La primera vez que la vi
tuve que tomarme un momento para verla. Durante un instante, me pareció
absolutamente necesario detener mi vida en medio de su rutina diaria para
observarla. Para darle la atención que merecía.
Fue en una de esas cafeterías de modernos en las que tienes
que dejar tu nombre para recoger un café con tantos agregados que apenas tiene
cafeína en un vaso cutre de plástico con una etiqueta. Y si no hubiese dedicado
un segundo de más a mirarla probablemente me habría contentado con la opinión
de que era tan estúpida y pretenciosa como todos los idiotas que íbamos allí.
Estaba sentada en un sillón de cuero blanco, mostrándose
notablemente cómoda mientras leía un libro ajado sobre su regazo. Completamente
ajena al mundo a su alrededor. Al menos tanto como el mundo a su alrededor
parecía ajeno a ella.
Su pelo era de un negro impecable, muy liso y muy largo,
porque ella todo lo tenía en exceso, y destacaba sobre su piel, la más blanca
que hubiese visto en mi vida. Me parecía increíble que nadie más la estuviese
mirando, porque yo nunca había visto un pelo más negro, una piel más blanca, o
una armonía tan completa. Pero nadie la miraba, así que yo intenté integrarme
en la multitud, y fingiendo que no seguía observando de reojo, me uní a la
cola.
La fila avanzaba y los nombres sonaban. Mark tenía pinta de
Mark. Elisabeth tenía más cara de Paula que otra cosa. Georgina debería empezar
a comer más. Mr. Gollightly tenía, obviamente, muy buen gusto en cine… Cuando
conseguí pararme delante del mostrador una de las camareras se giró con un vaso
en la mano y tras leer la etiqueta alzó su voz por encima del resto.
—¡April!
Ella dejó el libro encima de la mesa y se acercó al mostrador
a recoger el café. Caminaba de manera cuidadosa y llena de gracia, como si
fuese una flor delicada que apenas necesitase pisar el suelo. Aceptó el vaso
sonriente y se apartó para volver a su mesa.
Mientras giraba, su mirada se cruzó con la mía un segundo y
perdí todo el aire de los pulmones. Porque si pensaba que su pelo era muy
negro, no sabría describir cómo de azules eran sus ojos.
Os diré 2 cosas que yo no sabía en aquel momento: el libro era La ladrona de libros, de Markus Zusak. Y April era la mujer que cambiaría mi vida.
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