domingo, 16 de diciembre de 2012

Capítulo 4.


        Era el último día de clase antes de las vacaciones de navidad, y yo era un estudiante de Segundo de Bachiller agobiado por los exámenes y con ganas de quemar todos mis libros. O al menos de dormir más de 6 horas una noche. Eso sería bastante.

        Estaba sentado solo en una cafetería cerca de la plaza, porque si alguno de mis amigos llegase algún día a la hora acordada explotaría. La gente pasaba por la calle sin pararse a mirar a los lados. Todos con abrigos largos, gorros, guantes y bufandas. La gente era un coñazo. Me fijé en las hojas del suelo a través de la cristalera  y me quedé mirándolas dar vueltas hasta que noté vibrar mi móvil.

Lucas: Llegamos 20 minutos tarde, perdimos el bus. Lo siento.

        La camarera me trajo el cappuccino que había pedido hacía diez minutos y me sonrió con condescendencia. Siempre me ha parecido curioso cómo te mira la gente cuando vas solo a alguna parte. Como si nadie te quisiera, como si fueras un alma solitaria y estuvieses abandonado en el mundo. Como si ellos no estuviesen solos.

— ¿Esperando a alguien? —la voz llegó desde la mesa de mi derecha. Desde la boca perfectamente pintada de rojo de una chica con el pelo increíblemente negro y los ojos azules.

— ¿Si te contesto vas a abofetearme? —pregunté echándome hacia atrás en la silla para verla mejor.

        Ella dejó escapar una risa suave y se levantó cogiendo su chaqueta y su taza de café para sentarse en una de las sillas frente a mí.

—Perdona lo del otro día. Me hiciste un favor y quizás no debería haberte abofeteado.

        Eso parecía lo más cerca que iba a estar de recibir una disculpa real, o de que ella aceptase que no es normal besar a la gente por la calle y luego abofetearla, así que asentí. Ella sonrió.

— ¿Quién era ese tío?, si puedo preguntar.

—Mi padre.

        No pensaba que fuese a ser tan fácil obtener una respuesta. De hecho, mi cerebro no conseguía terminar de procesar que estuviésemos tomando café.

— ¿Mala relación?

—Dejó a mi madre colgada cuando se quedó embarazada de mí. —dio un sorbo a su café y luego me atravesó con sus ojos azules. —No pongas esa cara. ¿Por qué iba a hacer el esfuerzo de mentirte? Te lo cuento porque tu opinión me importa una mierda.

        Cada instante que pasaba con ella me parecía más rara, más borde, más hiriente… y me intrigaba más. Si fuese cualquier otra persona me habría ofendido y le habría contestado. Pero quería saber por qué ella andaba lanzando mordiscos al aire. Por qué parecía estar tan llena de odio.

—Tenía pinta de ser un gilipollas.

        Ella sonrió y pareció volver a relajarse en su silla. Era posiblemente la situación más surrealista de mi vida. Y sin embargo todo encajaba. Por primera vez en mi vida, todo parecía ser como tenía que ser. Todo iba bien. Todo estaba bien, y yo estaba bien con ello.

— ¿No vas a preguntarme cómo me llamo? —preguntó ella después de unos minutos en silencio.

—Sé cómo te llamas, April. —dije haciéndola reír otra vez. — ¿Qué?

—Nadie da su nombre de verdad en una cafetería en la que te llaman a gritos. —aseguró convencida.

—Yo sí. ¿Cómo te llamas?

—Mara.

        Era un nombre bonito. Sonaba redondo y dulce en la boca, como un caramelo. Y tenía ganas de decirlo en voz alta una y otra vez hasta derretirlo.

—Yo me llamo Félix.

        Mara sonrió y extendió la mano hasta mi taza para darle un sorbo a mi capuchino. Casi en cuanto le tocó los labios puso mala cara y volvió a dejarlo en mi plato.

        La puerta de la cafetería se abrió dejando pasar a mis amigos, armando jaleo y riéndose en voz alta. En cuanto les vio, Mara se levantó y se puso la chaqueta.

—Nos vemos, Félix. —se despidió agarrando el bolso y saliendo por la otra puerta antes de que me diera tiempo a decirle nada más.

        Y probablemente debería sentirme al menos un poco culpable por haberme pasado la tarde ignorando a mis amigos y pensando en ella. Y en que pasar las tardes viéndola sonreír detrás de su taza de café parecía el mejor plan de futuro que había hecho en mi vida. 

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