerrar la boca para que la mandíbula no me llegara al suelo. Delante de la puerta había aparcado un Porsche negro. Y apoyado en el lateral un tío fumando.

        Y no sería digno de mención si el tío no fuera tan alto y ancho como un jodido armario y lo suficientemente guapo como para ser actor de cine. O para hacerse millonario simplemente vendiendo fotos de su puta cara.

        Cuando nos vio, se incorporó del coche, sonrió como un capullo y extendió los brazos. Mirando a Mara empezó a hablar en un idioma que yo no entendía. Se acercó a nosotros y se paró delante de Mara empezando a agacharse cuando ella extendió el brazo dejando la palma de su mano frente a su cara.

—Smiri strasti. —le gruñó con el ceño fruncido.  Me señaló y comentó algo en el mismo idioma que había estado usando él. Algo que hizo que el capullo me mirara y se riera.

        Él dijo algo. Ella dijo algo. Yo no me enteré de nada y cuando quise darme cuenta Mara le había dado las llaves de su casa al tío y este sacaba una maleta del maletero del Porsche y entraba en el portal.

        Mara se giró hacia mi suspirando y se pasó una mano por el pelo.

—Ese es Luka. Es un amigo. Bueno, algo así. Salimos juntos un tiempo, le conocí en una timba de póquer en Varsovia. Ha venido unos días por un asunto de trabajo y me ha pedido que le deje le sofá. Y bueno. Eso. —comentó, traduciéndome de manera acelerada la conversación. —No te molesta, ¿no?

        Me molestaba. No porque fuese guapo y tuviese un Porsche, aquello solo me daba envidia. Sino porque tenía pinta de ser el tipo de capullo que te saca de fiesta, te emborracha y vende tus riñones en el mercado negro.

—No, ¿por? —pregunté fingiendo el mejor tono de extrañeza que pude manejar.

—Ah. No, por nada.

        Se puso de puntillas para darme un beso. Luego me dio las buenas noches y entró en su portal. Y yo me pasé todo el paseo de vuelta a casa intentando convencerme de que la mala espina que me daba ese tío eran solo celos.

        Al llegar a casa google lo único que había medio entendido de la conversación. “Smiri strasti”. El traductor me lo devolvió al segundo: “Cálmate, zorra.”

        Sentí como parte del peso que tenía en el pecho se aflojaba y no pude evitar sonreír. Apagué el móvil para ponerlo a cargar y me metí en la cama. No me dormí hasta las cuatro de la mañana. 

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